12. José

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El desconocido me lanzó contra la pared. Mi espalda se resintió al chocar con aquel muro de cemento. Se acercó a mí. Bajo la luz intermitente de aquella farola pude ver su rostro. Era moreno, con los ojos completamente negros, su piel era dura, bastante áspera, aunque una barba frondosa y oscura cubría la mitad de su rostro.

−Te acuerdas de mí, ¿eh?

Claro que le conocía, ¿como no iba a recordar aquel rostro?

−Imposible olvidarte, José

−Sabes por qué estoy aquí, ¿verdad Maximiliano?

−Sí, lo sé

−Solo he venido, como amigo, a hacerte una recomendación

−Tú dirás

Intenté mantenerme firme frente a él. No sabía si eso iba a mejorar o a empeorar la situación. Luego descubrí que más bien lo segundo.

−¿Qué es lo que sabes?

−¿Sobre qué?

−No te hagas el listillo conmigo. Te preguntaré otra cosa, ¿dónde está Inés?

−No lo sé

Vi como llevaba su mano derecha hasta su bolsillo y sacaba algo brillante. No me dió tiempo a reaccionar. De repente, una finísima, y seguro que robada, navaja tomaba contacto con mi cuello. Decidí que no moverme sería la mejor opción.

−¿Y bien?

−Inés se ha ido esta mañana, me dijo que debía volver a su casa, pero te prometo que no tengo ni idea de si está allí

−Quiero más, porque tú, Maximiliano, sabes más de lo que me cuentas

−Solo sé que te pidió ayuda para venir a Madrid

−¿Ayuda? ¿Eso te ha contado? ¡Será zorra!

Se separó unos centímetros de mí, apartando también la navaja, que ya había dejado su marca sobre mi cuello. Tan solo era un rasguño pero sangraba ligeramente.

−¿Sabes lo que me ha hecho? ¡Esa hija de su madre me robó!

−¿Cómo?

−Vino a verme con toda esa patraña de que quería venir a Madrid y entonces se llevó parte de mis joyas

−Que tú habías robado

Me volvió a lanzar contra la pared. Sentí incrementarse el dolor. Era un dolor sordo y seco justo en el centro de mi espalda.

−Eso no es asunto tuyo...−la navaja rozó mi mejilla

−Lo sé. Te he dicho todo lo que sabía, ya no sé nada más, no sé ahora dónde está ella y te prometo que nunca saldrá una palabra sobre esto de mí pero, por favor, déjame entrar...

−Está bien, ni una palabra, Maximiliano...porque sino ya sabes, puedo venir a hacerte alguna que otra visitilla, vives muy bien aquí por lo que se ve

Me aparté de él y entré a toda prisa en las galerías. Pasé por delante de la habitación de Blanca, que ahora estaba completamente vacía. Como me hubiese gustado que ella hubiese estado allí para poder asegurarme de que estaba bien, encogerme entre sus brazos e ilusionarme con que todo iba a volver a la normalidad, que toda esa pesadilla iba a acabar.

*******

Abrí los ojos al escuchar abrirse la puerta de mi habitación. Pensé que era José y me puse alerta, levantándome de la cama tan rápido como me fue posible, el dolor seguía instalado en mi espalda.

−¡Joder Max! ¿Qué haces? ¡Qué susto!

−Pedro…

Me dejé caer sobre la cama. Él cerró la puerta y se sentó a mi lado.

−Solo venía a ver como estabas después de lo de anoche

−Creo que eso debería preguntarlo yo, ¿no te parece?

La voz de doña Blanca corrió por los pasillos. Me vestí sin demasiado ánimo y salí con Pedro hasta llegar al hall.

−Maximiliano, baje esto al taller

−Por supuesto don Emilio

Cogí el par de papeles de pedidos y bajé con desgana. Al llegar al taller ni siquiera las chicas repararon en mi presencia.

−Doña Blanca…

−Oh, los pedidos, dejelos sobre mi mesa

Otra vez la distancia. Los dejé sobre el montón de papeles que siempre decoraban su mesa. Iba a salir cuando su voz me detuvo. Me giré y la vi acercarse a mí, acercarse mucho a mí. Creo que desde el día en que me tomó medidas no habíamos vuelto a estar tan cerca dentro del taller.

−¿Qué es lo que tiene en el cuello?−me susurró

Llevó sus dedos hasta mi cuello y acarició mi pequeña herida con la yema de sus dedos. Fijé mi mirada en ella y ella me la devolvió sin apartar sus dedos de mi piel.

−¿Quién ha sido?

−No quiero meterla en líos

−Digamelo

Levantó su rostro hacia mí. Quería besarla, en aquel preciso instante quería volver a sentir sus labios junto a los míos pero no podía hacerlo, estábamos en medio del taller. Un par de golpecitos en el cristal hicieron que nos separaramos. Esteban reclamaba su presencia en el pasillo. Nos había visto, estaba seguro de ello, pero no me importaba lo más mínimo.

Ella se separó de mí y salió al encuentro del director de las galerías. Les observé desde dentro, a través de aquel cristal translucido.

Vi como su rostro se volvía cada vez más y más pálido y llevaba su mano derecha hasta sus labios, gesto que repetía siempre que estaba preocupada por algo. Desde allí no podía escuchar lo que Esteban, también con rostro serio, le decía.Estaba claro que algo pasaba, y no bueno. Ella asintió y volvió a entrar en el taller.

-Maximiliano...suba al vestíbulo por favor…

−¿Qué pasa?

−Suba

BlancaWhere stories live. Discover now