Capítulo 9

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Puedes pretender olvidarte de cada segundo, palabra y acción, pero las voces del pasado permanecen susurrando tus errores en el viento.

Un nudo se me formó en la garganta, y mientras intenta deshacerlo me permití mirarlo a los ojos. Alivio por volver a verlo y preocupación por tenerlo en la ciudad me quemó las cuerdas vocales.

—Prometiste que no me seguirías —acusé inquieta y frustrada. Incluso enojada—. Tenías que vigilar a Glenn, lo... lo prometiste. Me lo prometiste —repito.

—Por eso vine a buscarte —explica haciendo un ademán a su camioneta. Noto que tiene algo en su mano.

Una hamburguesa.

—¿En serio, Ty? —Toda la seriedad se va por el drenaje por un momento. Él es especialista en lograr eso.

Le da un mordisco antes de hablar. Tal vez porque tiene hambre o porque cree que los carbohidratos le darán coraje. Puede que ambos.

—Glenn desapareció —dijo con la boca llena. Tyler solía comer en los momentos más inoportunos.

—Espera, ¿cómo que desapareció?

El solo hecho de nombrar a Glenn me calaba los huesos, y mientras mi corazón se retorcía intranquilo Tyler daba otro mordisco a su cena.

—Esto sabe a ladrillo —acotó, fuera de lugar, observando desconfiado a la hamburguesa.

—Y huele como si hubiera estado en el asiento trasero de tu auto alrededor de un mes —señalé sintiendo arcadas—. ¿Cómo es posible que Glenn haya desaparecido? —insistí nuevamente teniendo un mal presentimiento de la situación y la fecha de vencimiento de la hamburguesa.

—Simplemente se esfumó —respondió aún arqueando una ceja en dirección a la comida rápida a medio comer—. Revisé su departamento y todo está en su lugar: el dinero, la camioneta, su ropa... A tu novio se lo tragó la tierra.

Pero nada parecía encajar en aquel rompecabezas, Glenn no era de esa forma.

Me obligué a morderme la lengua para no corregir a Tyler. Glenn y yo ya no teníamos nada en común. No desde que aquella noche de abril en el orfanato.

—Necesitamos averiguar dónde está —hablé pausadamente, recordando sus ojos chocolate—. Él sabe... demasiado, Ty.

—Seguí los movimientos de su tarjeta de crédito y confeccioné un mapa —informó antes de meter la mitad de su cuerpo en el automóvil.

Papeles de comida rápida volaron en la cabina mientras el crujir de las latas de refresco llegó a mis oídos. El vehículo de Tyler era un comedero de ratas.

Su delgada y alta figura salió con una tablet entre sus manos. Al encenderla fui capaz de observar cada paradero en el que sacó dinero en efectivo. A Tyler parecía fascinarle jugar a los espías. Tenía capacidad y amor por la tecnología y el hackeo.

—Él está subiendo por la ruta 90, en dirección a Seattle —observé haciendo zoom—. Se está alejando cada vez más.

—No es solo eso —agregó el rubio antes de abrir una nueva pestaña y mostrarme la cuenta bancaria de Glenn—. Él ha hecho grandes transacciones a una cuenta anónima.

Mis ojos quemaron al ver la cantidad de dinero que le giraba al extraño. Más de seis mil dólares, casi siete.

No era mucho.

Pero tampoco era poco.

—Vuelve a casa y manténme al tanto, por favor —concluí.

—Ya no hay motivos para quedarme allá... —Lo corté al ver que estaba por pronunciar mi nombre, mi verdadero nombre.

—Soy Rebecca ahora, Tyler —recordé odiando cada una de las palabras que salieron de mis labios—. No puedes quedarte aquí conmigo, es arriesgado y lo sabes.

Nos sostuvimos la mirada. Él con negación y yo con pena.

—Puedes olvidarte y alejarte de todos, pero no de mí. —Una pequeña y traviesa sonrisa tiró de sus labios—. Además, me gusta estar contigo, eres un imán de problemas. —Se encogió de hombros como si no fuera la gran cosa y lo amé un poco más por eso—. Somos como esto —dijo poniendo su cena mordisqueada a la altura de mis ojos—. Puedes separar el pan de la hamburguesa, pero nunca la lechuga del tomate.

—Eso no tiene ningún sentido. —Fruncí el ceño.

—Como no tiene sentido que me apartes —espetó—. La única razón por la que me quedé en la ciudad fue porque me pediste que vigilara a Glenn, pero él ya no está y necesitas a alguien que te conozca a tu lado.
Ambos sabemos que nadie en este pueblo lo hace, no verdaderamente, y conmigo aquí puedes descansar de ser Becca y volver a ser... tú.

Guardé silencio por algunos segundos. Realmente podía sentir un gran trozo de mi corazón latir alegremente por la presencia de Tyler. Él era la única persona que sabía de aquella farsa que estaba montando en Shinefalls, y lo echaba tanto de menos.

Odiaba fingir ser Becca. Crear ilusiones y pasar bajo aquel detector de mentiras que todos parecían tener en sus ojos en aquel pueblo. Me juzgaban, creían en aquella imagen que se mostraba en el exterior y en el pasado.

Estaba cansada de que me contemplen con odio, y Tyler era un fiel recordatorio de que esas miradas no eran para mí. Él era la persona que me traía a la realidad, y desesperadamente me percaté de que me entendía, que lo necesitaba.

—No quiero obligarte a mentir —confesé antes de que sus brazos se envolvieran a mi alrededor—. No quiero hacerlo, Ty —repetí—. No tienes que participar en este juego.

—Quiero jugar, Becca—afirmó. Oírlo llamarme así fue extraño, incómo e incluso  algo dolorodo—. Mentiré. Lo haré por ti y por toda la comida que haya en tu nuevo hogar —aseguró antes de que me despegara de él. Solo lo suficiente como para hacer contacto visual.

—Sabía que había más de un motivo para quedarte —señalé antes de dejarme abrazar.

Fue como sacarme de encima aquella pesada y agobiante armadura que siempre solía cargar.

La luna fue un fiel testigo de aquel reencuentro, del momento en el que dejé de ser Rebecca Rosewood por solo unos gratificantes pero escasos segundos.

Sin embargo, había más de un testigo de ello. Alguien que nos observaba desde un balcón.

Killian Bates.

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora