Aire fatuo

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El amorío de la pelirroja no significaba nada. Yo le había dicho a Monique que se despegue del rubio, que no luche en vano. Yo la quiero y no voy a negarlo, pero todo esto es tan inusual. La verdad que todos nos confiamos. Pero nada pasó hasta ahora y en momentos como este no sé que decirle a Matheus.

La luz tenue del porche no iluminaba demasiado. Estaba pensando y bebiendo cerveza. Y allí me encontraba sentado en una silla de mimbre, tomando aire, sin una sola idea práctica.

Al día siguiente, a la mañana, Monique se reunió con su tío, el paraguayo. Ella quería que despidan al rubio, diciendo que él había tenido relaciones sexuales en un baño del hipermercado con una prostituta.
Esa misma mañana, nuestro jefe nos dijo cómo serían las cosas de ahora en más. Monique estaba de pie, junto al escritorio del paraguayo con la mirada vidriosa, jugueteando con el pliego de su camisa blanca. Matheus no dejaba de beber café. Y el resto de los empleados permanecimos en silencio con las miradas dubitativas.

—¿Quiero saber quién es el degenerado que trajo una prostituta al hipermercado? —dijo el jefe con voz tajante.

—Nunca pasó eso —dijo Matheus señalando las cámaras de seguridad —, pueden revisar las cintas.

Por un momento pensé que iban a echar a Matheus.

—Lo haremos.

Monique dijo con una voz diabólica que no era necesario. Me acerqué silencioso y negué con la cabeza.

—Jefe, no hay prostituta —inquirió Mathilde—, mi hermano solamente se besaba con Monique en horario de trabajo. Solo es eso, no hay nada más que eso.

Monique se quedó paralizada escuchando lo que había dicho mi esposa. De alguna manera, hizo que el jefe se enfadara.

—¿Y tú? ¿Qué tienes que acotar?  —exclamó el jefe con el entrecejo fruncido —, ustedes dos se conocieron en este hipermercado y burlaron las normas.

—Pero, no me van a condenar a reclusión perpetua... —agregó asustada.

—De su casamiento se enteró todo el mundo. Ustedes no tuvieron miedo al despido y ahora están casados legalmente —añadió el paraguayo irónicamente.

Mathilde estaba sudando frío, sabía que el momento del castigo había llegado. La pateé tímidamente en su tobillo y ella se quejó de dolor, y entendió que era el momento propicio para ablandar el corazón del paraguayo. La rubia se agarró el pecho y comenzó a lloriquear como una niña. Luego exageró y dijo que le dolía el pecho. Ella cayó de rodillas y balbuceó que llamaran rápido a la enfermera.

Matheus abrió los ojos como platos y gritó que le estaba por dar un infarto. Me acerqué a consolarla y vi que su rostro estaba enrojecido, ahí comprendí que no se trataba de un acting para persuadir al jefe.

La enfermera llegó con su maletín de primeros auxilios y al revisarla dijo que había que llamar a la ambulancia urgente. Mi esposa se tocaba el cuello y se empezaba a ahogar. Parecía que quería vomitar.

—Señor, recátese —dijo la mujer.

—Señorita, yo soy el esposo —dije sin vacilación.

Entonces la miré confundido y sentí que una debilidad extrema recorría rápidamente mi cuerpo.

La mujer se puso los anteojos, se acercó a mí y dijo:

—Si tienes vehículo, ve al hospital y espéreme ahí. Por qué aquí estorbas.

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Infames (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora