Capítulo nueve - La número 4.

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Estoy caminando realmente incómoda porque tengo a mi vecino al lado. Lo miro por el rabillo del ojo, sus cejas rubias están juntas con una expresión de incomprensión, su mirada la tiene puesta en el suelo y mueve la cabeza levemente, tengo la sensación de que quiere juntar todas las piezas de un rompecabezas. Uno bastante complicado.

--De acuerdo, no entiendo nada --dice y se detiene, yo sigo mi camino sin prestarle demasiada atención-- ¡Lisa! --Lo oigo gritar con desespero y luego lo tengo de nuevo a mí lado, me mira mientras habla pero yo sigo caminando con la vista hacia el frente--. Creo que merezco una explicación porque no estoy entendiendo ni un carajo. Primero me gritas y enloqueces después de lanzarte a la carretera en busca de, obviamente, que te atropellara. Luego, la gente te mira raro todo el tiempo y para terminarla de rematar, me siento a tu lado en un autobús y comienzas a gritar y a tener una especie de ataque de pánico... --dice tratando de buscar mi mirada. Pero yo no lo quiero escuchar, no es su problema todo esto y no pienso explicarlo-- ¡Lisa! --exclama de nuevo y esta vez se coloca en frente de mí tan bruscamente que tengo que contener la respiración. Mi expresión solo muestra una cosa, miedo-- Este es exactamente la clase de comportamiento del que hablo --dice, yo camino hacia atrás temerosa y cuándo mis ojos se conectan con los suyos, él nota mi sentimiento-- Ahh, lo siento, lo siento. No estoy ayudando ¿o sí? --habla haciendo una mueca extraña y alejándose un poco. Creo que ya entendió.

--No hay nada que explicar --digo con un poco más de seguridad.

--Jesús --dice y se tapa el rostro con las manos negando con la cabeza-- ¿Entonces por qué te comportas así? --habla abriendo un espacio entre sus dedos para que pueda ver sus ojos que al parecer son de color azul.

--No tengo porque darte explicaciones --respondo seca y comienzo a caminar otra vez. Agradezco que él no me siga, espero que haya entendido mi falta de interés por tener alguna conversación.

Tengo clase de deportes a primera hora, así que me voy a cambiar cuándo todas las chicas están en el gimnasio y el camerino está completamente vacío. Aparezco en aquél lugar e inmediatamente, la profesora quién está un poco pasada de peso para ser maestra de educación física, me asesina con la mirada. Bueno, hay que agregar que he llegado casi quince minutos después de que el timbre suena.

La Señorita Keila Jiménez es una mujer de contextura gruesa, sus ojos son de un café casi negro y su cara tiene forma de papa, sus labios son extrañamente grandes y su nariz demasiado respingada, además de que una verruga le resalta en el borde de la barbilla. Me da escalofríos. Tiene el cabello revuelto y dañado, amarrado en una simple cola de caballo metida en una gorra marca Adidas, al igual que todo su atuendo de color verde limón. Definitivamente preferiría que usara un buzo flojo que esa licra tan extraña.

Ignoro su actitud de profesora matona y chula, y me pongo a trotar por el margen de la cancha como los demás. Cuando la profesora da un pitazo todos se reúnen a su alrededor mientras yo me quedo un poco más atrás, la mujer comienza a gritar las indicaciones cómo si estuviéramos en la Marina y yo frunzo mi ceño por semejante escándalo. Se ha tomado lo de la educación muy en serio.

Hoy se supone que jugaremos voleibol, a decir verdad, odio esta clase. Así que me siento en las gradas del gimnasio para observar como mis compañeros hacen la repartición de equipos.

--Señorita Cortez, piensa que la van a traer cargada hasta aquí --escucho la voz de Jiménez desde el centro de la cancha. Ya está, solo eso me faltaba.

--Pero si tengo dolor de estómago --miento sin ponerme de pie aún. Mis compañeros ven con expectación la escena, todos tienen esa mirada que dice "Profesora, le recomendaría que no se meta con esta chica, seguramente si la hacen enojar sacará un arma y nos matará a todos". La gente puede ser muy patética a veces.

11 maneras de morir.Where stories live. Discover now