25.¿Dónde estás?

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Antes de salir de mi habitación miré el reloj por última vez, las 7:30 de la mañana. Recorrí los pasillos despacio, con la esperanza de verla, de cruzarme con ella, de que ya hubiese vuelto de su noche con Esteban, que no hacía más que dolerme cada vez que lo pensaba. Una parte de mi me pedía que me convenciera de una vez de que Blanca solo me utilizaba para pasárselo bien en determinados momentos y que lo que me había dicho era todo mentira y simple fruto de la pasión del momento. Pero por otra parte yo seguía feliz en mi inocencia.

Pasé por delante de su habitación. La luz estaba apagada. Puse mis manos en los bolsillos del pantalón y suspiré. Justo en el momento en que me disponía a marcharme vi como la manivela empezaba a girar. Don Emilio salió de la habitación.

-¿Don Emilio? ¿Le ocurre algo a doña Blanca?

-Eso me gustaría saber a mí

-¿A qué se refiere?

-Doña Blanca aún no ha llegado…

-Es extraño, ¿no le parece? Ella suele estar aquí la primera

-Debe haberse retrasado hoy...Maximiliano, ¿me permite decirle, más bien aconsejarle, algo?

-Por supuesto, don Emilio, ¿quién mejor que usted para dar un consejo?

-Olvidela, haga lo posible por sacarla de su cabeza y de su corazón, donde me parece que ya le ha hecho un buen espacio. Doña Blanca no es una mujer para usted, créame.

-¿Es por qué es mayor que yo? Porque la edad solo es un número y…

-No es por eso-me cortó-Aunque no lo parezca, doña Blanca siempre va a estar del lado de don Esteban, y no precisamente porque esté de acuerdo con él. Para ella el trabajo es lo más importante y sabe que si algún día se enfrenta a él lo primero que va a perder es ese trabajo al que ha dedicado su vida. Ella es lista, ella no se la juega, y le digo esto porque la conozco desde hace muchos años. Si sigue embelesado por ella va a sufrir usted y va a sufrir ella.

-Pero eso no es justo...vivir con miedo a lo que Esteban pueda hacer es terriblemente injusto…

-La vida no es justa para gente como nosotros, ya debería saberlo Maximiliano.

-Y dígame, ¿cómo la olvido?

-Eso es ya problema suyo...ahí no llego a ayudarle…

Después de aquello don Emilio desapareció por los pasillos. Medité por unos instantes sus palabras, ¿debía realmente olvidarla? Todo a mi alrededor parecía indicar que don Emilio tenía razón, que ella nunca se la iba a jugar conmigo. Una mano sobre mi hombro hizo que me sobresaltara.

-Perdona, Max, no quería asustarte…¿has visto a doña Blanca? Tiene carta

-Lo siento, Pedro, pero no la he visto...creo que aún no ha venido

Dejé a Pedro atrás, tomé un café rápido y subí al hall. Estaban a punto de abrir las puertas a las que iba a seguir todo un largo día de trabajo. Miré mi reloj, me daba la sensación de que había pasado una hora más o menos pero al darme cuenta era prácticamente mediodía. Cerramos para comer y entonces llegó Raúl de la Riva, que empezó a gritar por el vestíbulo.

-Don Emilio, ¿se puede saber dónde se ha metido doña Blanca? ¡La necesito en el taller y no ha aparecido en toda la mañana!

-Señor de la Riva si lo supiera se lo diría pero no tengo ni la menor idea de donde está

-¿Pero cómo puede ser? ¿Y no ha llamado?

-No

-¿Y don Esteban ha llegado? Porque este par es capaz de…

Escuché medias risas entre los dependientes. Yo empecé a preocuparme, Blanca no era de las que hacía eso, no acudir a trabajar y ni siquiera llamar no era propio de ella.

-Doña Blanca está indispuesta.

Todos nos giramos hacia la calle. Esteban acababa de entrar en el vestíbulo. Se quitó el sombrero y las gafas de sol mientras avanzaba hacia el ascensor.

-¿Y no podía haber llamado para avisar? El taller está todo revuelto sin ella

-Apañenselas sin ella hoy  

Había algo extraño en aquello, algo que no me cuadraba demasiado. Perfectamente podría estar enferma pero la seriedad de Esteban siempre me hacía desconfiar.

Aprovechando el momento de revuelo en el hall bajé corriendo hasta las habitaciones y entré en la de Blanca. Me acerqué a su escritorio, por algún sitio debía tener anotado el teléfono de casa de Esteban. Encontré una pequeña libreta, de tapas duras y color azul. Empecé a pasar las páginas rápidamente, tan solo había cuentas del trabajo y de su dinero. Cayó algo al suelo. Me agaché y lo cogí. Era una fotografía. En ella había un señor alto con bigote, a su lado, sentada, una mujer preciosa, con el pelo recogido y un vestido largo. Se parecía mucho a Blanca por lo que supuse sería su madre. En sus brazos, una niña de unos 3 años, con dos coletas. La reconocí al instante, era Blanca, estaba seguro. La volví a meter entre aquellas páginas amarillentas. Allí no había nada. Seguí rebuscando en el cajón. Al fondo, mi mano rozó algo envuelto en plástico. Lo saqué y no pude evitar dibujar una sonrisa en mis labios. Blanca, la jefa de taller cargada de seriedad, escondiendo un par de preservativos en su cajón. Los cogí y los guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta. Mi mano se topó de nuevo con algo. Un pequeño papel con un número escrito. Bingo.

Salí de la habitación asegurándome de que nadie me veía y corrí hasta la garita. Marqué rápidamente aquel número y esperé unos instantes hasta que alguien al otro lado lo descolgó.

-¿Diga?

-¿Blanca?

-Sí, soy yo…¿quién es?

-Blanca, soy Max

-¡Max! ¿Cómo has conseguido este número?

-Eso no importa ahora...Sé que no estás enferma, ¿por qué no has venido?

-Estoy algo indispuesta...es cierto…

-¡Venga ya! ¿Me haces tan estúpido de creerme esa mentira de niño para no ir al colegio?

-De verdad...eres terrible...no puedo hablar de ello por teléfono...nos vemos esta noche, cuando termines el turno...en el hotel Pez Azul...calle Pizarro…

-Has pisado mucho ese hotel, por lo que se ve

-No quieras saberlo, tú solo ve

-¿Y Esteban?

-Tiene una cena, hasta la madrugada no volverá.

BlancaWhere stories live. Discover now