Nostalgias de último nomento

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Viejo, cómo te extraño. Pensaba mientras hacíamos tiempo. Todos los padres tienen la ilusión de ver a sus hijos casados. Está bien, todavía me es difícil aceptar que mi padre ya no está para verme. No había duda de que mi pensamiento era lógico. Pero no le importa a nadie, excepto a mi madre.

—¿Por qué tienes esa cara? ¡Tenés que aprovechar, Demetrius! —exclamó mi madre.

—Es verdad, solo estaba pensando que esta alianza me aprieta el dedo. La semana que viene iré con el joyero para que me la agrande un poco.

¿Nunca te pusiste a pensar que podrías haberte casado hace un año? —preguntó mi madre efusivamente—. ¡Qué bueno que por fin lo lograste! Aunque ha pasado demasiado tiempo.

—Ciertamente, me hubiese gustado haberlo hecho antes —repliqué— , para Rubí pudiese ver la evolución de su gemela.

Mamá se puso a meditar sobre todo esto, hasta que soltó una risa y me dijo que seguramente, si Rubí estubiese viva pensaría que soy un hombre traicionero y deshonesto. Pero la pregunta era: ¿Ella me amaba? Para suponer cosas... bueno, podemos imaginar lo que queramos a estas alturas de la vida. Rubí no era precisamente Blanca Nieves, sin embargo, estuve meses esperanzado —si por casualidad— ella quería tener algo conmigo. Yo amaba su ímpetu a la hora de vestir, usaba prendas doradas a toda hora, pero ridícula no era.

—Mientras más edad tienes, te das cuenta de quienes son merecedores de estar en tu vida —dijo mi madre, como si estuviese asombrada de su propia intuición.

Mi madre tenía un pensamiento ecuánime, siempre fue serena y equitativa. En la mesada había un montón de tazas sucias, y en la mesa habían latitas de cerveza abolladas. Apareció Patty y se puso a limpiar el desorden provocado por Monique, Mathilde y su parentela. Cuando terminó se acercó con un repasador en su mano y su teléfono celular en la otra. Llamó al salón y al cortar la llamada abrió los ojos como platos.

—Hace media hora que llegó el servicio de lunch al salón de fiestas —gritó— , ¡Vámonos ahora!

Todos la miramos paralizados y salimos por la puerta como si fuéramos ganado. Mathilde en cuanto salió, otra vez sintió la necesidad de ir a orinar y retocarse el maquillaje. Adujo que padecía ansiedad.

En la calle íbamos caminando, otros en auto. Por efecto de la niebla, el pésimo alumbrado público y el alcohol que llevábamos dentro, hacía que vayamos a paso de tortuga.

Cuando llegamos al lugar vimos que la luz verde se acentuaba en las paredes espejadas. Todo estaba muy bonito decorado en verde y rosa. Las mesas eran redondas y estaban adornadas por rosas rosas y pequeñas macetas con un buen mantillo de helechos.

Mathilde tomó mi mano y me llevó a una barra angosta y larga. En la pared había infinidad de licores finos en repisas de madera. El mozo se pasó la mano por su frente y nos preguntó qué queriamos beber.

—Quiero un Blenders —pidió con determinación.

En ese momento Matheus apareció y le entregó gentilmente a su hermana una pulsera de oro grabada con tres nombres: Matheus, Rubí y Mathilde. El rubio rompió el clima (créanme) su hermana rompió en llanto antes de poder dar un trago a su destilado.

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Infames (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora