Cuarenta y tres

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Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,

sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,

en regiones contrarias, en un mediodía quemante:

eras sólo el aroma de los cereales que amo.


Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa

en Angol, a la luz de la luna de Junio,

o eras tú la cintura de aquella guitarra

que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.


Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.

En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.

Pero yo ya sabía cómo era. De pronto


mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:

frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.

Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.

-Pablo Neruda, soneto XXII.

Antes

—A veces siento que nada de lo que hago vale la pena —La voz de Thiago tembló, su frente apoyada contra la pared—, ¿qué sentido tiene tenerte? No puedo cuidarte, no puedo protegerte, no puedo ayudarte. No puedo, Cel.

—No necesito nada de eso. —Ella tragó saliva, tratando de tocarlo pero él solo se apartó—. Solo te necesito a ti.

—¿Estás segura de eso? —Él cerró los ojos porque no quería enfrentar aquella atormentada mirada que ella le brindaba—. ¿Crees que soportarás todo esto? No tengo nada que ofrecerte.

Ella hizo una mueca que él no pudo ver. Celeste reprimía sus lágrimas con ferocidad mientras Thiago solo se ahogaba en sus viejos demonios, en su baja autoestima.

—¡Ni yo! Pero sigo aquí.

—¿Cuándo vas a entender que no soy lo que mereces? ¿Cuándo vas a notar que estoy llevándonos abajo porque no sé cómo avanzar?

—¿Cuándo te vas a dar cuenta que si no te valoras a ti mismo jamás podrás amar completamente a alguien?


Entre Versos y Lágrimas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora