Entre Versos y Lágrimas ©

Cinco

Antes

—Es un día hermoso, ¿no es así? —Thiago colocó una taza de chocolate frente a Celeste, quien se hallaba sumergida en sus pensamientos, sentada en el área del comedor. Ella parpadeó hacia él, enternecida, era la primera vez que Thiago abordaba una conversación con ella. Sonaba tan casual... si bien por dentro se estaba muriendo de los nervios.

Mientras Celeste lo inspeccionaba con perplejidad —más cuando él se sentó frente a ella—, Thiago recordó cómo su madre aprobaba y admiraba la forma de ser de su hijo: tan creativo y sensible, Thiago se caracterizaba por su empatía, ser compasivo con el prójimo creaba un ambiente de serenidad a su alrededor. Muchas veces las personas le confiaron sus problemas, solo para escuchar su opinión al respecto.

Eso era antes de ser un monstruo, ligeramente desfigurado y lleno de tatuajes con los nombres de personas, que una vez fueron cercanas a él, ahora muertos.

Esperaba que aquel fuera el caso con Celeste. Porque, de repente, quería escuchar todo sobre ella: sus miedos, sus pasiones, sus secretos, todo. Quería compartir historias, tener una de esas conversaciones profundas que te hacen sentir más cerca de las personas que aprecias.

Thiago detestaba las conversaciones superficiales con las personas que le importaban, aquello significaba fingir, suponía una amplia distancia entre esas personas y él. ¿Qué sentido tenía limitarse a saludar, preguntar cómo se encuentran, y no ir más allá?

—¿Quieres salir? —Tanteó Celeste, entrecerrando los ojos hacia él.

Salir. Salir simbolizaba muchas cosas, entre ellas: enfrentar las miradas furtivas y acusadoras de los pueblerinos, dado que ellos eran bastante crueles, y Thiago odiaba que en aquel momento se sintiese tan cabizbajo. No quería que Celeste saliese herida por todo esto. Él no temía por sí mismo. Sino por ella.

Pero Celeste insistió, tanto, que él no tuvo las fuerzas para negarse.

Celeste estaba comenzando a convertirse en su debilidad.