Capítulo 68

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—¿Qué miras?

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—¿Qué miras?

La piraña solo me desvía la mirada, enfocándose en su cuaderno. Sigo leyendo mientras espero la respuesta de uno de mis contactos en Italia, según él puede encontrar a los tipos que trataron de secuestrar a Spinelli, necesito hallarlos para que Shaitán me deje en paz, solo así volverá a tenerme confianza.

—¿Qué? —vuelvo a preguntar cuando la piraña vuelve a mirarme.

—¿Me ayudas? —pregunta extendiéndome el cuaderno—Por favor.

—No, es tu tarea no la mía —le respondo continuando con mi lectura.

—¿No sabes verdad? —dice regresando a su cuaderno, su madre le puso ejercicios de matemáticas y lleva más de una hora sin poder acabar.

—No me engañas piraña, concentrate —le digo y suspira frustrada.

—Ayudame ¿Sí? Me duele la cabeza —suelta mirándome con esa carita de borrego a medio morir. —Por favor.

—¿En qué estás atorada? —le pregunto cerrando el libro.

—Esto —dice levantándose, sentándose a mi lado entregándome su libreta, la miro y entiendo porque le duele la cabeza, su madre le dejo ecuaciones no aptas para niños de su edad.

Las leo y la maldita cabeza me empieza a doler a mí también.

«¿Su madre piensa que la piraña es Pitágoras?»

—¿Si sabes? —pregunta levantando su cabeza, mirándome extrañada.

No le respondo, solo me meto a mi celular para ver un tutorial en YouTube de como resolver fracciones, jamás fui buena en matemáticas, siempre fui más de historia y cosas así. Después de revisarlo y entenderle le explico a la piraña para que ella pueda resolverlo y así nos pasamos la tarde resolviendo las malditas fracciones de Eloise.

—Listo —suelto recargándome en el sillón.

—Terminamos —suelta la piraña recargándose en mi hombro.

Su roce me pone incómoda, por lo que me levanto fingiendo que debo estirarme.

—Ve a comer.

—¿Y tú qué harás? —me pregunta tomándome de la mano.

—Iré a nadar un rato.

—¿Puedo ir? Por favor.

Estas últimas semanas se la ha pasado pegada a mí como parasito, en las noches se escabulle en mi cama, según ella porque su madre duerme mal y siempre la despierta, a donde voy, va ella, debo admitir que ya me estoy acostumbrando pero cada que veo el color de sus ojos no puedo evitar pensar en mi hija, en lo mal que debe pasarla y en la vida que habría tenido con ella si no la hubiese dado en adopción.

—Dile a tu madre que te cambie —le digo y niega.

—Está con el señor durmiente, cambiame tú ¿Sí? —suelta con una sonrisa—Por favor.

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