Capítulo 24: "Noche en compañía."

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¿Lo recuerda? ¿Cómo que lo recuerda?

— ¿No estabas ebrio? —pregunté aturdida.

—Oh sí, claro que lo estaba. También recuerdo la resaca tremenda del día siguiente. Pero el hecho de que haya estado ebrio no quiere decir que no recuerde, digamos que soy el 52% consciente de las cosas que hago por ello las recuerdo —respondió simple.

— ¿Me estás diciendo que podías haber llegado solo a tu habitación esa noche? —cuestioné elevando la voz de a poco y acercándome a su rostro.

—De que podía, podía. Después de varios tropezones, caídas, quizá algunos golpes, insultos y burlas pude haber llegado —respondió simple.

— ¿¡Me estás diciendo que pasé toda esa tortura por las puras perlas!? —lo tomé por el cuello de su camisa y lo acerqué a mí mirando sus ojos los cuales no podía descifrar su color por la oscuridad de la noche. Y aunque no haya estado ebria, no podía recordar su rostro del todo en aquella noche.

— ¿A qué te refieres cada vez que dices "perlas"? —inquirió de lo más relajado provocando que lo tirara con todas mis fuerzas impactando su espalda contra el murito donde anteriormente estaba apoyado— Tranquila, ángel... Lo recuerdo y quizá haya podido llegar solo, pero era mejor que alguien me acompañara para no pasar por todo lo que ya te mencioné.

—Eres un imbécil —me crucé de brazos y me tumbé en el suelo sentada con irritación. Dejando pasar el tiempo.

El ambiente era tranquilo, desde ahí se podían apreciar las luces de la ciudad como pequeños puntitos de diferentes colores, el sonido de los autos y de toda la vida que se maneja en ella se escuchaba en pequeños barullos casi audibles, el aire era frío, demasiado, sin mi chaqueta estuviera congelada, pero aún con ella muero de frío. Estaba de pie al filo de la terraza, observando todo a mí alrededor, no era la mejor noche de mi vida ni con la mejor compañía, pero sin duda era un paisaje digno de admirar.

El aire volaba mis cabellos por lo que los até en un moño no muy elaborado, ahora solo unos cuantos mechones hacían cosquillas es mi rostro y cuello. Un viento se hizo presente y enseguida me estremecí, junté mis manos y soplé en ellas, el aire de mi boca no era del todo caliente pero era más abrigador.

—Toma, quizá no es mucho pero te ayudará —escuché su voz a mis espaldas y sus manos sobre mis hombros.

Era una de las batas del laboratorio de ciencias, él tenía una puesta.

—Gracias —murmuré— ¿Las tenías en tu bolso?

—No, las fui a buscar con ayuda de la linterna de mi celular. Estabas muy distraída.

—Ah... —al hablar, un humo blanco salía de nuestros bocas— ¿Fuiste solo?
—No, con Juan.

— ¿¡Quién es Juan!?

—Mi amigo imaginario, estamos solos en el lugar Carol ¿Cómo me preguntas algo así?

—Idiota.

—Yo no fui quien hizo tremenda pregunta.

— ¿Me estás diciendo idiota? ¿¡Me lo estás diciendo!? —lo volví a tomar del cuello pero esta vez de su bata para acercarlo a mi rostro. De pie aquí el lugar era un poco más iluminado que allá sentados contra la pared, lo que me permitió apreciar el tono verde jade en sus ojos.

—Debes admitir que tu pregunta fue idiota, ángel —sonrió de lado, su cabello era castaño muy oscuro y sus labios muy rosados. Sus ojos están vestidos con pestañas largas y cejas gruesas pero definidas, llevaba el cabello desordenado y algunos de ellos tenían lugar en su frente. Su piel era mestiza, muy bonita. Pero lo que me hizo recordarlo, fueron sus ojos, ese color tomó sentido con esa palabra: ángel.

Infiltrada [EN EDICIÓN]Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα