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Sus párpados se elevaron con pesadez, no deseaba incorporarse de la cama. El fin de semana había sido más breve de lo que aparentaba; se pasó colaborando con su tía en su emprendimiento y eludiendo a su hermano cada vez que se cruzaban. Curiosamente, parecía que ambos se esquivaban, ya que él ni siquiera la dirigía la mirada.

— ¡Voy yendo!— vociferó desde el pasillo mientras se calzaba con dificultad uno de sus calzados —. ¡Chau, tía — anunció al abrir la puerta.

— Cuídate Marti — expresó la mayor con una sonrisa —. No te quedes boludeando en la calle y vení enseguida —.

— Hablas como si fuera cosa de todos los días — ironizó —. Capaz lo hago igual... te estoy jodiendo, cualquier cosa me crees —.

— Martina — la llamó antes de que se retirara por completo —. Conocé gente, hace un esfuerzo... mira que no podés estar sola siempre  —.

Ella sonrió asintiendo, cargó su mochila sobre su hombro y avanzó riendo pero manteniendo la vista en su tía, es decir, retrocediendo.

— Tengo un amigo, tranca — informó con una sonrisa —. Lo invito a morfar si querés — su tía asintió emocionada —. Era broma tía, qué voy a invitarlo a eso —.

— ¡Llévatelo a picotear empanadas en el negocio! — exclamó con entusiasmo —. Le doy todo gratis, dale. Preséntame a tu amigo —.

— Dale, tía — se quejó —. No me dejas irme nunca, le digo pero no creo; igual, como vas a regalar guita... deja de decir boludeces —.

La castaña sonrió cerrando la puerta de su departamento y se perdió tras ella. Rodríguez, en cambio, solo sonrió continuando su trayecto al colegio. Lo cual implicaba descender las escaleras durante minutos debido a lo elevado que estaban.

Entrecerró sus ojos cuando el sol alcanzó su rostro y visualizó el camino hacia la escuela. Con serenidad, avanzó recto en esa dirección. Por un instante, pasó por su mente la idea de no asistir, pero la descartó por miedo a que su tía se enterara. Aunque, ¿quién va al colegio un lunes?

— ¡Eh, Martí! — exclamó Carlos corriendo hacia ella —. ¿Vos también venís por acá? — preguntó.

— Sí, es el único camino — se burló —. Ni ganas de ir tengo igual. Que asco que dan los lunes —.

— Y, bueno che, todos odiamos los lunes, pero hay que bancárselos — bromeó Carlos. — ¿Qué tal el finde? —

— Ah, lo de siempre. Ayudé a mi tía y evité a mi hermano — sonrió negó mirándolo —. ¿Y el tuyo? —.

— Tranqui, jugué fulbito todo el día — suspiró y con felicidad volteo hacia ella —.  Pero che, ¿viste lo de anoche? ¡Qué partidazo! —.

— Ni me hables — exageró poniéndole la mano en la boca —. Mira que encima me toca aguantar a mis vecinos festejando todo el día —.

En ese momento, una figura se asomó desde atrás de una casa cercana. Era Danilo, quien había escuchado la conversación y decidió unirse, con lentitud caminó atrás de ellos y después decidió hablar.

— ¿De qué hablan? — preguntó Danilo, saliendo de las sombras.

Martina y Carlos se sobresaltaron, pero luego soltaron risas nerviosas.

— ¡Pero avisa que estás acá! ¿De dónde saliste vos? — exclamó Carlos.

— Este se cree el hombre invisible  — bromeó Martina.

— ¿Te asusté, Marti? — preguntó Danilo con una sonrisa pícara —. Hola, Carlo — choco las manos con él —. ¿Viste el partido de ayer? Les rompieron el orto a los de River —.

RESCATATE | Danilo Sánchez | Matías RecaltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora