Viaje a los años sesenta

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Estoy tirada en mi gigante cama junto a Oliver, con el papel que Pierre me dio en la mano. Lo analizo. Tengo algo de miedo de que Colin llegue hasta casa para sacarme en cara que hoy no fui a su salida. Bueno, si fui, pero ellos ya habían partido. Se supone que no sabe mi dirección, sin embargo, conoce a la abuela Mar, y apuesto que sabe cuál de todas estas casas tan perfectas e iguales es la de ella.

No voy a decirle a mamá. Sería horrible llegar y soltar: «mami, si un chico rubio furioso aparece en la puerta, llama a la policía». Mucho más la decepcionaré sabiendo que está muy contenta con que esté haciendo amigos.

Por el momento me conformo con tener la posibilidad de contactar a Pierre. Y, si lo que dijo tiene algo de sentido, mantengo la esperanza de que él pueda poner a Colin en su lugar. Aún con más razón cuando el rubio le tiene rencor. Estoy segura de eso.

Tocan la puerta y me obligo a volver un rato al planeta Tierra. Contesto mientras guardo el número de Pierre en mi mesa de luz, y la abue entra con una sonrisa agradable y curiosa en el rostro. Trae una caja grande, redonda, alta y gastada, empapelada con diarios viejos.

—¿Qué es eso? —pregunto apenas la deja en mi cama y se sienta a mi lado.

—Estaba ordenando mi habitación, ya sabes, dándole otro aire; y encontré esta caja de cuando era más joven. Me encantaría que la revisáramos juntas, ¿te apetece?

—¡Claro que sí! —Me emociono. Siempre vi esta clase de momentos en las películas familiares en las que la abuela tiene un papel importante en el desarrollo del personaje, realmente nunca creí que fuera a pasarme. Ahí es cuando recuerdo que tengo una abuela como las de las películas.

Retira la tapa y comienza a sacar el contenido de a poco. Hay de todo. Fotos, joyería, cartas, libros, dibujos, entre otras cosas muy aleatorias. Tienen bastante polvo, así que soplo lo que voy agarrando. Huele a humedad y papel gastado.

—Algunas cosas me las regaló tu abuelo cuando aún éramos novios —murmura, y se me llena el corazón de alegres recuerdos del abuelo Nick.

Aún me entristece pensar en él, no puedo evitarlo, y sé que la abuela tampoco por más que oculte los sentimientos detrás de una burbuja. Una enfermedad respiratoria quitó a Nick de nuestros caminos, nos lo arrebató antes de lo previsto. Fue muy rápido, brusco. Nadie estaba preparado para ese desenlace con final trágico. Nos confirmaron que no era posible perderlo de un día para el otro, pero sucedió.

Cuánto deseo que esté aquí con nosotras, al menos unos minutos, para revisar estos recuerdos junto a él. Estos recuerdos que él ayudó a crear. Sí hubiera una manera de verlo por última vez, haría lo posible para alcanzarlo, aunque implique lo más complicado de mi vida.

Tomo unas cartas que están debajo de un álbum de fotos y las reviso por fuera. No las leo. Pienso que las cartas son muy privadas; entrelazan solo a esas personas que quisieron entrelazarse con ella. Solo las admiro antes de dejarlas en su lugar y decidirme por las fotos.

Paso las páginas. Recuerdos y recuerdos inmortalizados en papel fotográfico. Es magnífico. La abuela Mar y el abuelo Nick cuando eran jóvenes, mamá de bebé, incluso hay fotos en las que están con papá. Sus sonrisas son tan puras que decido grabar un video en mi celular para poder verlas más seguido y conservarlas más cerca que en una caja guardada por ahí.

Luego tomo los vinilos rayados que hay a un costado. Resaltan «The Beatles» y «The Rolling Stone», por lo que agrego:

—¿Te gustaba el rock? —Se me ilumina la mirada al pronunciarlo.

—Claro que sí. Amaba el rock cuando era joven, al igual que tú. Era un estilo muy peculiar, jamás pude despegarme del todo de esos años.

Sonrío al imaginar a la abuela en su etapa rockstar, porque en los años sesenta debió haber sido fantástico. La ropa combinada de cuero, vinilos y CD'S, clubes de música. Me hubiese gustado experimentarlo.

Hay tantas cosas que no sé cuáles más tomar. Mi indecisión aumenta hasta que la abuela saca una maquina un poco rara que quedaba dentro de la caja y coloca un casete dentro.

—¿Quieres escuchar esto? —me consulta.

—¿Es música?

—No, es una grabación vieja del abuelo. Solo si quieres, no pretendo que acabemos llorando.

—Si quiero —suelto, apurada—. Aunque no prometo no llorar.

—Está bien —murmura entre risas y le da comienzo a la grabación.

Enseguida la voz áspera del abuelo Nick me inunda los oídos y cada espacio de la habitación. Respiro hondo, se siente como si acabaran de tirarme un balde de agua congelada en toda la cara. Intento prestar atención, me concentro en cada oración nombrada. Está contándole un cuento a mamá de cinco años, y ella parece muy divertida con eso. Suelta carcajadas de vez en cuando y chilla con su fino tono.

Aprecio cada palabra, cada tono y cada risa. La historia trata de como un caballo alado y su jinete mujer se proponen dar la vuelta a la luna. Y lo logran porque, según el abuelo, todo es posible cuando lo deseamos con tanta intensidad y ponemos toda nuestra energía en ello.

Cuando acaba la grabación, cuando la jinete pisa la luna y felicita a su corcel por el trabajo hecho, el abuelo se despide, y me doy cuenta que estoy enrojecida, con las lágrimas empapándome la cara. La abuela me observa con la misma carga de nostalgia, solo que ella no llora.

—Lo siento —le digo. Ella ya ha superado esto y me dejo en claro que no quería que llore al respecto, pero debía hacerlo. En el fondo, quería llorar una última vez con tanta intensidad por el abuelo. Lo necesitaba.

—No tienes por qué disculparte, mi niña.

Me da un gran abrazo de oso y un beso en la frente antes de guardar lo que esparcimos por mi cama. Mientras tanto me cuenta:

—¿Sabías que los cuentos que le contaba a tu mamá los inventaba él mismo?

—¿En serio? —me sorprendo.

—Claro. Le encantaba inventar historias de todo tipo de personajes, sobre todo con animalitos del bosque, para compartirlas con Charlie.

Charlie Brown... Mi mamá.

—Wow. No tenía idea, era muy bueno en eso teniendo en cuenta lo que acabo de escuchar.

—Era todo un hombre creativo —acota con una risita, al tiempo que abre un joyero de terciopelo negro del fondo de la caja y saca un collar. Lo deja colgar de su mano para que lo aprecie. Es hermoso—. Esto es para ti, Bridget.

—¿Para mí? —Me quedo atónita, no puedo aceptar esa reliquia, tan antigua y cuidada. Si lo pierdo o estropeo no me lo perdonaría nunca.

—Sí. Nick lo dejó para ti hace unos buenos años atrás. Prometí dártelo cuando estuvieras preparada para esta nueva etapa de tu vida, y aquí estás.

—Pero... —Lo sigo admirando, es precioso.

—Puedes aceptarlo —suelta, adelantándose a mi reacción—. Es todo tuyo. Cuídalo, ¿sí?

Cuando lo deja en mis manos, una oleada ardiente me quema las palmas y, verlo de cerca, me hace percatarme de que el collar es igual a los que vengo analizando en los habitantes de pueblo. Plateado, con un armazón que recubre una piedra. Pero esta piedra es blanca radiante, no tiene rayas ni motas de algún otro color. Es pura. Viva.

Volteo enseguida hacia el mural. Ahí está, la misma piedra uniendo ambas alas esqueléticas, esa que iluminó la habitación de luz celeste apenas la toqué, la que me dejó tan paralizada y desconcentrada de mi persona.

El collar y el mural tienen la misma piedra.

Me vuelvo hacia la abuela con cara de confusión, ella solo asiente y sonríe convencida. Sabe lo que estoy pensando, sabe lo que acabo de descubrir, y, sobre todo, me lo está afirmando.

No decimos nada, las letras sueltas se enredan en mi garganta; solo me guiña un ojo y se aleja por el pasillo con la caja en manos. A pesar de todo, lo entiendo.

Realmente lo entiendo.

La abuela sabe lo que la piedra puede producirme, el abuelo Nick lo sabía; porque el punto no son las alas del mural, sino lo que las une. El poder lo tiene la piedra. El tema ahora es... ¿Qué clase de poder sobre natural tiene? ¿Y porque el abuelo lo quería en mis manos?

OSCURO GÉNESISKde žijí příběhy. Začni objevovat