33. Furia

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Cogí la fría manivela de metal y abrí la puerta tan rápido como me fue posible. Chocó con la pared. Ni siquera me preocupé de cerrarla. Salí a toda velocidad de mi habitación, no me fijé en que aún llevaba puesto el pijama. Corrí por todos los pasillos, deteniendome en cada una de las esquinas. No había ni rastro de ella. Era imposible que hubiese desaparecido tan pronto. Llegué a los pasillos de las chicas. Iba tan cegado con encontrarla que no vi a Rita que salía de su habitación. Los dos tropezamos de frente.

-¡Max!
-Lo siento Rita no te había visto, ¿sabes dónde está doña Blanca? Tengo que encontrarla
-No sé...Estará en su habitación o igual ya está en el taller...
-Gracias

Me dirigí hasta el taller. Miré a través de todos y cada uno de los cristales. Allí no había nadie. Suspiré y seguí corriendo por los pasillos. Tomé el pasillo que daba a la calle, deteniendome enfrente de su habitación. Abrí sin llamar a la puerta.

-¿Blanca?

No estaba allí. De la planta baja solo me quedaba un sitio en el que mirar. Cerré la puerta y puse dirección al baño de mujeres. Todos mis compañeros me observaban desconcertados al verme correr por los pasillos en pijama. Pero a mi no me importaba lo más mínimo.

Abrí sin pensarlo dos veces. Nunca había estado allí dentro. Una hilera de lavamanos con su correspondiente espejo tapaba la otra parte en la que supuse había exactamente lo mismo. Cerré la puerta y pasé el pestillo. Despacio e intentando recobrar la respiración me dirigí hasta la parte trasera, la que no se veía a simple vista. Me detuve en el extremo de la hilera de lavamanos al verla allí, mojándose la cara. ¿Había llorado? Ella no reparó en mi presencia. Me acerqué a ella. Vio mi reflejo en el espejo y se volvió.

-¿Se puede saber que haces aquí?

No respondí. Me pegué a su cuerpo, pegándola a ella al lavamanos. No sé que se apoderó de mi en aquel momento. Mis manos fueron directas a sus muslos. Subí su falda lo suficiente para poder levantarla. Ella apoyó su trasero en el borde del lavamanos. La besé, la besé furioso, mordiendo sus labios mientras mis manos recorrían sus pechos, su espalda y sus mejillas. Ella se agarró a mi pelo. No hacía falta que ninguno de los dos dijese nada, ambos sabíamos lo que queríamos decir. Lo podíamos decir sin palabras.

Me mordió el lóbulo de la oreja y yo besé su cuello. Mi mano derecha se introdujo por su falda, por sus muslos, por su sexo. Gimió. Jadeó. Cerró sus ojos. La volví a besar sin dejar de mover mis dedos dentro de ella. Ella volvió a gemir. Su respiración se fue acelerando, sus pechos se movían cada vez más rápido. Mi excitación fue creciendo con cada uno de sus gemidos. Abrí su camisa. Besé su pecho. Nuestros cuerpos empezaban a irradiar un calor superior a lo usual. La imagen que reflejaba el espejo que había a su espalda cada vez se volvía más borrosa.

Aparté mis dedos de su sexo. Ella me miró. Continuó sin decir nada. Bajé mis pantalones. Entré en ella. Cogí su cintura. Mordió su labio inferior y cerró sus ojos. Su mano izquierda se agarró con fuerza al lavamanos. Clavó sus uñas en él. Yo cogí sus glúteos entre mis manos. Pegué mis caderas a las suyas, invadiendo su cuerpo por completo. Ella envolvió mi cintura con sus piernas. Cruzó sus pies, utilizándolos como anclaje. Apoyó su cabeza en el espejó. Entonces vi mi rostro. Mis mejillas más coloradas que nunca, mi mirada brillante, pasional, furiosa, mi pelo revuelto, mi pecho acelerado y mis caderas frente a ella con un ritmo constante. Con la yema de mis dedos recorrí su cuerpo, desde su cuello hasta su cintura. Ella abrió su boca. Dejó escapar un suspiro.

-No dejes que me vaya...-susurró

Apreté mis labios y cerré los ojos. Embestí más fuerte contra ella. Gimió. Jadeó. Su mano llegó hasta mi hombro. Se agarró con fuerza. Me miró y me besó. Su lengua me invadió de lleno. Llevé mis manos hasta su pelo. Lo acaricié con una pizca de furia en mis manos. Ella apretó mis hombros, mi pecho, mi pelo. Sentí sus uñas en mi cabeza y sobre mis mejillas. ¿Qué nos pasaba?

Apenas podía ya controlar mi respiración. Apenas podía seguir con aquel ritmo. Mis músculos ya no eran mios, ya no respondían a mis impulsos. Apreté sus muslos. Seguí embistiendo contra ella, contra aquel lavamanos que parecía iba a romperse en cualquier momento. Ella intentó regular su respiración. Le fue imposible. Intentó controlar sus gemidos. Intento en vano. Me miró a los ojos, ardían igual que sus mejillas, igual que sus manos, igual que su entrepierna. Igual que todo su cuerpo. Igual que el mío.

Cerró los ojos con fuerza. Abrió la boca. Apoyó su espalda en el espejo. Sus manos se agarraron a mis antebrazos. Gritó. Gimió. Jadeó. Su cintura empezó a moverse en círculos. Su pecho empezó a moverse mucho más pesado.

Clavé mis uñas en sus muslos. Levanté mi rostro hacia el techo. Dejé escapar una respiración profunda. Un suspiro. Ninguno de los dos dijo nada. Abandoné su cuerpo. Ella bajó y me miró. Me dispuse a salir de allí pero ella me detuvo. La miré de arriba abajo.

-No quiero que te vayas...

Ella bajó su mirada como si sintiese vergüenza.

-Pero yo no puedo hacer nada...

Volví a intentar salir. Ella me cogió del brazo.

-No quiero perderte

BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora