Capítulo trece - Un correo electrónico. PARTE 2.

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——¿Cuándo pensabas decírmelo? ——murmuro con un hilo de voz tratando de no echar a llorar allí. Le lanzo la mirada más filosa que puedo, a pesar de que seguramente por mis ojos brillantes no puede notar más que debilidad.

——Lisa… Fue algo qu… ——comienza, pero la interrumpo inmediatamente.

——¿Cuándo pensabas decírmelo? ——hablo despacio formulando mi pregunta tan claro como puedo una vez más.

——Solo estaba esperando el momento indicado… ——dice en voz baja. Sus ojos verdes tienen un destello que hace que me duela el pecho.

——¿El momento indicado? ¡¿El momento indicado?! ——Exploto y arrojo el papel arrugado al suelo——. ¿Sabes cuántas veces me han engañado con “el momento indicado”? ¡No soy ninguna estúpida tía Susan! ¡Me he pasado toda mi jodida vida buscando un momento indicado y déjame decirte que esos nunca llegan! ¡Me han pasado suficientes cosas malas como para que me mientan sobre más! ——Grito tan fuerte que me arde la garganta y cuando murmuro lo siguiente mis voz es más ronca de lo normal——. No sabes lo mal que has hecho ocultándolo, no tienes idea.

——Cariño, escucha, no es algo… ——habla pero ya no puedo escuchar sus palabras, porque mis piernas me llevan hacia la puerta principal y luego hacia la calle. Tengo la vista nublada por las lágrimas que se han acumulado y que en este preciso momento han decidido salir.

La tristeza me invade de una manera que no puedo controlar, me muerdo la lengua por el estrés, me siento mal. Verdaderamente mal.

Me detengo cuando los pulmones me duelen y mis fosas nasales se expanden para aprovechar toda la cantidad de oxígeno posible. La cabeza me da vueltas y entonces me desplomo al borde de la acera sin aún haber parado de llorar. Es más, ahora los sollozos se me escapan a través de los labios y tiemblo con solo pensar en perder a Fanny. Jamás he conocido al tal Louis, pero desde ya lo odio.

Cuando me pongo de pie sigo sin poder afrontar la noticia, sin embargo a pesar de las piernas temblorosas, comienzo a caminar de vuelta a casa.

Subo los peldaños de la entrada con pesadez y de un portazo entro a aquella  casa en la cual no quiero estar por ahora. Mis pies se arrastran por la loza hasta mi habitación, dónde me encierro sin que me importe nada más que mi pequeña prima y su futuro.

Finalmente, a eso de las nueve de la noche me pongo la pijama azul y me trenzo el pelo, para luego salir hasta el balcón, dónde el viento nocturno está mucho más delicioso que de costumbre. Se respira la humedad, pero también la arena de la playa, lo cual se siente fantástico. No recuerdo por cuanto tiempo estoy allí, pero cuando finalmente vuelve el sentido a mí, es de día. Y lo sé, porque el sol me quema la cara y el sonido de los carros andar por la carretera que no queda a más de trescientos metros, me inunda los oídos.

No he escuchado el reloj y deben ser las diez de la mañana, lo suficiente para estar más que tarde en la escuela, así que me quedo en mi habitación perdiendo el tiempo. Seguramente tía Susan se ha dado cuenta de mi falta, pero con la discusión de ayer supongo que no querrá alborotar los ánimos.

Son la una de la tarde cuando me comienza a sonar el estómago por el hambre. Me meto en el baño para tomar una ducha y luego, bajo a la cocina para así prepararme un bocadillo. Cuando estoy frente al refrigerador me doy cuenta de una nota pegada a la puerta del electrodoméstico. Es la letra de mi tía.

“Lisa, lamento mucho como tuviste que enterarte de la situación, pero en verdad no sabía cómo decírtelo, ni cómo te lo ibas a tomar. Lo siento muchísimo.

Hay pasta en el microondas. Come bien, no hagas locuras y nos vemos por la tarde. ¡Besos!”.

Arranco el pedacito de papel y lo hago una bolita para luego lanzarlo en la basura. Necesitará más que una nota y un plato de pasta para que le conceda mi perdón, esto es mucho más serio.

11 maneras de morir.Where stories live. Discover now