Falacia

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   Me levanto a las seis y salgo de mi cama a las siete, no preocupo por nada. Porque preocuparse es una pérdida de tiempo.

Mi madre y yo tenemos la suerte de tener una relación cercana, soy su único hijo. Le he contado sobre Monique y lo que pasa entre ella y el rubio.

—¿Hasta cuando seguirán con la mentira?

—No lo sé.

—No crees que ahora es el momento adecuado para decirle a la madre de Matheus que su hijo no le dará ningún nieto.

—No es mi decisión. Creo que lo mejor va ser esperar —agregué—, yo no quería decirle nada, quería ser más paciente.

—¿Lo hacés por presión, verdad?

Mi madre vio varias veces a Mathilde presionarme para que haga cosas. Pero en este caso Monique insistió que se hiciera su voluntad, así que accedí a seguirles el juego. Me di por vencido. Así que mamá no estaba teniendo una buena impresión después de toda esta falacia.

Así es. Mathilde dijo que si no guardaba silencio me guardaría rencor por siempre.

—Me preocupa mucho la madre de Matheus. Yo no puedo compartir un café en esta mesa y fingir que todo esta bien.

—Lo sé.

—Y ¿cómo explicaré que esto es solo un embuste? — Su voz sonó como si dijera algo incongruente.

—Puedes tener por seguro que esa mujer se enfadará. Pero ¿qué tiene que ver esto con nosotros, contigo y conmigo?

—Hijo, es la lealtad.

—Si supieras cuán distraído estoy por no meter la pata, no insistirías con tanta obstinación en este tema. Puedes decirle a la señora lo que creas que debas decirle. Yo saltaré el charco. ¡Y... asunto concluído!

—Esta bien. Gracias por darme el visto bueno —dijo mi madre juntando sus palmas arriba de la mesa.

—Lo último que quiero hacer es causar complicaciones. Ya no puedo ser útil con este engaño —dije—. Además sostienes sin cesar que lo dirás.

Mi madre suspiró.

—Demetrius, no seas infantil. ¿Quieres que esa mujer se ilusione? No quiero que todo termine en desgracia.

—Entonces ¿La vas a llamar por teléfono?

Solo entonces abrió los ojos.

—¿Te has vuelto loco? Iré a su casa. Yo no soy como Lalo que cuenta los chismes por teléfono, yo los digo a la cara.

—Pues, confío más en Lalo. El tiene un pensamiento neutral. Deberias ir con él a visitar a la señora. Seguro que si habla Lalo, en modo Enchanté evitarás el mal trago.

Mi madre negó con la cabeza, levantando sus ojos y dijo:

—Invita a cenar a las dos arpías —su voz sonó como si tuviese ira.

—¿Quién?

—Mathilde y Monique —dijo mi madre.

—Está bien. Pero quiero que prometa que meditarás sobre tus palabras —le dije en un tono risible.

—El día que vino tu compañera me desagradó verla fumando como un cerdo — inquirió mamá.

—¡Ja! ¿te cayó mal?

—No tanto como su hermana con cara de loquita y una vida vacía —masculló mamá, elevando una ceja.

—Esa es Rubí. ¡Mamá sos ordinaria! — exclamé, soltando una carcajada.

—Sí, sí, claro. Vos decís eso. Pero bien que te la follaste.

—¡Mamá! —exclamé ojiplático.

Me incorporé asustado en la silla de madera. Aunque debí pensar que mi madre estaba durmiendo ese día con un ojo abierto.

—Hijo no eres nada razonable.

—Perdón... —murmuré con voz seca.

Cuando mamá escupió esas palabras, sentí un miedo indescriptible. La voy a decepcionar, pensé; pues la imagina cosas que no son y que no vé.

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Infames (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora