Capítulo veinte - Mensaje desconocido.

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¡Hola! Como verán he decidido que este será otro capítulo, espero que les guste. ¡Ya vamos por el número 20! WOWOWOWOW. Bueno, eso. ¡Muchísimas gracias por todo el apoyo! Besos, Raquel.

Dejamos a Fanny es su escuela y luego mi tía conduce su auto hasta el consultorio de la doctora Siman. Cuando llegamos al edificio de color blanco, el estómago se me revuelve, no quiero recordar la última vez que estuve aquí. Suspiro al bajarme del vehículo y junto a tía, camino hasta la puerta de vidrio, la oficina se encuentra en el piso número tres.

——¡Hola, Lisa! ——dice Beatrice, la secretaria de la doctora. Su voz suena con una felicidad que yo no siento en ninguna parte. Ha trabajado aquí desde mucho antes que yo comenzara a  visitar el consultorio. Durante las terapias ella solía contarle a mi tía de sus problemas amorosos con su prometido Charlie, al final del año pasado se casaron, a pesar de todos los asuntos que parecían tener.

——Hola ——murmuro fingiendo una sonrisa, mientras me tiro en uno de los sillones color café que están en la pequeña recepción.

——¿Cómo estás, Beatrice? ——pregunta tía Susan amablemente con una sonrisa.

——De maravilla, Susan ——responde la mujer cuya piel es morena.

——Vinimos porque Lisa tiene una cita ——explica mi tía.

——Oh, sí. La doctora la verá en unos minutos ——dice Beatrice brindándole una sonrisa.

Veo como Tía Susan se acomoda el bolso en el hombro después de pagar la consulta y luego camina hasta el otro sillón para sentarse.

Cinco minutos pasan y Beatrice me llama avisando que la doctora está lista para mí. Su oficina no ha cambiado mucho, apenas han movido los muebles, la habitación sigue pintada de un celeste que da lástima, tiene una palmera de decoración desde que vine por primera vez, la placa con su nombre grabado sigue situada en el mismo lugar del escritorio de siempre y cuando me siento me coloco igual que antes, pongo una mano en la parte debajo de la silla de cuero y todavía siento la marca por la falta de una parte de la corteza bajo mis dedos, solía arrancar aquello por mis nervios, por ahora solo lo rozo, lo cual me hace sentir que el lugar es familiar, me hace sentir pertenencia.

Una mujer que debe estar en sus cuarenta, porque dicen que es de mal gusto preguntar la edad y por eso jamás lo he hecho, está sentada al otro lado del escritorio vestida con un traje entero color azul marino, su cabello color castaño claro como el de las barras de chocolate que suelo comer y me causan insomnio, está cayéndole sobre sus hombros en un medio recogido, sus cejas gruesas se levantan con cierta sorpresa seguramente por verme allí de nuevo y sus labios se aprietan rectos en una expresión que me recuerda a mí, de seguro de ella he aprendido esa mueca.

——Que sorpresa ——dice con aquella pausada y tranquila voz que la caracteriza.

——Lo mismo digo ——digo acomodándome en la silla. Conecto mi mirada con la suya oscura.

——¿Cómo has estado? ——me pregunta escribiendo algo en una clase de agenda que tiene y luego voltea a verme.

——Normal ——digo sin tomarle mucha importancia al cuestionamiento anterior.

——¿Y bien? ¿Qué te ha traído por aquí otra vez? ——comienza con la misma serie de preguntas de este tipo de citas.

——No quiero tomar las pastillas ——suelto sin más, es mejor terminar esto de una sola vez.

——¿No? ¿Y eso por qué? ——pregunta la doctora Siman apoyando sus codos en la madera rojiza del escritorio.

——No me siento bien tomándolas ——hago más simple la explicación.

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