Capítulo 8

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La mesa había colapsado con Johann sobre ella, la herida seguía ahí, intacta, los otros golpes que se habia propinado al caer también estaban ahí, Irina miraba a Johann, tocaba su rostro, acariciaba su cabello con esperanza.

- Ponto estará bien joven- susurró en los oídos de Johann, el cuál seguía inconciente, con sus dedos cerró los ojos de Johhan.

-Iré a ver si Elis necesita algo, llevaré este té para calmar sus nervios- dijo mirando a Johann con ternura antes de salir del comedor.

Miré a Johann quien se veía irremediablemente muerto, ahora lo veía con mis propios ojos, la muerte nos llegaba en esos momentos inesperados, nunca tendremos la certeza de vivir al segundo siguiente, los humanos aseguraban sus vidas en cada frase, como si en realidad se refirieran a sí mismos como seres indestructibles e inmortales, que pensamientos tan tontos pensé, los humanos no veían más allá de su nariz.

Irina entró a la cocina de nuevo y me miró, seguía perdido en aquellos pensamientos tan fuera de contexto.

- ¿Sucede algo señor? - preguntó curiosa.

- En absoluto- respondí sin quitar mis ojos negros de Johann. Yo, seguía recargado en la pared de brazos cruzados con una rodilla flexiinada haciendo apoyo en la pared.

- Si no sucede nada entonces ¿Porqué esta tan pensativo? - Irina era demaciado curiosa, aunque me irritaba en sobremanera con el tiempo aprendí a vivir con su curiosidad hacia todo.

- ¿Alguna vez te dije que tu curiosidad podría llevarte a las manos de la muerte misma? - miré seriamente su rostro mientras ella no dejaba de ver mis expresiones.

- No señor, nunca me lo ha dicho-

- Pues ahora ya lo sabes- aminoré la importancia de aquella frase antes mencionada.

- Mientras usted sea la muerte no tengo de que preocuparme- dijo regresando su vista a la mesa hecha pedazos.

- ¿No te preocupa morir en mis manos? - Dejé mi postura despreocupada y me acerqué acorralandola entre la pared y mi delgado cuerpo, posé mis brazos sobre la pared dejándola a ella entre ellos, miré su rostro de cerca tratando de intimidarla.

- No, sé que usted no sería capaz de dañarme, a menos que lo traicione, pero eso nunca pasará, así que no me preocupa- sonrió dulcemente y segura de si misma.

- Sólo... No seas tan curiosa- me alejé de ella para cambiar el tema- trae a tres sirvientas- dije serio.

- ¿Necesita a una en específico? - preguntó acercándose a la puerta de la cocina.

- Las más inútiles de preferencia- tomé  una silla arrastrandola hasta quedar frente a Johann, tomé asiento recargando mis brazos en el respaldo y sobre ellos relajé mi cabeza.

- ¿Son para limpiar cierto? - Se acercó sin lograr llamar mi atención.

- Irina... sólo llevalas a la habitación de Johann, encierralas o inventales que tienen que limpiar minuciosamente cada rincón de su habitación, o que se yo, ingeniatelas para que no griten o sean ruidosas- dije con desdén y cierto fastidio a los cuestionamientos de Irina, cerré mis ojos.

- ¿Las dejará vivas cierto? - preguntó nerviosa.

- ¡Maldición Irina sólo haz lo que te ordeno! - grité furioso sin levantarme de la silla, Irina dio un salto al oirme gritar, rara vez levantaba la voz recriminándole algo, mas sin embargo, ésta era una de esas ocasiones, de esas pocas veces que Irina osaba cuestionarme, ella sabía de antemano que odiaba eso y por el simple hecho de ser mujer se atrevía a cuestionarme cada que se armaba de valor, no sabía si Irina era estúpida o actuaba serlo, sabía que si yo quería podía lanzarme sobre ella y matarla, aunque como dijo antes, ella estaba segura que no le haría daño, no obstante, algunas veces yo explotaba como dinamita e inclusive yo dudaba de mi mismo, era ahora tan impredecible que no me sentía seguro de no acabar con Irina o Johann.

Soy un maldito, lo sé.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora