La debilidad no está en las mujeres

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Matheus me quiso acompañar mientras tomaba el desayuno a media mañana en la oficina.

—Demetrius veo en tu rostro una mirada de resignación —me miró fijo y buscó en su gesto una determinación.

Papá tenía razón sobre mí, soy un fracaso.

—¡Dios! No te culpes así, yo hice un trato con mi padre de que siempre iría a priorizar las finanzas sobre las mujeres. Me convenció con sus alagos falsos y ahora me reconocen por lo farsante que soy —dijo Matheus, mientras bebía su quinta taza de café.

¿Por qué estropeamos todo entre nosotros?

Cuando nos conocimos esa vez en el hipermercado, solíamos ser como niños y ahora que estás a punto de casarte con mi hermana... ¿Cómo lo haces?

Es fácil, Mathilde yo seguimos actuando como niños. ¿A dónde vas ahora?

Voy a jugar la última carta que me queda...

¿Pero con quién?

Con Patty —respondió con la voz altiva.

¿Qué? ¿Es una broma? —bramé—, ¿en serio me estás diciendo que no queda nada entre Monique y tú?

Monique es débil de mente. Si no tuviera esta absurda pena, ya le hubiese hablado para que se olvide de mí.

Ojalá existiera un borra memoria para usarlo con su mente. Pero eso no existe.

¿Y si entrarás en su mente?

Convencela de que soy un hijo de puta —dijo con voz lacerante.

¡Ja! No me hagas reír.

¿Qué otra opción tenemos?

Ninguna. Oye, empiezo a creer que tu mente es más retorcida de lo que pensaba.

Matheus era un tipo de muchacho demasiado conciente de su propia debilidad, y por eso, con tal de tener atrás a varias mujeres podía lidiar con los reclamos y los celos infinitos de todas, como si fuera un acto de sumisión.

Desde entonces él divagó como siempre y gradualmente se convirtió en una especie de tipo enfermizo con el trastorno de limerencia, que pasaba sus tiempos libres meditando sobre el dinero y las mujeres.

Su hermana le exigió que dejara de ser un patético Don Juan y que decidiera cual sería su acompañante para la boda. Necesitábamos ese dato para poder organizar la distribución de las mesas en el salón de fiestas.

Mientras tanto, Monique fantaseaba con que sería la elegida. Así se reducía a una paradoja similar al de perseguir el amor con el odio. Ella lo empezó a tratar mal porque se había cansado de ser la segunda o la tercera en su vida. Sin embargo, el rubio parecía concentrado y predispuesto a tener un diálogo ameno con ella.

Finalmente, les pedí de buena manera que nos juntemos en el bar de la esquina al otro día, después del trabajo. Monique apareció sin su uniforme. Traía una falda corta color verde con flores blancas y unas sandalias transparentes que le había prestado Mathilde.

Monique se sentó en una silla alta junto a barra y ajustó sus rodillas, mientras todos veiamos al Matheus calibrar su mirada en sus piernas y en sus pies. Todos disimulabamos, riéndonos por dentro mientas bebíamos cerveza y comíamos unos bocadillos salados.

Matheus no podía esconder su lascivia. Los ojos de el rubio revoloteaban como mariposa inquieta al ver los hermosos pies de Monique. Por suerte Patty no estaba en el bar para arruinar el momento.

Llegó un momento de la noche en que mi amigo había bebido demás y se puso a recomendarme algunos puterios de la zona, y antes de que Mathilde pudiera replicar algo, me levanté del taburete y le hice una señal con la mano a Monique para que se sentara a su lado.

De pronto y sin darnos cuenta, Matheus estaba besando frenéticamente a Monique. El rubio sin duda era un gran vendedor de fantasias. Coronando la noche, decidimos irnos y dejarlos solos hacia su propio futuro.

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Infames (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora