Estanterías sin cuidados

427 64 35
                                    

Me encantan las mañanas en las que los rayos de sol entran por las ventanas y deslumbran las paredes. Los pajaritos cantan, formando un ambiente acogedor. El aire se siente liviano, las sabanas arrugadas, y me transporta a cuando era una niña despertando en una habitación colorida. Papá me traía el desayuno, mamá abría las cortinas para despertarme por completo.

Sigo extrañando los viejos tiempos. Los sigo extrañando a ellos.

Me costó demasiado trabajo aceptar que, cuando se separaron, una parte de mí se adormeció, se perdió entre nieblas que no podía cruzar. La soledad llegó en abundancia luego de la ruptura. Fue el detonante que logró adentrarme en una tristeza y preocupación con la que antes no contaba.

Pero no puedo culparlos por eso; sería absurdo. No es su culpa ni la mía; sucedió, sin más. Sufrieron demasiado, yo también lo hice a la par de ellos, pero en silencio. No quería hundir el barco que ya tenía agujeros. Me mantuve al margen, ocultando lo mal que llevaba su situación a pesar de ser ajena a mí en gran parte.

¿Me hice daño? Demasiado. Suprimir, ocultar e intentar desaparecer lo que mi interior intentaba alertar a la superficie fue mi peor error. Así aprendí a escucharme por más que me duela, por más que me desespere y carezca de solución.

Respiro hondo y abrazo con más fuerza a Oliver sin abrir los ojos. No sé qué hora sea, me da igual porque no quiero levantarme, y menos con los recuerdos familiares que esta mañana me está trayendo. Tan dulces y reconfortantes.

Las orejas de Oli se clavan en mi mejilla. Las ignoro. De un segundo a otro no lo siento más contra mis brazos, sin embargo, no me fijo a donde fue; aunque escucho sus patitas apuradas en el suelo con una emoción inusual.

Sigo durmiendo.

Escucho voces en la planta baja, la abuela chilla con un tono alto, creo distinguir a mamá también. Todo me resulta lejano, sin una pizca de posibilidad de obligarme a despertar.

El murmullo se detiene, escucho pasos por la escalera. Me aferro más a las mantas de mi cama y escondo la cara en la almohada, preparada para que mamá me zamarree gritando que ya es tarde y que no debo dormir hasta tan tarde...

No sucede.

Siento como el colchón a mi lado se hunde, y unos suaves dedos me recorren con sigilo la columna, en dónde las estrellas rojas tatuadas crean un camino descendente hacía mi espalda baja. Voy en ropa interior, siento muy bien las cosquillas que me producen un escalofrío involuntario, que me aflojan el cuerpo.

El corazón se me acelera como un auto de carreras. Casi pego un salto. Me alarmo y doy vuelta con los ojos muy abiertos. Pierre aguanta una carcajada desparramada mientras yo me encargo de fulminarlo con la mirada. Tomo mi almohada y se la tiro en la cara. Pero, como la vez que acabé durmiendo junto a él en el sofá, la detiene en el aire.

—¿Qué haces en mi habitación? —No lo digo gritando, aunque quiero hacerlo.

—También me alegro de verte, nena.

Me observa con cautela, detrás de esa fachada oscura que lleva. Hoy va completamente vestido de negro, lo que significa que tiene encima armas de doble filo. Debería ser ilegal, completamente ilegal, verse así de bien.

Tiro de las sabanas para ocultar que literalmente no llevo ropa a pesar que ya se percató de eso, y más al haber trazado una línea en mi columna que me dejó atónita.

—¿Entonces? ¿Qué haces aquí? —insisto con los nervios picándome en el estómago.

—Vine a buscarte para ir a la biblioteca. Como me dijiste que puedes ir sin problema ahora, imaginé que querrías. Melanie y Jasper ya están de camino.

OSCURO GÉNESISOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz