Oh, mi amor espiritual

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En las montañas rusas existen dos tipos de personas: las que disfrutan la adrenalina de tocar las nubes con las manos, gritan de felicidad y se ríen a carcajadas; y las que pasan los peores minutos de su vida arrepintiéndose de haberse subido para poder presumir que alguna vez lo hicieron. En este instante, soy ambas. El miedo y el enojo con mamá siguen estando presentes, pero imaginar quedándome aquí un tiempo más me alegra entera.

Cepillo mi pelo frente al espejo del escritorio. Está sedoso y brillante, los productos que he encontrado en la ducha (probablemente propiedad de mamá) dejan un aroma increíble. Suena en un alto volumen «SUPERMODEL», de Måneskin, mientras tanto. El sol mañanero choca en mi ventana y aclara la habitación, los pájaros cantan. Oliver da vueltas en mi cama, tirando las sabanas al suelo y haciendo que las almohadas vuelen en todas las direcciones.

Una mañana como cualquier otra, no es la gran cosa.

—¡Oliver! —lo llamo. Se frena, levanta las orejas con travesía y detecto en sus ojitos un brillo distinto. Se hecha a correr hacia mí como si lo hubiese invitado a acercarse—. ¡No, no! —grito, pero es demasiado tarde. Se me lanza encima, haciendo que caiga de espalda al suelo con un golpe seco.

Suelto un gruñido, siento cada parte de mi espalda destruida. Él me llena de baba el pelo sin ni un problema, así que decido levantarme lo más rápido posible. Tambaleo cuando lo hago.

—Perro tonto —le digo, a lo que mueve la cola. Angelito de carita bonita, y travieso a más no poder. Lo perdonas de cualquier desastre con mirarlo por tres segundos seguidos—. ¿Por qué hiciste eso? Dime.

Mueve la cola una vez más.

Me vuelvo a mi asiento cuando él sale corriendo hacia las escaleras gracias a una llamada de la abue, supongo que lo dejará jugar en el jardín esta mañana. Esa energía necesita ser gastada, no entiendo de dónde salió.

Apago la música y voy directamente a buscar el contacto de papá para llamarlo. Es todo, voy a hablar con él respecto al problemón que voy a tener al final de la semana. Puede no saber nada de dragones y collares; sin embargo, le cae excelente Pierre. Cada vez que tiene una oportunidad para recalcarlo en los mensajes que me envía a diario lo hace, como si me alentara en lo que mamá me desalienta. Además, entiende con mayor profundidad mis sentimientos hacia Pierre. No hace falta dudarlo.

Espero que atienda mientras cierro la puerta de la habitación. Nadie debe escuchar.

—No me digas, mi hija ha llamado —exclama en tono sorprendido, claramente actuado, cuando descuelga.

—Hola, papá. —Pongo los ojos en blanco aunque no pueda verme—. Te envío mensajes de texto y notas de voz todos los días, no exageres.

—Los mensajes no cuentan. Ni las notas de voz.

—Si lo hacen.

—No, no lo hacen. Las llamadas son en vivo, ahora, no cuando tenga el tiempo de contestar a tus mensajes.

—Bien, como desees. —Sigo cepillándome el pelo con la mano libre—. ¿Qué tal tu vida caribeña?

—Ya sabes la respuesta de eso, cariño. Te envío fotos de mis actividades usualmente.

—¿Y eso qué? Puedes estar pasándola horrible sin la necesidad de que se note en tus fotos.

—¿Supones que te oculto cómo me la estoy pasando?

—Puede ser. —Me encojo de hombros—. Los padres tienden a hacer eso para no preocupar a sus hijos, no lo descarto.

Suelta una carcajada, y agrega:

—Si me has llamado por una razón específica, me encantaría que lo lanzaras ahora, sin vueltas. Estoy aquí para escucharte.

Inhalo una bocanada de aire, dejando el cepillo sobre el escritorio, y procedo a detestar lo predecible que soy. La abue, Pierre por sobre todos, papá, mis nuevos dos amigos; ¿tan sencillo es descifrarme? Me costó semanas comenzar a entender a los dragones de aquí, más que nada a Pierre.

OSCURO GÉNESISKde žijí příběhy. Začni objevovat