Capítulo 12

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Cuando la pasión se expresa, no hay forma de detener el arte que destella en el mirar del creador.

—Rosewood, ¿Tiene un minuto? — La voz del joven profesor de francés fue amable.

El sonido de los pupitres siendo arrastrados se detuvo al tiempo que ojos curiosos caían en mí. Susurros iban y venían.

Los alumnos se desvanecieron tras el fragoroso sonar del timbre, dejándome a solas con James D' Charles.

Tragué saliva despacio. No me sentía cómoda bajo la mirada de nadie en Liver High. La mirada del hombre, del color de la miel derretida, era intensa.

Tenía cientas de preocupaciones en aquella biblioteca de pensamientos que se almacenaba en mi cabeza. Las enigmáticas y crueles amenazas, el hijo del oficial Trainor vigilándome, los secretos del hermano de Becca y mi temperamental y frío vecino que parecía desear que desapareciera... otra vez.
Lo único que faltaba era el regreso de James a la vida de Rebecca.

El juego de la manzana

Desde el primer día en que traspasó el umbral de la puerta, aquel hombre de acento exquisito y sabios ojos me cautivó. Era como aquella manzana que Eva no debía tomar, pero la tentación de morder aquel trozo de cielo fue más fuerte que cualquier advertencia, proveniente de hasta el más grande ser.

Él es una tentación, y que me recuerden que está prohibido solo me incentiva más. Sé que me arrastraran al infierno por esto, que si llega a oídos ajenos será el arma perfecta para nuestra destrucción, pero nadie puede resisitirse al llamado del peligro cuando se oculta bajo un disfraz de jugosos secretos.

Jugar con los límites nunca fue tan tentador.

Van desterrarnos, pero no me importa arder en llamas si estoy con él.

Las palabras en el diario de mi hermana permanecían ancladas a mi memoria. Sabía que había tenido un romance con un profesor, pero no con cuál. En ese momento, observando a aquel hombre frente a mí, no tuve la menor duda, sino la certeza de que Rebecca había tenido un amorío con él.

Pero yo no era ella.

No soportaba que me observaran como si fuese un pedazo de carne, como el educador lo hacía.

—¿Qué ocurre? —pregunté cautelosa, asegurándome de que hubiera una distancia prudente entre nosotros.

Sabía que mi hermana tenía un alma salvaje, un magnetismo con jugar con el fuego, ¿Pero por qué acostarse con el profesor? ¿Cómo nació lo que sea que ellos tuvieron?

Todo pecado tenía un origen.

—Pensé que no volvería a verte —dijo del otro lado del mueble de cedro, arremangándose las mangas de su camisa blanca hasta los codos—. No dejaste más que una carta —recordó observando cuidadosamente la puerta, por la que se veían un mar de estudiantes—. Necesitamos hablar, Rebecca.

Deslizó un papel perfectamente doblado por la superficie de su escritorio.

Mi corazón dio un vuelco e hice mi mayor esfuerzo para ocultarlo.

No quería abrirlo, quería irme. Lo que sea que había tenido con Becca se había terminado, y aunque yo hubiera tomado prestada su vida, no iba a seguir con sus juegos. No estaba en mis planes encontrarme con James, y no quería imaginar lo que decía aquel inofensivo y pequeño papel que parecía tener mi nombre escrito en todas partes.

—No tenemos nada de lo que hablar, señor D' Charles —aseguré intentando dejar en claro mi opinión.

Silencio.

Silencio.

Silencio.

En sus ojos rutiló una sincera sorpresa, previa a la mirada dura e indescifrable que me regaló. Cerró de un golpe su portafolio, sobresaltándome. Me dedicó una última mirada sin acotar palabra antes de irse.

¿Mi rechazo fue demasiado maleducado? ¿Qué pretendía que le dijera? Algo se inquietó en mi interior antes de trazar mi camino hasta el baño de mujeres, desolado y frío. Observé mi reflejo en el espejo y fue fácil imaginar que mi hermana estaba allí conmigo, al menos por esos segundos.

—Todo sería más fácil de comprender si estuvieras aquí —susurré antes de encerrarme en un cubículo.

Bajé la tapa y me senté antes de llevarme las manos a la frente. Becca era una constante galera de secretos que nunca se quedaba vacía. Pensé que si era difícil su vida en su ausencia, en su presencia debería ser un caos.

¿Por qué todo el mundo parece odiarla? Podía sentir las miradas cargadas de aversión, un destello malicioso en cada persona que se cruzaba en mi camino.

Mis pensamientos se desvanecieron en el aire cuando la puerta del baño se abrió de golpe, el sonar de varios tacones llegó a mis oídos antes de oír la singular voz de Stella.

—Organiza la fiesta en las afueras del bosque, en el complejo de cabañas Rick N' Jo —indicó a alguien. Procuré quedarme estática en mi lugar, sin emitir sonido alguno—. Y asegúrate de que Félix Rosewood vaya, Sara —agregó guiando a la muchacha, quien por el sonido deduje que estaba anotando todo en su teléfono.

Me incliné hacia adelante para espiar a través del espacio entre la puerta y el soporte.

—Pensé que querías a Rebecca en la fiesta, no a su hermano —comentó de vuelta su asistente temporal.

—Necesitas carnada para atrapar al pez — dijo Stella antes de repasar el contorno de su boca con un labial rojo mate.

—Rebecca nunca se preocupó por su hermano —recordó Pixie, una muchacha bastante callada que estaba en mi clase de francés.

—Pero sí del mío —replicó Bates, con gracia y disgusto.

¿Qué tenían Félix y Killian en común?

Solté el aire cuando se marcharon, como un globo que poco a poco se iba desinflando. Cientos de preguntas revoloteaban por mi cabeza. Estaba varada en un mar de dudas, donde podrías hundirte con solo un movimiento en falso.

Entonces, un mensaje llegó.

De: Tyler

Sal al estacionamiento, ¡Ahora!

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora