Mathilde se come al mundo

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Era lunes, como Mathilde se sentía un poco mejor la llevé al hipermercado. Cuando llegamos había dos patrulleros y unos oficiales de policía interrogando al paraguayo. Durante la madrugada habian intentado robar el comercio, pero como sonaron las alarmas los delincuentes se habían dado a la fuga. En el medio del tumulto alcancé a ver uno de los cristales de la vidriera totalmente quebrado, Mathilde no bajó del auto y se reclinó hacía atrás y se llevó la mano derecha a la frente.

—¿Que pasó? —gritó Mathilde con la cabeza fuera de la ventanilla

—Rompieron el vidrio porque querian saquear el hipermercado —respondió su hermano.

—¿Será que querían desvalijar el comercio? La gente está demente y desesperada últimamente —dije.

—Algunas veces —manifestó— pasan estas cosas porque la gente tiene hambre y otras porque solo ven que el local esta regalado — dijo la rubia, desde el auto.

Al oír como vociferaba la rubia, los ojos del paraguayo se abrieron desmesuradamente y dijo:

—Espero, caballeros, que esto no vuelva a suceder porque yo mismo tomaré cartas en el asunto. Ya pueden entrar a trabajar, pronto vendrán a instalar un juego de cristales nuevos. Hoy es un día normal.

—¡Oh, bueno! —dijo la rubia con un tono de resignación—. Pensé que nos mandarían a casa.

—Todo esto me hace sentir inquietud. Debo creer, supongo, que estos delincuentes no van a volver, no quiero que me aborden a la salida; yo, yo tengo miedo —dijo Boyd, con cara de susto.

—Ya lo sé querididita, eres patética y sonza —afirmó Mathilde.

—Cállate, serpiente. ¿Qué pasaría si vuelven a asaltar a Matheus?  —preguntó Patty.

—Usted perdone —se excusó Mathilde—. Creo que estoy muy cansada de escuchar de tus miedos. Es mi hermano, no te metas.

Matheus oyó lo que decía Patty y respondió solemnemente:

—Déjala en paz. Por lo menos se preocupa por mi bienestar.

—¡Bah, bah, bah! —exclamó su hermana.

—Tu hermana no te quiere como yo te quiero a vos —dijo Patty, tomando del brazo a Matheus.

—¿Me quieres? —dijo Matheus, humedeciendose los ojos de emoción.

—¡Ah! ¿Si sabes que él no es polígamo?  —exclamé, mirando a Boyd a los ojos.

—¿Te pensás que sos la única estrella del firmamento, loca? —retrucó Mathilde.

—Eso es una tontería —respondió Boyd— .
Matheus me necesita, soy su cable a tierra.

—Y yo necesito beber más, tarada. Por favor, dejen de decir estupideces que me suele la maldita cintura —dijo Mathilde, sin vacilación ni temor.

—Ya me imagino porque te duele el cuerpo —dijo Boyd, emitiendo una risilla.

Mathilde respondió fríamente:

—La que se cree princesa, que se cierre el pico de una buena vez ... Conozco unos sujetos que andan procurando asaltar a idiotas como vos y puedo decirles a que hora salís de tu casa.

Después de oír a la rubia en tono amenazante, Boyd alzó su bolso del suelo y entró por la puerta del super. Mathilde descendió de mi auto explotando de entusiasmo, le encantaba cerrarle la boca a la gente, ella podía demostrar su fortaleza mental sin vacilar y eso era muy atractivo para mí.

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Infames (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora