Capítulo 19

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No temas a la oscuridad ni a la muerte, ni a las abominaciones que transitan en el mundo. Solo témele a tu propia sombra.

El bosque, de día, parecía alguna clase de paraíso, pero al caer la noche, de encontrarse solo, se transformaba en una especie de infierno.

Las hojas se mecían con la brisa nocturna y las ramas de los árboles, bifurcándose y retorciéndose en lo alto, daban un impresión tétrica y desolada. El corazón me latía más fuerte que antes, como si compartiera el mal presentimiento que tenía en la cabeza.

Allí me pregunté de qué era capaz Stella.

No la conocía bien, pero sí lo suficiente como para saber que no era ninguna chica de buenas intenciones, al menos no con Becca. No podía saber hasta qué punto llegaba su rencor, y no conocer el límite era incluso peor que conocerlo y saber que se estaba por romper.

-¿Stella? -llamé otra vez, pero nadie respondió.

Me giré y comencé a caminar hacia un ruido cercano, creyendo que se trataba de ella. Bajo mis zapatos crujían las ramas y se elevaba la tierra en una pendiente rocosa. Mis pasos eran cautelosos mientras me acercaba a lo que parecía un automóvil estacionado en un camino de tierra.

Los sonidos se intensificaron y supe que había dos personas en el asiento trasero. Los vidrios estaban empañados y una mano, de repente, se presionó contra el cristal. Retrocedí con vergüenza. A pesar de que no sabían que estaba allí no me sentía cómoda invadiendo el momento íntimo de esos dos.

-¿Qué se siente que te paguen con la misma moneda, Becky? -Respiraron en mi nuca, sobresaltándome.

Medité sus palabras por un segundo. Quien sea que estuviera allí adentro tendría que ser alguien que mi hermana quería.

-¿Quién está ahí dentro? -pregunté, siguiéndole el juego, sonando tan sorprendida como pude, lo cual no costó.

-La misma persona que duerme a solo pasos de tu balcón -susurró jactándose de una forma tan dulce que terminó resultando amarga.

Entonces, me quedé estática de verdad por unos segundos. Cuando me armé de valor para girar encontré un lugar vacío, sin rastro de ella.

Mis ojos se posaron nuevamente en el automóvil. ¿Por qué Stella quería que viese esto cuando Becca ni siquiera mencionó a Killian en todas sus entradas? Ella no parecía tener registro de él, pero sí de todo lo demás -incluyendo al profesor de francés, al que tanto parecía desear-, y el vecino ciertamente la detestaba.

Una palma se cernió sobre mi boca de golpe, ahogando el grito cargado de pánico que subió por mi garganta. Intenté apartarla, pero solo logré que ejerciera más presión. Mis piernas se movían frenéticamente cuando comenzó a arrastrarme bosque adentro. Traté de clavar los talones en la superficie, pero resultó inútil.

Traté de gritar, de hacer señas para que las personas que estaban en el coche se percatasen de mí.

El terror se instaló en mi pecho. Mis pulmones luchaban por oxígeno. La sensación de que me estuvieran tocando sin cuidado, como si no fuera una persona, y que me estuvieran arrastrando contra mi voluntad... fue lo peor. Me caló los huesos.

Me arrojaron de golpe. Mi cuerpo golpeó contra el tronco de un viejo árbol y un dolor insoportable se disparó por mi espalda y costillas. Solo transcurrió un segundo antes de que un puño se estrellara contra mi rostro, nublándome la visión.

Y luego otra vez.

Y una vez más.

La sangre cubrió mis labios. El gusto metálico se me impregnó en la lengua y el líquido se deslizó hasta teñir la piel de mi cuello de rojo. Un dolor atroz atravesó mi mandíbula y llegué a ahogarme con mi propia sangre cuando abrí la boca para pedir por ayuda.

Con algo de fuerza, impulsada por la desesperación, levanté la mano hecha un puño y le di en el estómago, pero no fue lo suficiente fuerte como para escapar de la patada que hizo crujir mis costillas al segundo.

Intenté suplicar.

Intenté huir.

Intenté defenderme.

Todo esfuerzo se desvanecía, como todos los susurros dichos en el bosque. El ardor en mi piel era insoportable. Llegué a rodar sobre mi costado y logré lanzar una patada al rostro del extraño cuando intentó agarrarme nuevamente. Agitada y aterrada me arrastré, deseando desaparecer, pero dos manos sujetaron mis tobillos y me trajeron de regreso a la lluvia de violencia.

La persona me giró y se posicionó sobre mi cuerpo. Sus dedos se enroscaron alrededor de mi cuello y presionaron con fuerza e ira. Sentí el aire dejar mis pulmones y observé por primera vez sus ojos.

¿Qué le hizo mi hermana para que quiera matarla?

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora