Doce

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Mi cara ardía, mis brazos ardían y en realidad todo mi cuerpo me estaba quemando a mas no poder, ¿La razón? El sol.

Si bien era una mujer consciente de los riesgos de exponerme al sol en la playa, nadie aseguraba que fuera alguien que se dedicase a revisar la caducidad de ciertos productos y para mi mala fortuna el bloqueador solar que llevaba usando ya un buen tiempo había caducado hacía un par de semanas y yo ignorante de esto lo había usado y pasado horas en la playa con Malia y Hannah sin siquiera percatarme de que pequeñas partes de mi piel morían a cada segundo, así es el amor.

Puede llegar siendo perfecto, pero puede estar echado a perder por dentro y consumirte lentamente, no lo notaras hasta que sea tan fuerte que queme, que arda.

Estaba tumbada en mi cama con los brazos y las piernas extendidas mientras pensaba en mis lindas analogías del amor y me culpaba mil veces por no revisar el envase de bloqueador cuando el timbre de la puerta sonó.

Era domingo y no había hecho planes con mis amigas, las tres estábamos en la misma situación -eso les pasa por no comprar su propio bloqueador -Así que había decidido tomar este día para descansar y terminar un par de series que había dejado inconclusas.

De nuevo llamaron a la puerta y por mas que mis músculos se resistían a moverse me levanté y abrí.

-Hola Shaily -dijo él cuando me miró-¿Qué tal va tu fin de semana?

Pensé en cerrarle la puerta en la cara, sin duda era de los pores fines de semana y todo había iniciado con su visita incómoda el viernes.

-Oh, August, mi fin de semana es perfecto, todo gracias a tu angelical presencia. -respondí sarcástica.

Él me miró mal y de repente enfocó su mirada en mis brazos rojos.

-¿Acaso no sabes de la existencia del protector solar? -dijo entrando a mi casa, como si yo lo hubiese invitado -Podrías tener cáncer de piel.

-Si que lo conozco, pero casualmente ayer decidí que quería ser un camarón y no lo usé. -me miró mal y negó con la cabeza.

-Ven, conozco un método para aliviar el ardor. -caminamos hasta el sofá y me hizo sentarme.

-¿Dónde está tu cocina? -me preguntó.

-Saliendo por el arco a la izquierda -le respondí resignada, si no me dejaría en paz que al menos hiciera algo bueno.

-¿Tienes puré de tomate?

-¿Harás pizza?

-No -dejo escapar una risa, casi nunca se podía escuchar ese sonido tan cautivante y me quedé mirándolo. -Es para ponerlo en tus quemaduras, bajara la inflamación y te quietará el ardor.

-Oh -me limité a responder -No, no tengo

-Bueno, ahora vuelvo.

Camino hasta la puerta y salió, escuché el motor de su auto y supe que se había ido, seguramente a conseguir alguna pomada.

En ese momento ya no me parecía tan malo y frustrante, quizá era verdad que podíamos ser amigos.

Pasaron quince minutos y Blanchard ya estaba de vuelta, había comprado cinco latas de puré de tomate.

-¿En verdad va a funcionar? -dije frunciendo la nariz ante el olor -Voy a llegar mañana oliendo como si me hubiera comido cinco pizzas yo sola.

-No te preocupes, el olor se irá cuando te duches, si quieres no te pongo nada y perder quedarte como camarón asado toda la semana.

-No, hazlo.

-Abrió la primera lata y empezó a poner el puré por mi nariz, yo me encontraba acostada en el sofá, donde antes de todo el alboroto pusimos una manta vieja para no ensuciar mis muebles con puré.

Siguió poniendo el tomate por mis brazos, se sentía bastante raro, era muy viscoso y tenía trocitos de tomate.

-Si que pareces una pizza -dijo cuando termino de untar mis brazos ¿Dónde mas te quemaste?

Me quedé mirando mi pecho y mis piernas, y de que me untara el pecho a las piernas, prefería mil veces las piernas.

-Las piernas -señale avergonzada, aunque gracias a la salsa en mi cara no podía ver lo roja que estaba.

Miró mis piernas y pude notar que estaba tenso.

-Ok. -fue lo único que dijo.

Tomó otra lata de puré y la abrió, vertió el contenido en mi muslo derecho y casi con miedo empezó a expandir el puré.

Cuando termino con mi pierna izquierda soltó un suspiro de alivio.

-Cuando sientas que deja de arde dúchate y quedarás como nueva.

-Muchas gracias August.

-Es un placer.

Sonrió y se levantó de donde estaba, lo escuché tirar las latas vacías al basurero y después se fue.

Me quedé quieta esperando que la salsa hiciera efecto, y pensando en lo diferente que había sido August.

Resultó ser mejor de lo que esperaba, ya le agradecería el lunes con una paleta o invitándole una hamburguesa.

DETOXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora