Epílogo 1/2

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"Nadie supera su primer amor porque este es el que abre una puerta. Al cruzarla descubrimos otra forma de pensar y sentir, y del cambio no hay vuelta atrás."

Dos semanas después

—Lo siento —repitió Carter, arrepentido—. Sabes que puedes quedarte con nosotros, ¿verdad? Eres parte de nuestra familia, ahora y siempre. 

Ahuecó mis mejillas y depositó un paternal beso en mi frente antes de dar un paso atrás. Le sonreí con lágrimas en los ojos. Extrañaría su calidez.

—Vamos, no llores que ser un Rosewood no está tan mal —bromeó Félix, cruzado de brazos pero con una mirada suave en los ojos—. A excepción de tener que pasar Navidad con Conrad.

—¡Oí eso! —respondió el hombre desde la cocina.

Una perezosa sonrisa se extendió por los labios del que fue mi hermano por meses.

—Concuerdo con eso. Apesta muchísimo —añadió Rebecca, quien bajaba con dos maletas por las escaleras—. Conrad es el Grich en Navidad. Por cierto, ¿alguien puede hacer algo útil con su vida y cargar estas mierdas hasta el puto coche?

Conrad apareció para tomarlas.

—Solo por decir eso no te enviaré una tarjeta de feliz cumpleaños a Rebtenstein —replicó el hombre.

Mi hermana puso los ojos en blanco y se acercó para apoyar su codo en mi hombro.

—¡Casi se me olvida! —chilló Meredith.

Sus tacones repiquetearon con rapidez hasta el estante más cercano. Regresó con una pequeña caja entre las manos, que extendió hacia nosotras. La tomé sabiendo que era nuestro regalo. Faltaban pocas horas para que cumpliéramos la mayoría de edad.

Becca no pudo resistirse y me la arrebató de las manos, ansiosa y descortés. Estaba a punto de retarla cuando levantó la tapa y un destello captó mi atención. Eran dos collares de plata. Levanté uno entre los dedos para examinarlo. La cadena era fina y delicada, y el dije parecía roto.

—Lamento comunicarte que mi regalo vino fallado de fábrica —replicó la chica a mi lado, encogiéndose de hombros.

Le dediqué una mirada exasperada. Sabía que no lo decía con maldad. La persona que solía ser había quedado en el pasado, aunque seguía siendo más directa que una bala.

—No está roto, son dos piezas que se complementan. Únanlas, es un Claddagh —animó la mujer, abrazando a Carter.

Rebecca y yo juntamos las piezas. Las curvas sin sentido adquirieron forma. Eran dos pequeñas manos que juntas sostenían un corazón con finos trazos de hilo dorado, oro. Sobre él descansaba una corona de bordes tan irregulares como hermosos.

—Es un símbolo celta —explicó el señor Rosewood—. La corona simboliza la lealtad de un humano al otro y el corazón un amor incondicional entre dos almas. Las manos representan la amistad eterna, y luego... —Inhaló despacio, como si le costara—. Luego de todo por lo que pasaron queríamos recordarles que aunque no sabemos qué les depara el futuro, tenemos la certeza de que si se tienen la una a la otra todo estará bien.

Un nudo se formó en mi garganta. Meredith parecía estar sintiendo lo mismo que yo. Pestañeó para alejar las lágrimas. Debía estar pensando en Sarah.

—Sean fieles la una a la otra, que no existan más mentiras de ahora en adelante —pidió la señora—. No tenemos idea de lo que ocurrirá en Rebtenstein, ni cómo será conocer a sus hermanastros ni a su padre, pero mientras exista fidelidad, amistad y amor, al final todo saldrá genial. —Sonrió de forma agridulce.

Todo había sido demasiado duro para ella. En realidad, para todos.

Trainor y James habían sido arrestadas esa noche. La justicia los había procesado y ambos estaban en la cárcel por acoso, fraude y tentativa de homicidio. Stella y Sarah seguían teniendo diecisiete años, por lo cual las habían enviado a una correccional de menores. Enterarse de las atrocidades que hizo su hija dejó a Meredith con un agujero en el corazón, pero aún podía ver el brillo de esperanza en sus ojos. El tiempo no borraría lo ocurrido, pero podría mejorar la catastrófica y dolorosa situación de una madre que aún se aferraba a la fe que tenía en su hija.

Tal vez Sarah y Stella podrían cambiar. Esperaba que así fuera.

—Es un regalo precioso —susurré abrazándola con fuerza.

Cuando retrocedí, Becca la contempló con una mezcla de comprensión y pena. A pesar de que fue incapaz de acercarse a la nueva esposa de su padre, le dedicó una sonrisa tan sincera como esperanzadora. Ella estaba trabajando en aceptar que Meredith ahora era parte de su familia y ambas sabíamos que no sucedería de un día para el otro, pero aún quedaba un montón de tiempo para aceptar y sanar, dejando ir el pasado.

—¿Cómo creen que será Rebtenstein en esta época del año?

Todos los pares de ojos cayeron sobre Tyler, quien bajaba la escalera de dos en dos con un bolso sobre el hombro. Tenía puesto un sombrero de paja, lentes de sol, una camisa hawaiana y bermudas con estampado floral, por no mencionar las ojotas y la pelota de playa que llevaba bajo el brazo libre.

Becca se carcajeó y yo lo miré incrédula.

—Tomaremos un avión y hace menos de dos grados afuera de la casa, será mejor que te cambies si no quieres pescar un resfriado —dije.

Él puso los ojos en blanco.

—Eres más amarga que un limón, J. 

—Concuerdo con eso —habló una entretenida Pixie.

Tyler se bajó los lentes por el puesto de la nariz y le guiñó un ojo. Algo estaba ocurriendo entre ellos. Ty fue un gran apoyo para ella desde la noche del invernadero, pero la conexión que tenían parecía venir de hace rato. Estaba tan consumida por los problemas que no fui capaz de notar lo bueno que surgía en el caos.

Por un lado me sentía triste por partir y dejar a Pixie en Shinefalls —aunque no sería por mucho, en unas semanas estaríamos de vuelta—, pero mi amigo me había asegurado que todo estaba bien y Skype hacía maravillas por los amantes a distancia. También mencionó algo relacionado con el sexo telefónico, pero decidí hacer oídos sordos a esa parte.

En una ocasión, hace unos días, escuché a Tyler decirle a la pelirroja que volvería tan pronto que no tendría tiempo para extrañarlo, lo cual hubiera sido muy romántico si no le hubiera robado la frase a Edward Cullen, de Crepúsculo

No solo era un plagiador de primera, sino un amigo de la misma categoría. En cuanto le dije que Victoria nos había invitado a Rebtenstein ni siquiera debí preguntarle si quería acompañarme, ya estaba haciendo las maletas.

Tras lo ocurrido en el invernadero, mi madre biológica se había ofrecido a llevarnos directo a su ciudad natal. Ella sabía que debíamos alejarnos de Shinefalls por un tiempo y cruzar el océano Atlántico pareció tan atractivo como irreal. Aún no estaba preparada para llamarla mi mamá, pero quería darle una oportunidad.

Necesita conocerla. Deseaba saber todo sobre mi pasado y, tal vez, mi futuro. Al igual que Becca.

Mi gemela la había visto por primera vez en el hospital, tras lo ocurrido la noche del ataque. Todas personas presentes en esta misma habitación habían ido a visitar a Killian luego de que Trainor le disparase.

Todas menos yo.

—Tomaremos un jet privado, puedo usar lo que yo quiera —se defendió Miss Verano.

—Lánzalo de ese jet si tienes la oportunidad —intervino Amit dando un trago a su chocolate caliente, cortesía de Meredith—. Mejor perderlo que encontrarlo.

Las risas llenaron el pequeño living de los Rosewood.

—Esperamos no llegar tarde a la fiesta de despedida —anunció una voz luego de que Carter abriera la puerta al escuchar el timbre.

Victoria atravesó el umbral seguida por Kyle y Glenn. Él la ayudó a sacarse el abrigo, y luego hizo lo mismo por su hermana. A pesar de ser una víctima de Trainor, la policía lo había arrestado por el robo del banco en San Francisco. El dinero había vuelto al poder de la justicia pero no habían dejado pasar el hecho de que él fue quien lo saqueó. Tenía dos opciones, ir a la cárcel por más de un año o pagar una cantidad inimaginable de billetes, y Victoria, para sorpresa de todos, pagó su fianza y le regaló un equipo de abogados increíble.

—Está comenzando a nevar, deberán darse prisa si no quieren llegar tarde al aeropuerto —señaló Kyle mientras Félix le acercaba una taza de chocolate.

Ambos se sostuvieran la mirada por un momento. Ella ocultó su sonrisa y mejillas arreboladas tras la taza. Glenn lo notó y arqueó una ceja hacia el hijo de los Rosewood. No parecía muy feliz.

—¿Nieve? —interrogó Tyler—. ¡Pero estoy usando bermudas!

Becca hizo un ademán con la cabeza hacia mí antes de decir:

—Te lo dijo.

—Te lo dije —confirmé.

—Tú cierra la boca, limón —me espetó con el ceño fruncido.

Sonreí y contemplé la escena a mi alrededor. Todo estaba cargado de vida y cariño. Fue inevitable recordar los crudos inviernos que pasé en el orfanato, observando desde una pequeña ventana cómo los adultos llegaban a adoptar a los más chicos, especialmente a los bebés. Sse llevaban a los niños y me preguntaba cómo serían las vidas de estos a partir de ese momento.

Imaginaba a un madre tan dulce como Meredith, a un padre tan atento como Carter, a un hermano fácil de irritar y querer como Félix y a un pariente entrometido como Conrad. En mi mente tenían amigas como Pixie y Kyle, y amigos como Amit y Tyler cuidando sus espaldas. También tenían a un Glenn, capaz de ayudarlos en cualquier momento.

Imaginaba una familia y ahora tenía una.

En cuanto se hizo la hora de partir tuve la certeza de que aquellas personas jamás me abandonarían. Dejamos que los abrazos de despedida nos consumieran. Tyler, Becca y Victoria ya estaban dentro del coche en el momento en que observé por última vez la casa de los Rosewood y arrastré mis botas por la nieve de la entrada.

Intenté no pensar. Busqué bloquear todo lo que mi corazón comenzó a gritarme en cuanto abrí la puerta del vehículo. Intenté no mirar el hogar de los Bates, pero lo hice y me desmoroné.

Sin embargo, no fue por ver la casa en sí, sino por lo que había esparcido en la nieve.

Seguirá...

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora