Devórame

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Muy poco se habla del daño que los padres pueden llegar a hacerles a sus hijos. Puede ser intencionado, como en el caso de Pierre; o puedo ser no intencionado, como en mi caso. Lo tengas en cuenta o no, ellos son igual de humanos que nosotros. No por ser de nuestra misma sangre significa que no nos puedan destruir a pedazos, que no se equivoquen, que no estén viviendo por primera vez al igual que todo es resto de nosotros.

No me sorprende que Pierre sepa la historia de mis padres casi por completo. La abuela Mar se la contó apenas él comenzó a interesarse en mí con profundidad. Lo consideraría injusto pero, en este preciso momento, no lo pienso de esa forma. De todos modos expreso los detalles ya que él insiste en que ahora es turno suyo de oírme, y lo hace con toda la atención del mundo.

Salimos de la biblioteca riéndonos y bromeando como si la terrible muestra de confianza hubiese sido tan sencilla que pasó a ser parte de nosotros. Hablar de papá y mamá se sintió como sacarme una mochila pesada de encima. Tener la oportunidad de escucharlo a él se sintió como llegar más alto entre nosotros.

Apenas subimos al auto para partir a casa, me percato de que está tan oscuro que las luces delanteras me resultan inútiles y tenues. No sé cuánto llevamos dentro de la biblioteca.

—Elige un color —me dice cuando el vehículo comienza a andar—. El que más te guste.

—¿Para qué?

—Tú solo elige.

—Mmm, ¿rojo?

Pensiona algunos botones en la pantalla brillante, selecciona una paleta de colores determinada y el interior del auto se tiñe de un rojo cereza proveniente de las luces led que se esconden en todos lados.

Observo mí alrededor con emoción.

—¿Quieres elegir la música? —suelta además, señalando la inmensa pantalla.

—¡Obvio que quiero!

—Toda tuya.

Me inclino sobre el asiento y rebusco entre las opciones alguna canción que me agrade, deslizo y deslizo un rato entre álbumes del momento. Entonces encuentro uno de Måneskin. Me limito a apretar los labios para no descabellarme y presiono una de las opciones. Subo el volumen. Tan eufórica como una niña pequeña con su nuevo juguete, soy completamente yo.

Pierre abre las ventanillas, incluso la del techo, y deja que el aire fresco de la noche entre con fuerza a causa de la velocidad.

Acelera.

El motor ruge.

Comienzo a cantar la canción a todo pulmón, con un micrófono invisible e imaginario en mano. Sin avergonzarme, porque, cuando le dije que me sentía en calma junto a él, iba en serio.

Pierre me mira de reojo y esboza una sonrisa que jamás había visto en él. Es tan pura, espontánea y relajada que me transmite una explosión de emociones.

Dejo de estresarme por un momento. De preocuparme, de especular e intentar acertar. Abandono la carrera para tomar un descanso. Permito que las secuencias vivan al azar, que se desenvuelva el momento. No estoy pensando en nada más que en el rostro de Pierre iluminado con color rojo, en el sonido alto retumbando en mi cuerpo.

Sonrío tanto como puedo. Sonrío para mí, para él.

La brisa me desordena el pelo, me enfría las mejillas, hasta que Pierre comienza a bajar la velocidad y nos detenemos a la deriva. Lo miro, alarmada, pero ya está bajándose y rodeando el vehículo.

—¿Qué haces? —suelto cuando abre mi puerta y me ofrece su mano.

—Baja.

Ha empezado a sonar «BABY SAID»; lo último que quiero es abandonar mi súper concierto. De igual forma acepto su invitación y abandono mi asiento para pisar el suelo boscoso. Me mantengo con una expresión dudosa mientras cierra la puerta a mi espalda.

OSCURO GÉNESISWhere stories live. Discover now