Knox, Knox, ¿quién es? 🔞

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—Knox —suspiré—. Esto no es lo que quieres —le recordé.

—Es lo que necesito —me dijo antes de retomar el beso.

Este no era como el que habíamos compartido en la sala de espera. Era distinto, desesperado. Me entregué por completo. Se esfumaron todos los pensamientos de mi cabeza hasta que no fui más que un conjunto de emociones. Su boca era dura y exigente, como el mismo hombre, y me ablandé en sus brazos al abrazarlo.

Reaccionó tirándome del pelo para ladearme la cabeza justo en la posición que él quería mientras inclinaba la boca sobre la mía. Su lengua no se enroscaba ni bailaba con la mía: presentó batalla hasta someterla.

Me arrebató el aliento, la razón y cualquier motivo que justificaba por qué esto era una idea espantosa. Me lo arrebató todo y lo hizo desaparecer.

—Esto es lo que necesito, cariño. Quiero sentir cómo te derrites y me recibes. Quiero que me dejes tenerte.

No sabía si para él esto era decirme guarradas o prosa romántica. Fueran lo que fueran esas palabras, me encantaron.

Sus dedos dieron con el tirante de mi vestido. El corazón se me aceleró de golpe cuando hizo deslizar la tela por mi hombro y me dejó la piel ardiendo. Me necesitaba. A mí. Y mi razón de vivir había sido siempre esa.

Le agarré la camiseta, metí las manos por debajo del dobladillo y descubrí el músculo terso y duro que se contraía bajo la piel cálida. Por una vez en la vida, Knox parecía dispuesto a ser solícito y se sacó la camiseta por la cabeza con una mano. Madre mía, tanta piel, músculo y tinta. Le recorrí el pecho con las uñas y gruñó sin separarse de mis labios.

«Ay, sí, por favor».

Con un gesto hábil, me bajó el tirante del vestido y luego hizo lo propio con el otro.

—Ya era hora de que descubriera qué escondes bajo estos vestidos — murmuró.

Le mordí el labio inferior y tiré con fuerza del cinturón. Me insulté por haber escogido la ropa interior menos sexy que tenía. Pero, al menos, no me había molestado en ponerme un sujetador esta mañana. Por un lado, bragas muy poco sexys; por el otro, las tetas al aire: me pareció que una cosa compensaba la otra.

Se quedó sin pantalones en el mismo instante en que el vestido me resbaló por el cuerpo y se apiló alrededor de mis tobillos.

—Joder, cielo. Lo sabía.

Posó los labios en mi cuello y empezó a mordisquearme y a besarme descendiendo por mi cuerpo. Me estremecí.

—¿Sabías qué?

—Que serías así. Que tendrías este cuerpazo. —Me agarró un pecho con avidez.

Me empotró contra la nevera y el metal frío me hizo soltar un grito:

—¡Knox!

—Podría disculparme, pero sabes que no lo siento lo más mínimo — dijo, y sacó la lengua para darme un lametazo en el pezón dolorido.

Ya no era capaz de seguir articulando palabras ni de aspirar aire. Lo único que podía hacer era rodearle la erección con ambas manos y aferrarme como si me fuera la vida en ello. Cuando sus labios se cerraron alrededor de mi pezón y se puso a succionar, apoyé la cabeza en la nevera.

Los tirones profundos y placenteros reverberaban por todo mi cuerpo, y algo me decía que él lo sabía.
No dejó de succionar mientras metía la mano que tenía libre por dentro de mis bragas tan poco sexys. Ambos gemimos cuando sus dedos encontraron la abertura.

—Lo sabía —musitó de nuevo, y su boca se trasladó a mi otro pecho—. Sabía que estarías así de mojada por mí.

Mi gemido se volvió un chillido cuando se abrió camino entre mis pliegues con dos dedos. Este hombre sabía lo que se hacía, no titubeaba ni perdía el tiempo con movimientos torpes e indecisos. Incluso espoleado por el deseo, cada gesto era pura magia.

Cosas que nunca dejamos atrásحيث تعيش القصص. اكتشف الآن