Capítulo 22

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Salgo del baño y tomo la crema hidratante

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Salgo del baño y tomo la crema hidratante. Aplico un poco en mis manos y la unto por todo mi cuerpo. Los glúteos aún me arden y mantienen el relieve de los dedos de Alexander. En verdad no jugaba cuando dijo que no lograría sentarme en semanas.

«¡Ay, pero qué rico estuvo!»

Sacudo mi cabeza por lo que acabo de pensar. Me coloco un albornoz y salgo a la cocina a prepararme el desayuno. Llego y me encuentro con Isa, quien se está preparando unos huevos revueltos.

«Huele delicioso».

—Buenos días —digo entrando y quedándome de pie junto a la barra.

—Buenos días. ¿Cómo amaneciste? —pregunta, sacando otro plato. Me sirvo un poco de café y sirvo jugo de naranja.

—Bien, siento que no había dormido en semanas. Descansé como nunca antes. ¿Y tú?

—Que te digo, apenas he dormido 3 horas. Tengo que entregar un proyecto y nos está comiendo el tiempo. Por cierto, ayer te escuché entrar en la madrugada de nuevo. ¿Ya me dirás con quién te quedas hasta esas horas?

Trago grueso. No quiero mentirle, pero tampoco puedo decirle que me follo al hijo del jefe, del que está enamorada, que además es un crío y un maldito dominante.

«Ahora sí que me superé».

—Es el tipo que conocí en el bar ese día. Me quedé de ver de nuevo con él y bueno, estamos teniendo algo casual —le digo, omitiendo cierta información. Así que mentira, mentira no es.

Sé que no puedo negar que no estoy saliendo con nadie. En primera, por el auto que me prestó Alexander, y en segunda, porque estaré llegando muy tarde. Siento cómo me revolotea el estómago solo de imaginarme las noches que me esperan.

—No me lo puedo creer, pensé que ya no lo verías de nuevo. ¿Cómo fue? ¿Le llamaste? —pregunta, sentándose en la barra. Me mira tratando de descifrarme.

—Sí, no lo planeé, solo pasó. Me lo volví a encontrar por casualidad y bueno, fue inevitable negarme —le digo, sonriendo como estúpida. No sé por qué no puedo dejar de hacerlo.

—¡Vaya! —exclama sorprendida—. Me da gusto, pensé que te tomaría una eternidad superar al cucaracho.

«A mí también».

De hecho, me sorprende. Jamás pensé que diez años reducirían a nada en solo unos meses y que me sentiría tan bien.

—Bueno, ya no hablemos de eso. ¿Hoy qué harás? Estaba pensando ir al cine. ¿Quieres ir? —le pregunto, tratando de desviar el tema.

—Sí, claro. Además, así pasamos por el centro comercial y el supermercado. Ya se terminó el vino y la despensa —dice, mirándome extrañada. Se inclina para verme y entrecierra los ojos—. ¿Por qué estás desayunando de pie?

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