Capítulo treinta y ocho - Declaración.

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Se escuchan teléfonos sin parar, personas caminando de un lado a otro con prisa, no hay ni una sola pared que esté libre de estantes repletos de carpetas, papeles, libros, fotos de familias.

Me cubro la cara con las manos y cierro los ojos con fuerza, odio este lugar. No es el desorden ni mucho menos la indiferencia, es simplemente la idea del sitio en sí. Apoyo la barbilla en mi mano, llevo media hora esperando que me interroguen, pero aún no se ha aparecido el detective. Típico, para el que no quiere sopa, dos tazas; o como sea que se diga.

—Si ese tipo no aparece en diez minutos, me largo de aquí —le digo a tía Susan, ya perdiendo la paciencia.

—Tranquila... —responde ella, sobándome la espalda.

—Todo va a ir bien —dice Ryan. No sé cómo puede mantenerse tan calmado, yo estoy a punto de entrar en estado de pánico y enojo al mismo tiempo.

—Al menos tu puedes confiar en esas palabras —reniego y recuesto mi cabeza contra el respaldar de la banca donde nos hacen esperar, por vigésima vez.

El mismo hombre que avisó sobre esta misma cita, llega frente a nosotros. Ignoro por completo su saludo, el agua de mi vaso de ha derramado por la tardanza. Sin embargo, como tía Susan y Ryan aún creen en las segundas oportunidades y en los buenos modales, saludan al detective de un apretón de manos y con una sonrisa de oreja a oreja, como si estuviéramos aquí a punto de reclamar el premio mayor de la lotería.

El hombre cuyo nombre no recuerdo, me pide que lo acompañe. Me levanto sin decir palabra y lo sigo por entre el montón de pasillos que hay en la comisaría. Vuelta por aquí, abre una puerta, caminamos un poco, otra vuelta por acá y otra por aquí, puerta de nuevo, caminamos, vuelta y finalmente abre una puerta.

Es justo como lo imaginé; una habitación donde no hay nada más que una mesa, con un vaso de agua encima y una silla de cada lado. Al mejor estilo CSI; yo realmente no sé si estoy metida ahí por la seriedad del caso o porque no habían salas más acogedoras disponibles o porque me quieren poner más nerviosa.

El detective Miller, recuerdo el su nombre; extiende su mano, indicándome la entrada al cuartillo. Tomo asiento en una de las sillas y cuando el hombre cierra la puerta detrás de él, me echo hacia atrás, notablemente molesta. Miller se sienta frente a mí y pone una tabla con papeles prensados sobre la mesa.

Trago grueso para poder contestar las preguntas sobre información personal que el detective comienza a lanzar: nombre, dirección, edad, ese tipo de cosas. Mi espalda se tensa cuando pregunta por primera vez sobre lo sucedido, imágenes de ese día comienzan a saltar dentro de mi cabeza.

—El 6 de mayo, encontró a una mujer en el parque Hallow, ¿correcto? —pregunta sin mirarme, está estudiando el montón de papeles que tiene frente a él. Lo cual me parece que después de haber esperado tanto tiempo por él en la sala, es una descortesía. Me aclaro la garganta, para ver si así pone más atención a su conversación conmigo. No lo hace.

—Sí —respondo con la voz ida. El detective Miller no se inmuta y continúa con las preguntas.

—¿Puede describir la escena? —cuestiona, alzando la cabeza de una vez por todas.

Cruzo los brazos, más para evitar que note como tiemblan, que por pura comodidad. Pienso las palabras antes de abrir la boca, después de largos minutos de silencio, hablo.

—Ella... ella estaba tirada en el parque —digo y de nuevo hago otra larga pausa, me acomodo en el asiento y respiro profundamente—, tenía pelo café alborotado, su ropa estaba sucia y no tenía zapatos... —un nudo se forma en la garganta y se me hace difícil poder tragármelo, después de la quinta vez de intentarlo, puedo volver a hablar—. Tenía puesto un pantalón de mezclilla sucio y una camiseta negra rota.

11 maneras de morir.Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt