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Este era su cuarto año y el final en la academia de las artes Diamante, antes de postular a esta academia ella ya tenia una carrera de cantante pero para entrar debías terminar la escuela, una voz no lo es todo, pulir sus dones, eso hacías en Diamante, solo los mejores de los mejores, su grupo era de cien chicos y chicas, pero solo a diez se les elogiaba, estaban en un cuadro de honor, y ella era uno de esos diez.
Sentada en su silla habitual pensando en notas musicales cuando entro él, su peor pesadilla, su demonio personal, su némesis, lo odiaba, lo detestaba, le fastidiaba hasta que respirara...
El murmullo... las risitas estúpidas de las chicas, el cuchicheo de esas patéticas criaturas que harían lo que fuera por una sola mirada de él, el chico mas guapo y popular de todo el universo, el mas rico también, demonios pero si era un patán, un cretino de la peor clase, ¿Cuántas de esas ilusas ya habían estado en su cama y seguían venerándolo? Hablando de él, elogiándolo, alimentando su estúpida vanidad, gritándole lo bueno que era en la cama... puaj, como si fuera un dios, a esas chicas no les importaba abrir las piernas por una sola noche, por que eso obtenías con él, nada más, y luego solo migajas tiradas al azar, pero no les importaba nada si el imbécil las miraba, después de todo ir al cuarto de Justin era como ir de paseo por el paraíso, un pasaporte a la popularidad, una garantía de citas.
Por que si el se molesto en tumbarla debía ser buena, bella, sexy... ¡una hembra de calidad! Había escuchado esa frase en la boca del cretino, y ahí estaban, todo el grupito que conformaban su harén y el bullicio.

—¡Hay ya cállense cacatúas, guarden silencio! —grite para que pudieran escucharme.

—Tan fina como siempre. —dijo Justin

—Hablo su majestad... oh por favor todos a rendirle pleitesía al estupido sin cerebro, Rey de los imbéciles. —le hable con despreció.

—¿Majestad? ¿Rey? Me gusta... ¿será la envidia machorra? —me contesto él.

—Y yo que pensaba que solo las chicas eran veleidosas... al parecer no. —hablé.

—¡Anne, Justin! Por favor chicos... —nos llamó la atención Jason.

—El empezó —masculle en mi defensa.

—No estamos en primaria señorita Deep, por favor sigamos la clase. —volvió a repetir él.

Odiaba al cretino, lo odiaba, y por ella lo destriparía ahí mismo frente a toda la clase. Frente al profesor que era nada menos que Jason Bieber, hermano mayor del puerco, adoraba a su hermanito y le celebraba todas sus sandeces; lo agarraria y esparciría las tripas por la sala y dejaría un lindo decorado coronando con su negro y frio corazón.

—Es horrible tener que tratar con esta gente. —hablo Caitlin.

—No esperes más, después de todo se crio en un establo. —la siguio Bieber.

Imbécil. Era un imbécil, ya no lo soportaba, por que tenia que meterse siempre con ella, por suerte en la próxima clase él no estaba, salió disparada sin mirar a nadie, solo quería salir corriendo pero tropezó precisamente con él en la puerta y para su suerte le boto sus libros.

—¿Es que no puedes fijarte sureña? Además de vulgar eres torpe. —dijo él.

—¡Cállate imbécil! Además ya tienes a tus grupies cogiendo tus cosas, en algunos países te llamarían CHULO. —le grite con desesperación.

Demonios como lo odiaba. Odiaba la forma en que la miraba, alzando su estúpida barbilla, un poco más de lo normal, por que él se creía de la realeza y a nadie lo miraba por sobre el ¡oh no!, y esa estúpida mueca en sus estúpidos labios... los presionaba de forma tensa y las aletas de su nariz se dilataban, era una expresión de desprecio, de repulsión, todo el mundo sabia que a Justin Bieber ella le daba repelus, había hecho un desastre su vida social, nadie que aspirara a la popularidad se le acercaba... es decir casi nadie.

Arrojo su bolsa sobre su pupitre y refunfuño un poco, deseaba clases de baile en ese momento, asi botaría un poco su rabia.

—Me contaron que te peleaste con Justin... otra vez. —dijo mi amiga Mackenzie.

—Hey, es él quien no deja de meterse conmigo. —me defendí.

—Deberías ignorarlo, no se, cerrar la boca y seguir caminando, después de un tiempo se cansara y te dejara en paz. —hablo Mackenzie.

—No naci para quedarme callada Ken. —le contesté.

—Okey pero Anne ya viste lo que paso con Cole o con Logan, por tú bien no le sigas el juego a Justin. —me regaño ella.

Con ambos chicos no había pasado de la tercera cita, nada mas darse cuenta que Justin "el Dios Bieber" la odiaba, les faltaba tiempo para salir arrancando; aun recordaba las lagrimas de rabia y dolor, y todo era culpa de él, y de esos que no tenían cojones. Después de todo ella tampoco quería un chico que no llevara los pantalones por algo.

—A veces podría estrangularlo. —le dije en voz alta.

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Estaba secando su cabello después de una larga ducha de agua caliente, tenia todos los músculos de su cuerpo relajados, se sentía genial.
¿Qué demonios era ese ruido? ¿Música? ¿Una fiesta? ¿a estas horas en la academia? no podía ser, no se permitían las fiestas.

Maldito.

Él era el único que se atrevía a fastidiar, y en días de semana, claro como el imbécil sacaba la chequera y todos bailaban al son de su voz.

Desde el primer día, el Dios Bieber hacia lo que le venia en gana, ella como el resto de los chicos debía compartir un cuarto con otras tres chicas y seguir las reglas al pie de la letra pero el maldito tenia un cuarto para el solito, todo remodelado para él, para su comodidad, por que el señor se podía estresar, además papá pagaba las facturas.

—¡JUSTIN! —grité.

—Vaya, vaya ¿querías ser la primera en venir a mi cuarto fierecilla? Por lo general mi vara es más alta pero podría hacer una excepción. —contesto él.

¿¡Qué yo que?!

—¿Estas demente? ¿Eres estupido o se te fundió el cerebro? Yo vivo aquí, la música esta muy alta. —hablé por encima de la música para que pudiera oírme.

—Y además eres un fastidio, sureña eres como un grano en...

—Bájale a tu equipo o llamo a seguridad. —lo interrumpí antes de que pudiera decir cualquier cosa.

—Vamos gatita llama... grita... —contesto haciendo ademanes con las manos.

—O bien podría quemarte el equipo, tu escoges sultán. —le rete.

Casi sonrió por dejarlo con la palabra en la boca. Entro a mi cuarto y giro para cerrar la puerta y echarle una miradita a esa puerta... la puerta del infierno, y él estaba en el marco de brazos cruzados con una media sonrisa torcida en el rostro, con un bufido azoto la puerta, quiso salir y golpear al dueño de la risa que escucho, Dios como lo odiaba... pero cuarenta y siete segundos después la música se detuvo, las tres horas siguientes estuvo desconcertada, él no solía satisfacer sus deseos, él jamás le concedía lo que quería, entonces... ¿Por qué apago su equipo?

Quería cruzar el pasillo y preguntarle, pero reprimió el deseó.

Acéptalo, Eres mía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora