Paciencia

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Construyes una relación firme en tu trabajo. Cada vez que nos vemos en el horario laboral, hablamos de tonterías y nos reímos. Si le quitas eso a Matheus, por supuesto que se sentirá mal por la pérdida.

Matheus había sido suspendido en el trabajo porque Monique declaró un abandono de persona. El paragua lo pensó durante unas horas y luego resolvió que el rubio sería suspendido durante nueve días, sin goce de sueldo.

—Escuché cosas increíbles sobre ti — bromeó Patty, con una voz melosa.

—Señorita Boyd, yo soy Demetrius — agregué con voz átona— Matheus ya está por llegar. Hoy es el retorno del emperador.

—¡Hola, ya estoy de vuelta! —bramó el rubio con fuerza.

—¿Volviste? exclamó Mathilde, sin vacilación, ni temor.

—Así es. El período de suspensión
terminó —vociferó el rubio a todo volumen.

—¿Cómo has estado? ¿Qué estuviste haciendo durante esos nueve días de castigo? —preguntó Monique con una voz teatral y afectada.

—La verdad hice muchas cosas aunque no lo crean. Una exclusiva empresa de banquetes para eventos me contrató como ayudante de cocina —comentó el rubio con una risilla.

—Parece que tu billetera está llena nuevamente —agregué.

—¡Ja! No entiendo como siempre tienes suerte con la guita, porque con las
mujeres... —cuestionó Monique.

—Gané mucha plata haciendo tostadas con salmón ahumado como aperitivo, en dos bodas —dijo Matheus con voz jadeante.

—Tal vez sos un gran chef o un gran embustero —dijo Monique con un voz distante y fría.

—Dígame, Monique, ¿Por qué le pediste al paragua que me suspenda? —preguntó el rubio con una mirada nerviosa.

— ¡Ja!  Estoy embarazada y me has dejado caer al pavimento —dijo Monique sollozando.

—¿Qué quiere de mí? —preguntó perplejo —, ya se lo sé todo.

—Claro que no —respondió ella.

—¿Qué nos dice usted, ciudadana? —dijo Matheus mirando de cerca a Mathilde.

—Cálmense. Esta lloviendo. Deberíamos ir al café de la esquina a la noche para pláticar con tranquilidad —agregué con la voz quebrada.

—¿Está usted lista, ciudadana? —dijo Matheus  mirando por el rabillo del ojo a la rubia.

—¡Cállese, subnormal! —chilló Mathilde, tirando su chaqueta al piso con estrépito.

—Ven, no te tengo miedo —susurró el rubio.

—Matheus, te lo merecías por hijo de
puta —gritó en la cara al rubio— , vos hacés lo que querés y no das marcha atrás.

—¡Ajá! Vos estás demente y nadie te dice nada —le dijo Matheus, cuando le subían las lágrimas.

Tranquilícese, Matheus. Yo estoy bien — dijo Monique—. Y ¿cómo te enteraste que había sido una mentira lo de mi embarazo?

—No lo diré. Pero debo decir que una gentileza de una buena mujer que se apiadó del corazón de mi madre.

Luego Matheus se irguió y se dirigió hacía mí y me dijo al oído un gracias.

Abrí redondos los ojos para expresar mi asombro y lo miré como suelo mirar a una película de terror.

—Conmigo nunca debe tener secretos y mucho menos de estas magnitudes —dijo Matheus con un sonido gutural.

Matheus, desconcertado había comenzado a llorar. Las lágrimas corrieron por sus mejillas rojas y tuve que sentarme a su lado para abrazarlo.

—¿Ahora abrazás a los ineptos? —dijo Mathilde, mirándome con asombro.

—Por Dios, ¿acaso querías ser padre? — exclamó Patty, curvando la comisura de sus labios.

—Sí.

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Infames (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora