Prólogo

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Agosto, 1996

El calor en Louisiana hizo que la camisa de Logan —como le dijo que se llamaba a la madre que se había presentado con él segundos atrás— se empapara de sudor en cuestión de segundos. Se encontraba sentado en una de las bancas libres mientras veía como su sobrina, una pequeña pelirroja malcriada se mecía en los columpios y levantaba tierra con los pies. Habían decenas de niños en el lugar y la mayoría de sus padres estaban tan distraídos en sus conversaciones y asuntos que no prestaban atención a sus pequeños. Todos eran presas fáciles.

Había llegado a esa extraña ciudad, utilizando a su sobrina como una máscara para lo que realmente era su propósito y todo había sido tan fácil de planear.

—  Liam, mira.

El grito de la pequeña rubia de seis años llamó nuevamente su atención y sintió todas sus terminales nerviosas se pusieron alerta. La niña estaba jugando en compañía de otros pequeños en la arena del parque infantil, ante el cuidado inexperto de su hermano mayor.

—  Si, claro. No te ensucies tanto o mamá se molestará conmigo — respondió el chico de quince años, mientras centraba su atención en la jovencita de cabello negro con la que estaba hablando muy emocionado.

La pequeña Kendall, como sabía que se llamaba la rubiecita, puso mala cara al no recibir la atención deseada de parte de su hermano mayor.

El hombre sonrió ante tan inocente acto.

Desde el momento en el que vio a esa niña, supo que debía tenerla. Desde hacia dos meses que no podía dormir, comer, vivir con tranquilidad porque no dejaba de pensar en ella. Trabajaba con niños de la misma edad de Kendall, incluso más pequeños que ella, pero nunca antes se había sentido tan atraído por alguien que podría ser su hermana menor o incluso su hija. Era algo nuevo. Algo que lo hacia sentir verdaderamente como un monstruo pero no le importó.

Llevaba varias semanas vigilando los movimientos de su familia, a qué hora salían de casa, a qué hora regresaban de la escuela los tres chicos, a qué hora se marchaban donde la abuela a jugar, a qué hora llegaba su madre a recogerlos para llevarlos de regreso a casa. Todo. Sabía cada movimiento de pies a cabeza. No sería gran problema para que Theo llevara a cabo su trabajo.

Solo quedaban un par de días y todo el mundo se despediría de Kendall Littleton para siempre.

Una Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora