VI

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La mochila de Martina resonó al golpear el suelo tras el brusco contacto. Arrastró su silla y, al intentar sentarse, percibió cómo caía secamente al piso. Con notable rabia, alzó la mirada, encontrándose con el castaño muriendo de risa. Sus carcajadas resonaban por la clase, como un eco persistente, mientras se sujetaba el estómago, incapaz de respirar debido a las incontrolables risas. Aquella sensación se ubicaba entre las mejores y las peores, ya que no podía parar de reír. Lágrimas escaparon al ver la mirada penetrante de Rodríguez, lo cual le resultaba aún más gracioso.

Ella se levantó y suspiró antes de recoger su silla. Aunque el chico seguía soltando risas de vez en cuando, no entendía por qué no recibía una reprimenda de su parte. Aunque era algo que ella hacía todos los días, era la primera vez que Sánchez se atrevía a copiar su estrategia.

— Cerra el orto, Danilo — "Danilo" hacía tanto que no le llamaba así... ¿Tan bien sonaba su nombre? No, era que ella lo pronunciaba de manera diferente, con odio. Odiaba cuando le llamaba así —. No estoy para tus bromas —.

— Buee, de onda cambiaste de personalidad — le tocó la frente para tomarle la temperatura, pero ella se la quitó con brusquedad —. Mira que no tenes fiebre, eh —.

— Déjame en paz un toque — dijo mientras retiraba uno de sus cuadernos, objeto que le fue arrebatado —. Dale, dame mi cuaderno —.

Danilo abrió su cuaderno mientras se levantaba, leyéndolo. La pelirroja se levantó detrás de él, intentando recuperar su posesión, pero parecía imposible alcanzarlo debido a la agilidad que él tenía. Las hojas se desplazaban al compás de su mano, cada segmento y dibujo era analizado por el muchacho, sorprendido por el talento que ella tenía para el arte.

Cuando encontró dibujos de jugadores de fútbol y camisetas de River Plate dibujadas, no pudo evitar sonreír, algo extraño ya que odiaba todo lo relacionado con River. ¿Lo odiaba...? Solo a River, porque a Martina nadie podría odiarla aunque quisiera. Después de ser una piedra en el zapato, era una persona única a sus ojos.

— Mira que este no se parece a Carlitos — susurró, mostrándole el dibujo. Sus compañeros observaban la escena con curiosidad; sus peleas eran normales, pero escuchar algo más que insultos entre ellos les parecía extraño. Martina no daba señales de decir algo más que suplicarle que se lo devolviera —. Upa, mira no hay más dibujos —.

— Dale — insistió, intentando quitárselo, intento casi acertado, pues casi lo logra —. Dale, no hay más dibujos... ¿Qué buscas más? Dame mi cuaderno, la concha de tu hermana —.

— ¿Que bardeas a mi hermana vos? — expresó con enojo —. Mirá que ni tengo, pero si tuviera, capaz te tiraba una silla. Dejá tranquila a mi hermana —.

— Dejá de joder y devolveme mi cuaderno — insistió —. Dale, no te dije nada para no romper las pelotas hoy, dejame en paz... hoy nomás —.

— ¿Qué te pasa a vos? — preguntó, mirándola finalmente —. Me asustaste, che; mirá que sos un mapache, nena. ¿No pegaste ojo vos? —.

— No dormí nada — suspiró y extendió su mano esperando que le devolviera su cuaderno —. ¡Por favor! Mirá que te lo pido bien —.

Él, resignado, le devolvió el cuaderno, suspiró y cuando se disponía a volver a su lugar, vio cómo un boceto caía al piso, era una hoja suelta. Lo recogió, y cuando estaba a punto de entregárselo, se dio cuenta de que era un dibujo de él. Lo giró intentando verificar si realmente se trataba de su imagen, pero ella se lo arrebató, lo arrugó en una pelotita y lo lanzó al basurero, al igual que su cuaderno, antes de salir de la clase.

RESCATATE | Danilo Sánchez | Matías RecaltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora