El almuerzo y una advertencia

Начните с самого начала
                                    

Alargó la mano y me agarró el muslo.

—¿Knox?

La seriedad de su tono me hizo alzar la guardia.

—¿Qué?

—No me parece que esto sea fingir.

Me di un golpe contra el reposacabezas. Sabía que tarde o temprano llegaría el momento de tener esta conversación y, aun así, todavía no quería tenerla. En lo que a mí respectaba, los dos habíamos dejado de fingir casi desde el principio. Cuando la tocaba era porque quería, no porque quisiera que otra persona me viera tocarla.

—¿Tenemos que hablar de eso ahora, Flor, cuando tienes el cronómetro midiendo la pausa para comer?

Clavó los ojos en el regazo.

—No, claro que no.

Apreté los dientes.

—Claro que sí. Si es algo de lo que quieras hablar, pues hablémoslo. Deja de preocuparte por si me voy a cabrear, porque los dos sabemos que tarde o temprano pasará.

Alzó la vista y me miró.

—Solo me preguntaba… qué estamos haciendo.

—No sé qué estamos haciendo. Por mi parte, yo disfruto de pasar tiempo contigo sin preocuparme por qué pasará después, o dentro de un mes, o dentro de un año. ¿Qué haces tú?

—¿Aparte de disfrutar de pasar tiempo contigo?

—Sí.

Sus preciosos ojos castaños se volvieron a fijar en su regazo.

—Me preocupo por lo que pasará después —reconoció.

Le levanté la barbilla para que me mirara.

—¿Por qué tiene que pasar algo después? ¿Por qué no podemos disfrutar de esto tal y como es ahora, sin tener que darle mil vueltas a algo que todavía no ha ocurrido?

—Es que así es como funciono —dijo.

—¿Y si probamos a hacerlo a mi manera durante un tiempo? Si lo hacemos a mi manera, tendrás un almuerzo, que no es un pícnic, y, al menos, un orgasmo antes de la una del mediodía.

Se le sonrojaron las mejillas y, aunque la sonrisa que esbozó no era tan ancha como la que me había ofrecido antes por haberle preparado una sorpresa, no estaba nada mal.

—Vámonos —dijo.

Se me puso dura al instante. Todo lo que había imaginado se me agolpó en la mente: tenderla sobre la manta, desnuda, mientras gimoteaba mi nombre; saborearla bajo el sol, mecidos por la cálida brisa. Quería sentir cómo se movía debajo de mí mientras el resto del mundo se detenía.

Puse la marcha atrás y pisé el acelerador.

Solo habíamos recorrido una manzana cuando el móvil de Naomi sonó en las profundidades de su bolso. Rebuscó para sacarlo y miró la pantalla con el ceño fruncido.

—Es Nash.

Le arranqué el teléfono de las manos y respondí.

—¡Knox! —protestó Naomi.

—¿Qué? —espeté al aparato.

—Tengo que hablar con Naomi —dijo Nash. Sonaba lúgubre.

—Está ocupada, dímelo a mí.

—Ya lo he intentado, imbécil; te he llamado a ti primero y no me lo has cogido. Tengo noticias sobre Tina.

A la mierda mi pícnic.

Cosas que nunca dejamos atrásМесто, где живут истории. Откройте их для себя