Un final entre finales

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Me encandila la luz del sol al bajar del auto de Pierre. Pestañeo varias veces y, en el garaje de la abue, veo a mamá cargando nuestras maletas y bolsos. Mis maletas y mis bolsos. No puedo evitar indignarme, al parecer no va a permitirme recoger mis cosas de la habitación, porque lo hizo ella, probablemente mientras me explotaba el celular a mensajes anoche.

Desde mi sitio, en medio de la acera, clavo mis ojos en los suyos. Su rostro inexpresivo me indica que no ha dormido, o si lo hecho, probablemente ni siquiera fue una hora. No se escandaliza, no se muestra afectada en exceso, en su lugar exclama de mala gana:

—Despídete de tu abuela, te espero en el auto. —Y así, sin más, se mete dentro del vehículo.

No me muevo hasta que Pierre coloca su mano en mi espalda con intención de que avance; incluso Oli tira de su correa hacia adelante. Me mira profundamente, y no me hace falta más para leer la pregunta que tiene en mente. «¿Te acompaño?», murmuran sus ojos. Afirmo, porque no quiero que se quede aquí, a pocos pasos de mamá, y que el último momento acabe con gritos memorables.

Recorremos el camino del jardín delantero y entramos a la casa sin tocar. No hay señales a simple vista de la abuela Mar, de hecho la sala se siente tan vacía como si le hubiesen arrancado la esencia amorosa y cálida que usualmente carga. La casa está apagada porque la abuela lo está. No huele a vainilla, las plantas se ven tristes, no corre ninguna brisa fresca.

Pasaron menos de veinticuatro horas desde que me marché anoche en medio del tsunami de acusaciones, pero parece que pasaron días enteros.

Subo las escaleras para dirigirme a mi habitación, para darle un último abrazo al mural que me dejó el abuelo Nick. Pierre me sigue, dejándome de todas formas mi espacio. Al atravesar el umbral de la puerta, me la encuentro despejada, más que en el día que la conocí. Silenciosa. Sola.

La abuela está aquí.

Levanta la mirada cuando nota nuestros pasos, los cuales se escuchan con claridad en una habitación sin dueño. Está sentada en mi cama, en dirección a las alas pintadas. Las comisuras de sus labios se curvan levemente, como si se esforzara. Una sonrisa triste.

—Hola, querida —me dice con su típico tono amable que no pierde por nada en el mundo.

—Abue... —Suelto la correa de Oliver para poder acercarme a ella, sentarme a su lado y darle un abrazo. El deja vú de mi primer día en esta casa me llena la cabeza. Cuando la abracé en la acera al llegar, aprecié su aroma a rosas, sus lindas palabras al no verme durante tanto tiempo. No tengo fuerzas para apreciarlo ahora.

Ese preciso hermoso día, en medio del rencuentro, jamás creí tener que irme corriendo una mañana tan aleatoria como esta.

—Las vida da giros inesperados —susurra sin soltarme, sin dejar de disfrutarme—, es malvada a veces, y lo sabes perfectamente. Si Shungit quiere alejarte, lo hará. Es un pueblo inteligente, ¿lo has notado?

Me aparto para mirarla a los ojos con el ceño fruncido.

—Shungit no me quiere lejos, esto es trabajo de mamá —acoto.

—Charlie es la razón de los acontecimientos, pero toda razón nace en algún sitio. —Sus manos acarician el dorso de las mías. Lo hace cada vez que quiere expresarse profundamente, cuando necesita que comprenda algo sin vueltas—. Estamos en el pueblo dragón, Brid. Todo es posible porque el pueblo sabe lo que hace. Sabe a dónde te está enviando, de qué forma y porqué.

—Soy la guardiana. ¿Por qué me arrancaría de aquí?

—Eso solo lo sabe Shungit. Si el resto de la historia te quiere de vuelta, va a traerte. —Deja un silencio denso, pasea la mirada de Pierre a mí, y añade—: «Remplaza lo que sientes, conéctate con lo que debes y la incertidumbre se esfumará. Aprende a sentir. Contempla la vida, Brid». ¿Recuerdas?

OSCURO GÉNESISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora