Capítulo 25

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Los monstruos no son los que se esconden en la noche, sino los que salen a cazar a plena luz del día.

     Casi.

     Él tomó mi muñeca, impidiendo el impacto. Nunca quise golpear tanto a alguien como en ese segundo, y yo no me consideraba una persona agresiva en absoluto, pero todo tenía un límite.

     Sus ojos esmeralda eran fríos. Incertidumbre dilató sus pupilas.

     —No estoy de humor, suéltame —ordené en voz baja. El roce de su piel contra mía envió un temblor a cada recoveco de mi cuerpo—. Sé que estás involucrado con toda esa porquería de las carreras ilegales, y si mi hermano vuelve a salir lastimado voy a encargarme de hacer trizas toda esa mierda ilícita —escupí enojada antes de zafarme de su agarre.

     La imagen de Félix golpeado y cubierto de sangre potenció mis sentimientos. Él era la familia de Becca, alguien que la cuidó y fue parte de su proceso de rescate del orfanato. No importa si no se llevaban siempre bien. Sé que lo quería. Sé que él la quiere, y mientras ella no esté, soy yo quien debe cuidarlo.

     —Yo no recibo amenazas de nadie —advirtió con un cúmulo de llamas en la mirada—. Especialmente de ti —añadió—, y no soy dueño de ninguna mierda ilegal, yo participo de la mierda, nada más. No sé lo que le ocurrió a Félix, pero es su problema, no mío. Ya está bastante grande como para cuidarse solo, date cuenta.

    Su respiración estaba acelerada. Me percaté de lo cerca que estábamos uno del otro y tuve la necesidad de dar un paso atrás, pero no podía flaquear.

     —Nunca dejarás de comportarte así, ¿verdad? —inquirí incrédula—. A veces pareces preocuparte por los Rosewood, pero luego te vuelves un insensible en lo que respecta a ellos.

      No existía el blanco o el negro, sino miles de matices de gris, pero Killian no comprendía el concepto.

      —No hables de insensibilidad, no tienes el derecho. Eres tú la del pasado detestable, no yo —recordó. Retrocedí ante sus palabras entonces, hasta el punto en que mi espalda baja chocó contra el barandal de hierro—. No sé en qué diablos estaba pensando al seguirte anoche, quería hacer justicia por lo que te habían hecho o alguna estupidez noble creyendo que una parte de ti sí había cambiado y no merecías eso, porque en realidad nadie lo hace, pero tal vez eres la... la excepción.

     Titubeó. No estaba convencido de lo que decía.

     —Amit pudo haberme golpeado, pero él tenía motivos para atacarme —expliqué sin pensar—. Tú no tienes ninguno, solo la excusa de los hechos del pasado que no puedes superar.

      Killian se quedó de piedra.

      En sus ojos las emociones se arremolinaron tal tornado, creando un caos que dilató sus pupilas.

     —¿Amit? —repitió.

     El nombre salió con odio, repugnancia, y como si estuviera siendo invocado, el moreno apareció. Lo oí a mis espaldas.

     —¿Rebecca? —Llamó desde mi habitación, antes de cerrar la puerta.

      Observé la ira encender el fuego en la mirada del hijo de los Bates y supe que había otro secreto por ser revelado esa noche.

     Amit apareció bajo el umbral de mi puerta francesa y Killian fue fugaz pasándome.

     —¿No te alcanzó con romper el corazón de mi hermana que ahora golpeas mujeres en tus ratos libres? —Sus manos se transformaron en puños y los nudillos palidecieron ante la fuerza ejercida.

    Interferí de inmediato, anticipando por lo sucedería. Mi mano se posó en el pecho de Killian. Su corazón latía descontrolado en su interior. Empujé suave, pero firmemente, de él hacia atrás.

   —Vámonos, Amit —dije entonces, sabiendo que el vecino no se iría a ninguna parte sin golpearlo primero.

   —Rebecca, quítate de mi camino —advirtió el de ojos verdes.

    Dentro de aquella extraordinaria primavera aguardaba el peor de los inviernos.

  —No —negué—. Si quieres desquitarse con alguien hazlo conmigo. No lo usarás de saco de boxeo.

    —Él te usó a ti, creo que lo tiene por demás de merecido —recordó con un humor ácido.

      Mis ojos se clavaron en Amit, sabiendo que faltaba poco para que mi mano en su pecho se volviera inútil en el intento de retenerlo.

      —Ve adentro, te alcanzaré en un minuto —aseguré.

      Un silencio sepulcral se instaló entre nosotros, pero por suerte él obedeció.

      Por mala suerte, Killian no.

     Los cuerpos tan tensos como el alambre se enfrentaron, alineados. Había cólera e impotencia nublando su mirada.

      —Hablo en serio, Rebecca, aléjate de él —insistió con precaución en las palabras—. No hará más que traer desastre a tu vida y romperte el corazón, si es que aún tienes uno.

     ¿Por qué actuaba de forma tan cruel incluso cuando trataba de cuidarme en esa retorcida forma suya?

     —No deberías acusarlo de hechos que tu también has cometido —susurré, retrocediendo.

      Cuando entré a la habitación de Becca, todo dentro de mí se reconstruyó para afrontar el nuevo problema. Luego tendría tiempo para dejarme caer un rato.

    —¿Por qué no me dijiste que tú fuiste ese afamado novio de Stella por el que la disputa entre ella y Becca empezó? —Miré a Amit.

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora