42. Romántico

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Me senté en el borde de la cama. Me sentía extraño. Me hubiese dejado caer y hubiera dormido hasta el día siguiente pero, aunque estuviese agotado, no podía hacerle eso a Blanca. Ella se incorporó y se apoyó en mis hombros mientras sus rodillas descansaban sobre las sábanas. Recorrió mi espalda con las manos para pasar después a mi cuello. Empezó a desabrochar los botones de mi camisa, sus labios rozaron mi oído, sus dientes mordieron el cartílago de mi oreja. Toda mi piel se erizó.

—Estás cansado...¿verdad?

—Pues la verdad es que...

—Desvístete—me cortó

Hice caso. ¿Cómo iba a negarme a ella? Me quité la camisa y la dejé sobre una de las sillas, haciendo lo mismo con los zapatos y los pantalones.

Ella me miró, pícara. Dio un par de palmadas sobre la cama, indicando que fuese a su lado. Me tumbé boca abajo, apoyando mis brazos en la almohada y mi cabeza sobre ellos. Al hacerlo todos mis huesos y mis músculos crujieron y empezaron a pesar más de la cuenta.

Noté el peso de Blanca sobre mi trasero y mis piernas. De pronto sus manos sobre mi espalda, empezó a masajearme despacio. Cerré los ojos ante el placer de aquel momento. Sus dedos recorrieron mi columna y mi cuello. Suspiré. Sentí como su peso avanzaba hacia mí.

—¿Te gusta?

Asentí repetidas veces sin ni siquiera abrir los ojos. Ella siguió con su masaje. Fue moviendo su cintura en círculos. Sonreí para mi mismo. Me di la vuelta, cogiéndola por la cintura para evitar que cayera. Soltó un grito rápido acompañado de una risa nerviosa. Me incorporé. Ella seguía sentada sobre mi cuerpo.

La miré a los ojos y aparté un mechón de pelo que caía por su rostro. De un modo salvaje la besé. Abrí su boca. Ella envolvió mi cuello con sus brazos y se apretó a mi cuerpo. Rompí el beso. Mis manos fueron directas al camisón que cubría su cuerpo. Tomé el borde y lo levanté, quitándoselo por completo. Lo arrojé al suelo. Ella respiró profundo. Besé sus pechos mientras ella recorría mi pelo con sus dedos. Gimió. Llevé mis manos hasta su entrepierna. Volvió a gemir.

En realidad no pensaba en ello pero era extraño. Íbamos a disfrutar el uno del otro en la misma cama en la que ella lo habría hecho con Esteban. ¿Qué sentiría ella? Su mano izquierda se encontró con la mía justo entre sus muslos. No solo siguió mi ritmo sino que lo incrementó. Mordió sus labios. Cerró los ojos. Echó su cabeza hacia atrás, elevando su barbilla y jadeó. Yo sentí crecer mi excitación. Ella debió sentirlo también.

Entreabrió sus ojos. Su mano dejó las mías y la llevó hasta mi pecho. Me obligó a tumbarme. Recorrió mi pecho con la yema de sus dedos y sus labios. Fue bajando hasta llegar a mi entrepierna. Cerré los ojos en el momento en que sentí una sensación fría recorriendo mi cuerpo. Agarré con fuerza las sábanas.

—Blanca...

Me tenía controlado. A su merced. Donde ella realmente quería que estuviera. El cansancio pareció ya no ser tal. Abrí los ojos y me incorporé. Ella me miró.

—Ven aquí

Se volvió a sentar sobre mis muslos, esta vez mientras entraba en su cuerpo. Gimió. Ahogué sus siguientes jadeos en repetidos besos cortos pero salvajes. Sus manos agarraron mi rostro con furia y su cintura dibujaba ahora un círculo perfecto, sin dejar de rotar sobre la mía.

—¿Me quieres?—me preguntó sin dejar de moverse y con los ojos cerrados

—Sí...por supuesto que sí...

—Vuelve conmigo entonces

Me miró fijamente. Yo aparte el pelo que caía sobre su rostro. La besé. No sabía como reaccionar en aquel momento. Mis manos agarraron sus glúteos y la pegué más a mi cuerpo. Ella llevó sus manos hasta mi espalda. Sabía lo que iba a hacer. No lo hacía a propósito, era tan solo un acto instintivo. Me arañó la espalda.

—¡Au!

Se detuvo. Me miró asustada y apartó sus manos.

—Lo siento...

Sonreí y la besé. Cogí su cintura y giramos en la cama. Su rostro se hundió entre las dos almohadas. Besé su cuello y entrelacé mis manos con las suyas.

—No pasa nada...me gusta...

Empezó a apretar mis manos con más fuerza. Sus piernas empezaron a temblar. Sus gemidos aumentaron. Tomé aire. Mis músculos ya se empezaban a declarar en huelga. Me iba a poder el cansancio. Cerré los ojos y en un último envite contra ella llegué a mi punto álgido. Me dejé caer contra su pecho. Ella cerró los ojos y mordió sus labios, dejando sin escapatoria un último gemido de placer.

Intenté recobrar el ritmo de mi respiración mientras ella recorría mi pelo con sus dedos.

—¿Qué me dices?

—¿Sobre qué?

—Sobre volver conmigo a Madrid...

—Blanca...no quiero volver a Madrid...estoy muy bien aquí...quédate tú aquí conmigo...

—Estás loco...no voy a hacer eso

—¿Por qué no? Dile que necesitas un tiempo, unas vacaciones...

—¿Y qué? ¿Huimos juntos?

—Sería romántico...

—Tú no eres romántico

—¿Cómo te atreves? ¡Claro que soy romántico!

—Demuéstramelo entonces

—Lo haré

BlancaWhere stories live. Discover now