48. Testamento

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Empecé a abrir los ojos despacio cuando una luz tenue y aún débil, propia de los primeros rayos de sol de mañana, se fue filtrando a través de mis párpados. Me encontré con los ojos verdes de Blanca. Me miraba y sonreía. Entonces sentí su cuerpo sobre mí. Acercó sus labios a los mios. Por mi parte apenas hubo respuesta, seguía medio dormido, como en una especie de trance.

—Buenos días...

Volví a cerrar los ojos. No sé muy bien por qué pero estaba excesivamente cansado, pese a haber dormido en aquella cama enorme y blanda, con sábanas sedosas y mantas gruesas.

—Max...—escuché su voz en mi oído, como un rumor lejano—Debo ir a las galerías, nos vemos allí...

Inconscientemente asentí. Su peso desapareció, dejé de sentirla sobre mí y al hacerlo desperté por completo.

—Blanca, espera

Ella, que abría la pesada puerta de madera del armario se detuvo. Se volvió y me sonrió. Yo le tendí mi mano.

—Ven

Volvió a mi lado. La besé mientras la tumbaba en la cama y me colocaba sobre ella. Mis besos pasaron a su cuello, mis manos recorrieron su pecho, su cadera, sus piernas.

—Max, ahora no puedo, tengo que irme...

—Cinco minutos

Resopló. Sus manos se dirigieron a mi pecho y me apartó de ella. Me dejé caer sobre la cama. Volvió al armario, volvió a rebuscar entre la ropa, sacando un vestido negro, de mangas, largo hasta sobrepasar las rodillas, con algo de encaje en la parte del cuello y algo del pecho. Elegante y discreto. Sacó sus tacones, también negros.

—Vas a venir conmigo, ¿verdad?

—Claro

—Yo estaré en el despacho, tú mientras puedes esperar fuera...después de contaré todo

No dije nada. Me puse en pie y me vestí bajo su atenta mirada. Envolví mi cuello con la corbata y empecé a hacer el nudo pero ella me detuvo. Lo hizo a toda velocidad, como algo ya mecánico y siguió a lo suyo. Al volverse aproveché para darle un cachete en el trasero. Rió. Sonreí para mi mismo al ver que todo iba volviendo a la normalidad. Poco a poco.

Una vez listos dejamos la casa. Con el coche negro, chofer incluido, llegamos hasta las galerías. Nos separamos. Ella entró por la puerta principal, yo seguía relegado a la de servicio. Me crucé con alguno de mis compañeros, que se extrañaron y se ilusionaron al mismo tiempo al verme allí de nuevo. Subí al hall. Don Emilio estaba allí.

—Veo que usted sigue al pie del cañón

—¡Maximiliano! Que alegría verle de nuevo, ¿qué tal París?

—Una gran experiencia sin duda

—Seguro que estaba usted mejor allí que aquí

—Bueno, según como se mire...

—¿Doña Blanca está arriba?

Asentí. Él torció sus labios y pasó su brazo por mis hombros. Me guió hasta una zona algo más calmada y menos concurrida por empleados y clientes.

—No diga que yo se lo he dicho pero algo grande le va a venir hoy encima a Blanca...y no sé si para bien o para mal...lo que me preocupa de veras

—¿Algo grande? No entiendo a que se refiere...

—Últimamente se ha comentado, y ya sabe que a mí los chismorreos no me gustan, que don Esteban y doña Blanca no se despidieron de la mejor forma posible...

—¿Quiere decir que antes de venir Blanca a París discutieron?

—Precisamente...Ella le echó en cara muchas cosas, cosas en las que llevaba razón mientras que él echó otras tantas

—¿Qué tipo de cosas?

—Eso no lo sé, Maximiliano...si quiere saber pregúntele a ella...aunque supongo que después de la lectura del testamento todo se verá mucho más claro

Aquella conversación con don Emilio me dejó mucho más confuso de lo que estaba. Blanca no me había dicho nada acerca de una discusión, ni acerca de echarle cosas en cara a Esteban. Decidí pensar que no tendría más importancia.

Subí hasta la séptima planta. La puerta del despacho estaba cerrada. Clara estaba sentada en su escritorio anotando algo en su carpeta. La saludé con un gesto leve y me senté en uno de los sillones. Miré mi reloj, las 10 de la mañana.

—Parece que va para rato...

—No importa, espero

Un pitido y una luz roja resonaron en el pasillo. Clara apretó uno de los botones. Una voz que desconocía emergió por aquel altavoz. Clara, por favor, traiga café. Clara desapareció. Yo seguí esperando, mirando a la nada, de vez en cuando ojeando a la puerta del despacho. Tan solo salían palabras sueltas como "bienes", "propiedades", "herencia"...

Suspiré algo nervioso. Miré mi reloj, las 11:30h. Dirigí mi mirada a la puerta. De pronto, la manivela empezó a girar, la puerta empezó a abrirse. Salió un tipo alto, moreno, con bigote y el pelo engominado. Vestía un traje gris oscuro, muy elegante. Tras él, Blanca. Le sonrió amablemente mientras se agarraba a la madera de la puerta. Estaba pálida. Algo no iba bien.

—Clara, indique el camino al señor Martínez, por favor. Ha sido un placer y gracias por todo.

Me puse en pie. El tal Martínez y Clara no tardaron en desaparecer. La mujer de la noche anterior, quien después descubrí era la hermana de Esteban, salió del despacho con semblante serio y llegó al ascensor. Blanca entró en el despacho sin ni siquiera mirarme. La seguí y cerré la puerta a mi espalda. Ella se apoyó en la mesa de dirección, pasando su mano derecha por su rostro.

—Blanca, ¿qué ha ocurrido?

BlancaWhere stories live. Discover now