Capítulo doce - No tengo miedo de él. PARTE 1.

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Los números brillantes de color rojo marcan las tres y media de la madrugada, mis ojos recorren el techo de la habitación como tratando de grabar cada uno de los detalles de la madera en mi memoria. Me he despertado por las pesadillas, como cada día. El estómago me ruge porque me acosté sin cenar y a esta hora de la noche me da tanta hambre que podría comer un león. Mientras tanto, mis pies se salen por el edredón y están tan fríos como los de una rana, el tiempo está fresco.

Después de varios minutos de dar vueltas en la cama, me pongo de pie decidida a saciar mi tripa que me pide comida a gritos desesperados. Cuando entro a la cocina, me encuentro con tía Susan quien está sentada en una de los bancos del comedor con una taza entre las manos.

--Hola --saludo entrando.

Mi tía se sobresalta casi botando la jarra color crema y se da la vuelta de inmediato.

--¡Jesús! Me has dado un susto gigantesco --exclama colocándose una mano en el pecho.

--Lo siento, tía --me disculpo y camino hasta la alacena para ver que puedo encontrarme de comer. Mis ojos se posan inmediatamente en el envase de mantequilla de maní que se encuentra justo enfrente de mí. Lo tomo junto con el pan y luego saco del refrigerador un tazón con jalea para prepararme el mejor emparedado jamás visto.

Cuando me volteo hacia dónde se encuentra mi tía, su mirada me lanza una clase de alarma. No es bueno. Está ida, sus ojos no me demuestran nada. Se encuentran vacíos.

Frunzo mi ceño, tía Susan nunca se comporta así, está demasiado pensativa y eso solo puedo significar que algo malo está pasando.

Me acerco a ella con precaución.

--¿Estás bien? --pregunto.

--¿Huh? --mi tía mueve la cabeza levemente saliendo de su transe--. Sí, sí --responde colocando sus ojos sobre mi rostro completamente confundido por su actitud. Las manos mueven la taza con nerviosismo y de un momento para otro el contenido se desborda.

Está caliente, puesto que tía arruga su cara en una expresión de dolor. Tomo una servilleta, me acerco al fregadero para mojarla con un poquito de agua y luego colocarla encima de la parte afectada.

--No, no estás bien --confirmo mi hipótesis sobre su extraño comportamiento.

--Que si lo estoy --dice un poco irritada por mi cuestionario. Se pone de pie dejando la taza encima de la madera.

--Tía... --trato de detener su huida.

--No me pasa nada, solo estoy un poco cansada. Me voy a dormir, buenas noches --se despide y mi duda solo logra incrementarse más. Estoy segura que algo le sucede y ese "algo" no es para nada agradable.

Cuando termino de comerme el emparedado, subo de nuevo a mi habitación dónde me quedo los demás minutos disfrutando del sonido y el olor que proviene de la playa. Me siento tranquila al escucharlo y eso aleja los malos pensamientos de mí.

A la hora de la escuela estoy que me muero del sueño y he ahí la razón por la cual el Señor Harrison, quién debo resaltar nuevamente, me odia; me envía a detención sin siquiera tomarse la libertad de pensarlo. Esta vez, me ha atrapado tomando una pequeña siesta en vez de equilibrando ecuaciones químicas. Ni siquiera sé cómo es que voy a poder aprobar y además graduarme, si es que lo logro.

Entonces, me paso haciéndole compañía a la Señorita Ginne, quién por nuevas reglas de dirección nos ha informado que durante nuestra estadía en el aula de "Corrección del comportamiento del estudiante", nombre técnico para el salón de castigos; debemos de completar un programa enviado especialmente desde el Departamento de Enseñanza, sobre las causas y consecuencias del uso de sustancias adictivas.

11 maneras de morir.Where stories live. Discover now