Capítulo 15

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La melodía de una canción es capaz de intensificar cualquier sentimiento hasta sentir que nos consume.

—¿Qué es este lugar? —pregunté antes de cerrar la puerta del automóvil.

—La Boca del Lobo —respondió Killian acercándose para estar en mi radio de espacio personal.

—Mírame, Rebecca —llamó mi atención, y cuando lo miré la advertencia fue nítida en su ojos—. Te ayudaré a encontrar a Félix, pero debes seguir las reglas de este lugar. —Sus palabras trajeron mi desconfianza—. No puedes interferir con el objetivo, porque sino tu te volverás uno.

—¿Qué objetivo? —interrogué.

Era incapaz de leer entre líneas con el corazón desbocado como lo tenía. Un presentimiento muy mala estaba cocinándose a fuego lento en miss entrañas.

—Este lugar no se llama La Boca del Lobo por nada, aquí se hacen negocios que no te gustarán. —Cada centímetro de mi cuerpo se tensó con eso—. Carreras de motocicletas, cazas ilegales y apuestas.

El hermano de Becca ocultaba más de lo que imaginaba.

—Tú estás dentro de esto. —La afirmación salió instantáneamente de mis labios, no había otra forma de que conociera todo lo que ocurría allí si no fuera de esa manera.

Sus ojos, indescifrables tal rompecabezas incompleto, escudriñaban mi rostro con atención. Él no parecía arrepentido ni preocupado. Era demasiado bueno ocultando sus emociones. Se había apropiado de esa fachada imperturbable hacía años, eso estaba claro

Mientras Félix podría estar en problemas con personas que podrían consumirlo y arrastrarlo por el mal camino, él jamás hizo nada al respecto. Tal vez no tenía por qué, pero podría haber abierto la boca al notar mi inquietud.

Es mi hermano ante sus ojos después de todo.

—Todo este tiempo lo supiste y no dijiste ni una palabra.

A veces las personas podían evitar los males, pero en otras ocasiones se lanzaban al encuentro de ellos sin siquiera pensar en las consecuencias, atontados por algún deseo.

—No me importa lo que haga tu hermano, es su vida. —Su voz tenía de fondo los gritos y silbidos de varios aficionados—. A ti parecía no importarte tampoco, hasta ahora.

—¿Y porqué me ayudaste entonces? —Pregunté sin comprender—. Me importa Félix, si Stella estuviera en problemas te lo diría.

—Mi hermana no tiene problemas, el problema eras tú —dijo bruscamente—. Y aunque me gustara la idea no podía dejarte venir sola aquí, porque créeme cuando te digo que te tratarían como un pedazo de carne sin voz ni voto. No te harían caso.

Pasaba otra vez: La indiferencia en sus ojos, la aversión dilatando sus pupilas. Él era una persona, pero cuando traíamos el pasado de regreso parecía convertirse en otra.

—Debo encontrarlo, disculpa —dije sin aliento antes de alejarme, algo cohibida ante las palabras.

Lo escuché llamarme irritado, pero lo ignoré y el me perdió de vista cuando me adentré en el mar de personas que se entretenían en los barrios bajos de Shinefalls.

Me abrí paso entre la muchedumbre, que formaba un círculo alrededor de varios competidores. Supe que correrían motocicletas por aquel singular y atronador sonido que atravesaba y silbaba en el aire.

No sabía cuán peligroso era lo que Félix escondía hasta que lo vi con mis propios ojos.

Él estaba montado sobre una bestia, una motocicleta tan grande y potente que hizo retorcer mis cuerdas vocales hasta quedarme sin habla. El humo salía y formaba nubes grises en el cielo noctámbulo mientras que el motor rugía con rabia.

Ni siquiera logré controlar mis pies, ya estaba encaminándome en su dirección. Participar en carreras ilegales era como bailar al borde del abismo, si perdías el equilibrio caías.

Y no vuelvías a levantarte.

¿Rebecca sabía que él participaba en ellas y lo usó en su contra en vez de sacarlo de las pistas? Me negaba a aceptar que era posible. El trabajo de una hermana era proteger, ante todo, a su hermano. Sin pretextos, sin importar las circunstancias o los problemas entre ellos.

Los hermanos se ayudaban, pero los Rosewood parecían desear destruirse.

Un hombre fornido y con cientos de pequeños tatuajes en la piel se interpuso en mi camino. Su mirada era del color de la brea, viscosa en un sentido vulgar y oscuro.

—La carrera esta por comenzar, esfúmate.

—Necesito hablar con mi hermano —pedí antes de intentar avanzar, pero él tomó mis antebrazos con fuerza, deteniéndome—. Agradecería que no me tocaras —advertí antes de intentar hacerlo a un lado, pero parecía obstinado en no dejarme interferir con el negocio.

—He dicho atrás, muñeca. —Sus ojos se encendieron con la instantaneidad de un fósforo y un poco de gas juntos, creando un fuego que me quemó la piel en cuanto me empujó con fuerza bruta.

—Aléjate de mi hermana, William.

Félix sonó de hielo. Se abrió paso a los codazos antes de devolver el empujón con enojo al hombre. La tensión entre ellos formó un nudo en la boca de mi estómago. Miradas desafiantes eran sostenidas a media noche. Parecía que iban a golpearse por el pulsante deseo de desafío que yacía entre ellos. Entonces, un hombre dio varias palmadas en el hombro de William, indicando que se calmase.

—Súbete a la moto, Willy se encargará de tu hermana —ordenó el hombre que interfirió, posicionándose frente a Félix—. O puedes irte con ella y olvidarte del dinero —dijo ladeando la cabeza en mi dirección.

Un silencio sepulcral reinó entre los presentes. Mos ojos del hermano de Becca se oscurecieron antes de dar una última mirada a los hombres y alcanzarme para arrastrarme lejos.

Cuando estuvimos solos nada bueno salió de sus labios.

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora