El paquete

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Finalmente decidí ir a buscar el paquete, lo tomé de inmediato, sin mirar atrás.

—Vaya, vaya... —. Matheus me había sorprendido urgando en su bolso, con las manos en la masa.

—Demetrius, si quieres saber algo, preguntámelo con franqueza —dijo el rubio, cruzado de brazos.

—Vine a ver que era este paquete —dije con el artilugio entre mis manos.

—¿Quieres saber todo acerca de esto? Veo en tus ojos la duda —aseguró Matheus, quitándome el paquete— , porque veo que tu curiosidad te esta matando.

—¿Por qué discuten tanto? —dijo
Mathilde— se escucha todo desde la oficina del paragua.

—Vos viniste a resusitar a los muertos vivientes... —dije con un tono risible.

—¿Y vos por qué estás mudo? —exclamó la cajera.

—Es cierto, amigos... no soy yo... yo no soy así... ¿quería saber si eso es pornografía?

Entonces el rubio, sentándose en la orilla del banco y hamacando sus piernas, insinuó:

—¿Quién dijo que este paquete contiene pornografía?

Mathilde arqueó una ceja y se sentó junto a Matheus.

—Ya no hablo más.

Matheus apretó las sienes, aturdido por la escena. Meditó y dijo:

—Abrí el paquete Mathilde —dijo el rubio alzando los brazos.

La conversación despertó a una cuarta integrante, Zulema Yoma, una cincuentona empleada de limpieza.

—¿Por qué gritan tanto?  —dijo Zulema— cuando estoy desinfectando los teclados de las malditas computadoras, yo preciso silencio. No sea que me caiga líquido adentro y se queme una.

—Nada, no ocurre nada —aseguré, temblando de miedo.

—Es demasiado tarde para desmentir este asunto —dijo la mujer con un tono de voz grave.

Sus palabras burlonas con un tono nada relajante, hizo que todos nos pusiéramos más nerviosos.

—Mejor me voy... pero los estoy vigilando
—anunció Zulema.

Por otro lado, Mathilde desesperó y dijo:

—¡Ay, carajo! Dame el bendito paquete, Matheus —termina de rodear al rubio y se acerca de pie a él—. Esto se arregla fácilmente.

—Pero primero —continúa Matheus, finalmente acercándose a mí. Cada músculo de mi cuerpo sentía la tensión del
momento—. No se burlen de mi.

Mathilde apoya el pilón de revistas en la esquina del escritorio. La miro, deseando que muestre algún indicio. Pero aún tiene una expresión vacía en sus ojos, acompañando de movimientos involuntarios de sus manos.
Después... mira directamente a Matheus y comienza a parpadear. Los iris de los ojos de Mathilde comienzan a abrillantarse bajo la tenue luz de la oficina.

En ese instante el rostro de la rubia comienza a tener una astucia muy familiar, detrás de una expresión risible.

—Con razón dijiste que te gustaban mis sandalias de plástico transparente...

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Infames (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora