Apaga las voces

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Mantengo la mirada fija en el techo blancuzco de la habitación un sinfín de minutos con la mente mareada de cosas que procesar. En la mañana recibía las rosas negras bañadas en glitters de Pierre con la emoción de una niña al recibir su juguete soñado, y ahora respiro mis propias lágrimas, queriendo escapar de este dolor.

La vida no deja de sorprenderme. El futuro es una moneda, puede caer cara o cruz y darte una vuelta de ciento ochenta grados inimaginablemente. Puede llenarte de regalos, cumplir tus metas, empujarte a ser mejor, hacerte creer que lo tienes todo, o al menos que tienes algo. Puede ponerte en el podio, y más tarde destrozarte. Porque es la vida la que quiere que aprendamos a valorar, no nosotros.

Espero que Pierre salga de ducharse, ya lleva media hora dentro del baño y pienso ir a tocar la puerta por si algo va mal, o peor de lo que debería. Sin embargo, antes de que pueda abandonar la cama, aparece en la habitación como si nada hubiese sucedido; con su pantalón de pijama, sin camisa y con el pelo húmedo.

Sé perfectamente porqué tardó tanto en ducharse, aunque hace un trabajo excelente en no demostrar rastros. Su cara ni siquiera está tan enrojecida como la mía. No puedo determinar si admiro esa capacidad que tiene de camuflar sentimientos o si la considero un arma de doble filo.

Definitivamente es un arma de doble filo.

En silencio se mete en la cama junto a mí y me arrastra hacia él. Huelo su perfume, me condeno a recordarlo esta noche por si algún día se me olvida. Me acomodo contra su cuerpo, y Oliver se hace un lugar a mi costado. Mi primera vez en la cama de Pierre, y la última.

Mi celular suena. Maldigo en voz baja.

—¿Tienes una licuadora que pueda encender con esto dentro? —le digo al chequear la notificación, al enterarme que tengo más de veinte mensajes de mamá, cinco llamadas perdidas y diez mensajes de la abuela—. O ¿crees que tirarlo del balcón también lo callaría?

—El balcón podría ser una opción, y sí tenemos algunas licuadoras. Pero ¿si mejor te olvidas de él? —propone y, sin que yo responda, me quita el celular de la mano para ponerlo en silencio y dejarlo sobre la mesa de luz—. ¿Mejor? —añade al mirarme de nuevo a los ojos.

Afirmo con la cabeza, haciendo que esboce una sonrisa. Una de esas que llegan más lejos que a mi campo visual, de esas que aprecio como mías. Me alegra verla luego de todo, tanto que, sin darme cuenta, acabo sonriendo también. Quiero llorar, quiero enterrar mi cara en la almohada, pero Pierre Crawford me hizo sonreír como el primer día.

Me da un suave beso en la mejilla al respecto y susurra:

—Cuando dije que, el día que te toque volver a Toronto, te permitirías irte y yo te permitiría marcharte... no creí que sería así de difícil, nena.

Jugueteo con el Ónix colgado de mi cuello.

—No voy a mentirte, yo si lo pensé cuando lo dijiste por primera vez. Estabas tan seguro...

Todavía puedo escucharlo murmurar: «te irás cuando sea necesario». Pude haber imaginado un futuro como este. Una chica como yo, que vive de escenarios posibles con toda clase finales, no se salvaría de sobre pensar. Sin embargo, no saqué la idea de mi cabeza, la guardé en una caja fuerte para no arruinar ningún otro momento con Pierre por culpa de sentir que lo perdería en cualquier instante.

Y acá estamos. El único pensamiento irreal que deshice por mi bien, se hizo realidad. Lo peor de eso es que, quien me rompió, fue la persona que menos me hubiese esperado. Mi mamá... Puede creer que el amor es una basura, que no sirve, que decepciona, pero ¿no se le ocurre pensar en mí, en que acabaré igual de destrozada que ella?

OSCURO GÉNESISWhere stories live. Discover now