Besarte sigue siendo un ARTE

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Acostumbro a llegar a casa en variados horarios, aleatoriamente, sin calcular nada en absoluto; sin embargo, me encuentro a diario con un silencio denso y pocas señales de mamá o la abuela al entrar. Entiendo que mamá esté bastante ocupada constantemente en ella misma como lo acordamos antes de viajar. Que busque divertirse, salir y encontrarse en sus ideas y planes. Que disfrute del tiempo a solas, que se escuche y sepa entenderse.

Pero no comprendo por qué la abue no ronda la casa durante las horas libres. Me pregunto qué hará mientras tanto. Quizá eso de ser ex guardiana tenga una labor, el cual desconozco. Quizá se pase las horas del día en el pueblo socializando cuando yo pienso que está encerrada en su habitación viendo una telenovela.

Así que, una vez más, llego a casa junto a Pierre en medio de la noche. El salón tiene las luces encendidas, al igual las escaleras. No subo al segundo piso, me conviene que no sepan que he llegado para que no interrumpan el momento con una serie de indagaciones a Pierre. La abue es capaz de levantarse a pesar de estar más dormida que un oso invernando tan solo para saludarlo.

Oliver corre a revolcarse en el sofá mientras yo guio a Pierre por el pasillo a la cocina, donde entramos para rebuscar algo que comer para pasar el rato.

—¿Quieres chocolate? —le ofrezco al encontrar una tableta escondida entre paquetes de snacks. Él está interesado en observar el ambiente, los adornos y colores en medio de la oscuridad interrumpida por una leve luz de la alacena.

—Nunca negaría comer chocolate —contesta y me arrebata la tableta de la mano. Me rio y espero a que la abra.

—¿Prefieres el chocolate negro o el blanco?

—Cualquiera de los dos me va bien, incluso combinados.

—Ya veo que si te gusta.

—No me gusta, me encanta. Como tú. —Me guiña un ojo.

El corazón se me acelera más rápido que un propio Ferrari y reprimo la sonrisa para poner los ojos en blanco, demostrando que me resultó irritable, cuando efectivamente me gustó. Y me enfurezco porque eso suceda. Muy en el fondo detesto que mantenga ese control sobre mí. Tengo más que sabido la impecable manera de Pierre para lanzar palabras lindas, halagos y provocaciones. ¿Por qué sigue tomándome por sorpresa? ¿Por qué cada vez me hacen efecto con mayor intensidad?

Se apoya en la isla de la cocina, frente a mí. Corta la tableta de chocolate sin que yo conteste nada al respecto, me entrega una barra y él se queda con otra. Comemos en silencio, sin incomodarnos por la falta de palabras, compartiendo nada y todo a su vez. Me pregunto si le agradará tanto como a mí pasar tiempo juntos, esos ratos que no tienen un fin, en los que simplemente... estamos.

Comienzo a dudar si el silencio es culpa de la comodidad, o de todo lo contrario. Desde que nos subimos al auto en la Estancia Drákon para volver a casa de la abue que lo noto pensativo. No es normal que esté así, no se me hace costumbre que esté tan perdido en sus pensamientos. Esa suelo ser yo, no él. Tiene la vista en un punto fijo de la cocina, y pasa a preocuparme más que hace media hora atrás.

—¿En qué piensas? —indago.

—En ti.

—Pierre, lo digo en serio —reprocho, poniendo mala cara—. Deja de jugar.

—No estoy jugando. —Se vuelve para verme—. Preguntaste en qué pienso; pienso en ti, en tu dragón, en tus dones, en nosotros...

—¿Y por qué estás raro? ¿Qué sucede?

—Me preocupas —suelta de inmediato, como si lo hubiese tenido en la punta de la lengua. Se acomoda el pelo con nerviosismo, traga saliva con fuerza y continúa—: No quiero ser insistente o insoportable con el tema. Tú sabes que voy a apoyarte, lo acepté cuando tomaste la decisión de ser un dragón, pero...

OSCURO GÉNESISWhere stories live. Discover now