Aceptando culpas

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A veces me cuesta salir y a cada momento pienso muy bien lo que estoy haciendo. El nerviosismo invade mi cuerpo, cuando los problemas se exceden.

Mi tío me había preguntado si era fetichista. Desde entonces los días eran vertiginosos y los ataques de pánico no querían ceder, sintiéndome cada vez peor.

Empecé a trabajar nuevamente, puesto que ya era lunes, y eso ayudaba a distraerme un poco. Aún me sentía mentalmente inestable (en parte por no tener coraje para admitir las cosas con Lalo). Lamento no haberme podido abrir, sé que él me entendería perfectamente.

Aunque, Lalo me compró las revistas y dijo que las iba a revender entre sus amigos del antro. Me sorprendió y eso me sacó un peso de encima y nadie podía prever que él me daría una mano. Ni siquiera yo, que soy tan suspicaz y taimado, y que desde que le entregué el paquete en sus manos le transmití mis temores.

Por momentos tengo terror de que le cuente a mi madre y a la vez siento culpa por aceptar el trato de Matheus. ¿Estaré equivocándome? ¿Debo confiar en Lalo?

Era el mediodía y había llegado la hora de almorzar. Esperé ansioso a Matheus que entrase por la puerta con su taza de café humeante.

—Matheus, ya tengo el dinero. Ya vendí tus patéticas revistas importadas.

—¡De lujo! —exclamó chasqueando la lengua.

—Las vendí por cien pesos. A diez pesos cada una.

—¿De verás? —fue la seca respuesta del rubio.

—Si, de verdad. Me pregunto por qué.

—Esta bien;  permítame explicarme querido amigo. Esas revistas son australianas y las compré a doce pesos por unidad. ¿No lo sabías?

—No. ¿Por qué debía saberlo? 

—¡Qué hipocresía! Del precio nadie se olvida. Evidentemente no quería seguir hablando de el infortunado hecho.

—Matheus, tomá el dinero y cerrá la boca —dije, mientras le entregaba la plata en su regazo.

—Hola, amigos —gritó Mathilde desde el marco de la puerta —¿Qué les pasa?

—Nada, no sucede nada, siéntate aquí — dijo Matheus, mientras le acomodaba la charola con un plato de spaguettis instantáneos.

—Ahora bien; el viernes es mi cumpleaños —preguntó Mathilde. Luego hubo una pausa.

—¿Quieres festejar? —exclamé.

—Por supuesto.

— Matheus —dije finalmente— , ésto es ridículo. Supongo que traté de ayudarte. Se las vendí a Lalo.

—¿Qué ocurre?  —exclamó la rubia, elevando una ceja.

—Nada... es que éste boludo vendió las revistas por menos dinero del que yo
quería —chilló Matheus.

—¿Hablas de esas revistas de mierda? — preguntó la rubia.

—Definitivamente —agregué.

Mathilde alargó su mano sobre la mesa, para tocar la mía, y sentí un escozor en mi espalda.

—Matheus, vos estás forrado en guita. Déjalo en paz —gritó la cajera con los ojos humedecidos.

—¡Ja! Puedo suponer que...—dijo Matheus mientras bebía de su taza.

—¿Qué? —respondió, ella.

—Supongo que Demetrius te agrada demasiado y es por eso que siempre te interpones entre Rubí y él —masculló el rubio.

—Esa es una cuestión de opinión — respondió —odio admitirlo, pero la respuesta es que sí.

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Infames (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora