Capítulo 50

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Eres mi punto de quiebre, la debilidad que jamás admitiré, pero si me miras a los ojos sabrás que en mi reflejo está lo que más anhelo.

Su beso fue como encontrar la llave correcta. Algo dentro de mí se liberó y entrelazó con todo de él. La necesidad que tuve de tenerlo aún más cerca se tornó insaciable.

Una de sus manos se enredó en mi cabello y la otra se deslizó de mi cintura a mi cadera. Su pecho contra el mío, sus labios sobre los míos y yo casi encima de él; era de los sueños que se sentían reales.

Me sentí bien. No, en realidad se sintió correcto e inevitable. Los seres humanos podemos negar por siempre la pasión que encerramos, pero no evitar que se nos escape entre caricias.

—Killian... —advertí, o tal vez solo suspiré.

Me aparté unos centímetros, todavía sintiendo su corazón contra el mío, que se sincronizaron para tocar la misma canción.

—Amo la forma en la que dices mi nombre, como si fuera un hechizo y tú una bruja.

Todo se volvía nada y él se volvía todo cuando me miraba como lo estaba haciendo

—No sé sobre brujería, pero sé otra cosa —confesé sin pensar—. Creo que te quiero, en más de un sentido.

Una pequeña sonrisa curvó sus labios.

Cuando me sostuvo cerca la calidez de sus manos quemó mi ropa y piel. Sin decir nada me hizo girar hasta que mis piernas colgaron de la barandilla. Vi entre mis zapatos la tierra a varios metros y me tensé, pero cuando me abrazó por detrás la serenidad fue más fácil de alcanzar.

Su respiración era lenta y hacía cosquillas en mi nuca, dónde dejó un beso.

Sabía que quería que admirara el cielo.

Los suaves colores pasteles se entrelazaban y fusionaban como dos personas que se querían. El sol descendía en un crepúsculo que rebozaba de belleza natural, y segundo a segundo el astro se escondía dejando que sus últimos rayos de luz iluminaran los ojos de sus admiradores.

Los brazos de Killian me estrecharon contra su corazón y levanté la vista sobre mi hombro para ver el ocaso reflejado en sus ojos.

—Creo que también te quiero, más de lo que debería —dijo—. Podría negar lo que me haces sentir, pero es difícil. Es demasiado y necesito que lo escuches.

—Entonces nos escucharemos mutuamente.

Silencio reinó entre nosotros s continuación, pero era de aquellos que llenaban el alma, abasteciendo vacíos y dando sentido.

Sabía que no debía dejarme llevar y depender de su corazón, porque cuando me marchara y todo saliera a la luz este pequeño atardecer que nos pertenecía se caería a pedazos. Estaba subestimando hasta dónde podría llegar mi conciencia sin revelar la mentira.

Debía alejarme porque ni él ni mis sentimientos eran mi prioridad. Necesitaba ayudar a mi hermana, y tal vez había encontrado la fuerza para hacerlo en sus brazos. Cuanto más rápido encontrara al desconocido y la verdad saliera a la luz, Killian sufriría menos.

—Debo irme —anuncié.

Ya casi era la hora.

La hora de contarle la verdad a mi hermana.

La hora de ver sus ojos por primera vez.

La hora de atrapar a quien quiso herirla.

—Te esperaré —prometió, comprensivo.

Eso solo hizo las cosas más difíciles.

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora