Capítulo 2

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Después de la travesía de convertirme en lo que sea que soy, dibagué por el resto del camino, llegué a varios pueblos aledaños, sacié mi sed, disfrutando de los humanos, sin despreciar a nadie, tomé de ellos sin discriminación alguna, asesiné a niños, bebés, mujeres, ancianos y hombres de cualquier característica, aunque debo sincerarme, la sangre más exquisita era la de los bebés, si, lastima que me exasperaran sus llantos, de haber sido lo contrario tendría un solo tipo de víctima, en fin... Para ser honestos ya había matado a quizás 200 personas, si no es que más, en realidad no sabía con exactitud pues perdí la cuenta en 162, en fin eran sólo cifras, números sin importancia, desde que abrí los ojos, me sentía extraño, sentía un poder recorrer mis venas hasta llegar al corazón y después repetir el patrón una y otra vez, era más ágil, tenía mejor visión, olfato, gusto y audición, me sentía diferente y agradecido en ese aspecto, lo que no me explicaba era esta maldita sed que se detenía por horas, para después regresar a atormentar mi esófago nuevamente, con el calor recorriendo mi pecho para despues concentrarse en una especie de quemadura que ardía y punzada al mismo tiempo, odiaba tener ese dolor y la maldita necesidad, esa necesidad de saber que si no saciaba mi sed la opresión en mi pecho volvería y moriría. Al menos eso pensaba, era un neófito en este ámbito, sabia que el tiempo me daría experiencia suficiente para sobrellevar todo lo que implicaba esta nueva vida.

Recorrí gran parte de los lugares de Amberes, estaba por anochecer, necesitaba un lugar donde quedarme, pero no tenía idea donde sería el mejor lugar para resguardarme, busqué en el bosque, pues quería seguir oculto un poco más, había meditado las cosas un poco, mañana mismo cambiaría de estado, me dirigiría al sur, donde nadie me conozca,  con el transcurso del tiempo volvería a Amberes, pues si seguía matando a gente dejando testigos oculares de lo sucedido, los humanos no tardarían y vendrían en mi búsqueda, pensando en que estaba poseído por el demonio y necesitaba un exorcismo e incluso me incinerarían vivo haciendo de mi una antorcha viviente, aunque por algún instante medité el hecho de estar poseído, pensando en esta absurda sed y su sintomatología, no obstante después lo deseché por el simple hecho que yo hacia mi voluntad y no lo que un estúpido demonio quisiera. Quizá podría ser pariente de algun demonio ya aue lo que hacía con la gente no era para nada grato, pero el hecho de estar poseido me parecia tan absurdo que enseguida me mal dije por pensar estupideces.

Buscando a mi alrededor encontré el refugio correcto, la cueva de algún animal al que auyentaría de su hogar para poder esconderme por el momento, me adentré y el olor a oso llegó a mis fosas nasales, era un olor penetrante, caminé por el oscuro sendero dándome cuenta que mi vista era igual de buena tanto en la penumbra como en la luz del sol, seguí mi recorrido para llegar hasta el animal, el oso dormía, decidí que lo mejor sería dejarlo disfrutar su plácida siesta, me acerqué a su cuerpo sigilosamente, tomé en mis manos su cabeza y giré haciendo mínimo esfuerzo rompiendo su cuello y escuchando el crujir de sus huesos, para despues dejarme caer sobre su cuerpo, recargué mi torso sobre su enorme y cómoda barriga, acariciando sin intencion alguna su peludo cuerpo y mi piel, lo utilicé de asiento reclinable, para despues dormir plácidamente dentro de la cueva.

Un tacto húmedo se depositó sobre la yema de mis dedos, desperté de a poco, y pude observar un pequeño oso, cría del que aún se encontraba tras de mi muerto, el pequeño estaba entretenido jugando con mis dedos y no se percató que lo observaba con detenimiento, sentí su calor, pero de igual manera me causaba repulsión excesiva, lo miré con desprecio, traté de alejarme para salir de la cueva pero el cachorro tomó mi camisa manga larga teñida de rojo y la razgó, enfurecí, golpeé su cabeza para lanzarlo contra la pared de la cueva, el animal chocó con ella sin causarse mayor daño, escapó un chillido de sus fauces para despues ocultarse de mi detrás de su madre muerta, pues fue en ese momento en el que pude apreciarla con más detenimiento, salí del lugar, el sol estaba por salir, así que seguí caminando, me acerqué al puerto y decidí limpiar un poco mis manos y rostro con el agua que yacía frente a mi, aún había sangre salpicada en él, había robado un poco de ropa a una de mis víctimas, desnudé mi cuerpo en unos arbustos cercanos y cambié mi atuendo sucio por uno más formal y limpio, después de todo no me quedaba tan mal pues el hombre quien fue dueño de esta ropa era de mi complexión, caminé para continuar mi camino hacia el sur, clavado en mis pensamientos me encontré a una chica cerca del puerto, llevaba un bello bestido, con sus faldas amplias y su corsé ajustado, dejando relucir un poco su busto, me miró sonriente a lo cual no respondí, la miré con aquel semblante serio que nunca cambiaría, intenté seguir mi camino, hasta que la chica se acercó, lo que era extraño pues en esa época no debía ser ella quien debía entablar una conversación con un hombre, para nuestra época era un pecado, se veía mal, eso sólo correspondía a las mujeres de prostíbulos, inclusive ellas se limitaban a gemir pues no tenían permitido hablar mucho con hombres al sólo se dedicarse a vender caricias, simplemente a eso, eran profecionales debo aceptarlo.

Soy un maldito, lo sé.Where stories live. Discover now