Quince

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-Lamento llegar tarde -dijo en cuanto me vio -Tuve unos problemas con el auto pero ya estoy aquí.

-Iba camino al súper mercado -mi tono de voz sonó serio.

-Oh -dijo él -Puedo invitarte a desayunar primero, si te parece bien.

-De acuerdo Blanchard, pero esta será la última vez.

Él asintió y se quito de la puerta dejándome el paso libre, salí de casa y me sentía nerviosa, todos mis sentidos estaban alerta, en cualquier momento August podría transformase y eso comenzaba a asustarme.

Miré disimuladamente mi muñeca derecha, ahí estaban ligeramente marcados sus dedos de la discusión del día anterior.

Y no solo eso, las mangas de mi vestido cubrían otras marcas casi difuminadas por completo que tenía en los brazos.

Me había hecho daño, quizá sin quererlo, pero nadie me aseguraba que no lo volvería a hacer.

Me abrió la puerta de su auto, al parecer la bicicleta no era el único vehículo con el que contaba.

Subí sin decir una sola palabra al asiento de copiloto y me ajusté el cinturón de seguridad.

Las calles de Santa Mónica eran relativamente tranquilas en época escolar, pero aún así prevenir no hacía mal a nadie.

August se subió a mi lado y encendió la marcha, manejaba con extrema precaución, casi con miedo.

-¿Te sientes bien? -me atreví a preguntarle cuando se puso pálido al casi pasar sobre un ave que en cuanto nos vio emprendió el vuelo.

-Yo... -miraba la carretera con cierto temor, como si fuera la primera vez que conducía.

-August detente -dije de inmediato.

Se orilló en cuanto lo pedí, no lo dudo ni un minuto, desabroché mi cinturón y me gire a mirarlo, sus ojos estaba rojos y resaltaban de su piel casi blanca, sus manos sudaban y temblaban y tenía una marca en su labio de haberlo estado mordiendo.

-Dime que pasa -exigí -¿Porqué estás así?

-Hoy fue la primera vez que tome el volante desde...

-¿Desde qué? August, necesito saber que te sucede.

-Yo siempre ando en la bicicleta, pero hoy quería llevarte a un lugar y no iba a hacer que te montaras en ella, así que desempolve el auto y llegué a tu casa, no sucedió esto, fue sencillo.

-No estoy comprendiendo.

-Entonces te subiste, y tuve miedo. -dijo ya mas tranquilo -Tuve miedo de que te sucediera algo.

-No me va a suceder nada -tomé sus manos entre las mías y el bajo su mirada a ellas.

-Lo sé. -dijo y levanto su rostro, ya estaba considerablemente mas relajado y cuando se acerco a mis labios no lo detuve.

Me besó como el día anterior, pero esta vez no lo hizo por retenerme o por celos.

Esta vez el beso fue despacio, acaricio mis labios con los suyos con demasiada dulzura y cuando nos separamos me dedicó la más feliz de las sonrisas.

-¿Te gustaría conducir? -Me preguntó

-Por supuesto. -dije regalándole una sonrisa.

Cambiamos de lugares y me indicó el camino hacia el lugar donde almorzaríamos.

Aún lo notaba tenso, pero era obvio que se sentía mas seguro si yo conducía.

-Shaily -habló cuando ya estábamos sentados en una mesa del buffet al que me había invitado -Yo de verdad lamento todo lo que ha sucedido desde que nos conocimos.

-Solo no lo vuelvas a hacer. -dije entrelazando nuestros dedos -No tienes por que ser tan explosivo, no me iré de tu lado, no se quien te hizo tanto daño, pero no puedes desconfiar así de todo el mundo.

-Tienes razón -me dijo mirando mis ojos y dejándome paralizada -No sucederá nada de eso otra vez.

Me dio un beso en la frente, y sentí como todo se acomodaba, aún tenía mis reservas, pero Blanchard era humano y cometía errores, podía lidiar con esos errores por que sabía que él valía la pena.

Actualidad

Después de vestirme con una de sus camisas me senté en nuestra cama, olía a llanto.

Él llevaba dos días fuera por cuestiones de trabajo, y me había prohibido salir de la casa, no me dijo cuando volvería pero si no me hallaba en este sitio cuando lo hiciera me iría muy mal.

Prometió llevarme a la cabaña buffet cuando su viaje terminara, ahí donde tuvimos nuestra primera cita oficial.

Él pensaba que con eso compensaba todo el daño que me hacía, que con sus detalles sanaba los moretones que dejaba su ira.

Nunca quiso ir a terapia, ni siquiera por que se lo rogué e imploré mil veces.

El fantasma de ellos nos sumía en una oscuridad asfixiante y la que acababa pagando siempre los platos rotos era yo.

Me levanté y decidí ordenar un poco la casa, si llegaba y estaba en este estado podría enojarse.

Limpié un poco la sala y lave los trastos sucios de la cocina.

Debajo del sillón encontré aquello por lo que peleamos la última vez, antes de que se fuera.

Entre mis dedos estaba una sortija de oro, me la puse en el dedo anular, justo sobre mi anillo de compromiso.

Que tonta, que cobarde había sido.

DETOXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora