Una noche en un millón

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Después de una agradable cena entre amigos, me sentí satisfecho por haber compartido un momento importante para Mathilde y su hermana ya que ambas cumplían treinta años.  En realidad todos estábamos extasiados, después de unas cuantas cervezas y algunas copas de champagne. Entonces sus rostros adquirieron un peculiar dinamismo: no era enfado (aunque estaban ebrios), sino mero dinamismo por hacerme una pregunta transcendente.

—¿Podemos dormir aquí? —dijo Rubí, jalandome del brazo.

—¿Donde está Matheus y Monique? — pregunté— ¿se han ido?

—Están en el cuarto de baño —agregó Mathilde con una risa energética.

Me asomé y pude ver a través del vidrio esmerillado color azul de la puerta de madera, una silueta que se movia frenéticamente.

—Bien; estos dos no pierden tiempo. Matheus tiene un proyectil en sus pantalones —mascullé.

—El rubio está hechizado —interrumpió Rubí— en Luxemburgo la gente hacía magia negra y es evidente que Monique le hizo algo.

—¡Ja! Debe tener algún muñeco vudú —dijo Mathilde en un tono risible.

—Hablá con prudencia, porque si te oye te estrangulará —susurré, mientras sacudía el mantel de la mesa— vayamos a la cocina para hablar de ésto.

Las muchachas se sentaron en la mesa y siguieron hablando sobre Monique.

—Verás, Matheus es un niño bien. Es rubio de ojos claros, tiene un buen poder adquisitivo. ¿Por qué andaría tras la falda de esa mugrienta? —agregó Rubí, mirándonos con los ojos dilatados.

—Es cierto. Monique es descuidada con su higiene personal, siempre anda con su cabello alborotado y su indumentaria deja mucho que decir —inquirió Mathilde.

—Lo sé. ¿Qué es el vudú? —exclamé desorientado.

—Bueno, el vudú no es una religión en sí misma, aunque lo mas parecido es la definición que afirma que es una mezcla de creencias religiosas cristianas y africanas. Es algo muy similar a la quimbanda brasileña, combinado con el vudú de Haití, el haitiano —afirmó Rubí, emocionada por la plática.

—No lo sé. ¿Cómo es que sabes de estás cosas en particular? —pregunté, mientras le servía una copita de moscatel a las damas.

Los luxemburgueses son muy cerrados de mente, pero tienen sus secretos —dijo Rubí vigorosamente.

—¿Ellos hacen hechizos con fines maléficos? —pregunté.

—Naturalmente, aunque es un país cristiano, pero también hay musulmanes, judíos y budistas —dijo balbuceando.

—¡Aja! Estás ebria, muchacha. Ahora tú estás arrastrando las palabras —chillé.

—¡Cállese! Eso dices para alimentar tu
ego —gritó mientras me apartaba con un suspiro.

—Lo dices como si esta celebración hubiese sido bastante desdichada —agregué—
fíjate como disfrutan ese par de conejos.

Mathilde alzó la cabeza para mirar la hora en el reloj cucú.

—Vaya, vaya. Están encerrados en el baño hace una hora —agregó e hizo un gesto con la mano, como si necesitara silencio total para poder oír— Demetrius, apaga la radio por favor.

Con la cabeza inclinada, Rubí estaba intentando descifrar lo que decían, pero solo eran gemidos. Su semblante se había endurecido y sus ojos azules habían adquirido una expresión intensa.

—Tengo una idea, hagamosle una broma — dijo Mathilde curvando la comisura de sus labios rojos.

—¿Qué sucede?

—Saquemosnos las camisetas y vayamos los tres a tu cama —dijo la cajera con una risa demente.

Mi respiración se entrecortó durante un instante, pero acepté en un santiamén, aunque tenía un cierto temor que mi madre saliera de la cama y viera semejante espectáculo.

—Cuando ellos terminen de hacer sus cosas  inmediatamente irán a ver donde
estámos —inquirió Rubí— es una buena idea.

Fuimos a mi habitación y las muchachas comenzaron a desvestirse, arrojando la ropa por los suelos. Rubí lanzó su blusa color dorado y su sujetador por los aires.
En ese preciso instante tuve la sensación de que toda esa situación la había provocado el alcohol. Sin embargo las treintañeras estaban esperandome en mi cama con los senos erguidos, bajo un edredón que le había pertenecido antiguamente a mi abuela.

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Infames (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora