Capítulo 38

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—¿Por qué demonios hiciste eso? —le pregunto en voz baja, sintiendo cómo mi sangre hierve del coraje

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—¿Por qué demonios hiciste eso? —le pregunto en voz baja, sintiendo cómo mi sangre hierve del coraje. Estoy empapada por su culpa y aún no sé me olvida lo que hizo con la maldita escuincla.

—No sé de qué hablas —me suelta encogiéndose de hombros. Apesta a alcohol, se le nota lo ebrio que está.

—No estoy para tus estupideces, Alexander. ¿Por qué demonios prendiste los rociadores? —le pregunto sacudiéndome el cabello. De verdad que estoy haciendo lo posible para no golpearlo.

—¿Tú dímelo? ¿Qué hacías en la habitación del difunto? —me pregunta molesto, burlándose de mí, mirándome con esos malditos ojos azules que no me dejan concentrar.

Me doy la vuelta furiosa. No puedo seguir hablando con él. Es como hablarle a una pared. Me regreso a la recámara a cambiarme. Todos los alumnos ya se encuentran durmiendo en el autobús, pero algo dentro de mí sigue sin apagarse. Vuelvo a enojarme al ver todos los muebles dañados.

«¿Qué mierda estaba pensando?»

Bajo las escaleras y lo veo recostado en el sillón. Sigue tomando y aún no se ha cambiado de ropa.

«No es mi problema, merece enfermarse por idiota.»

—¡Maldita sea! —digo entre dientes yendo hacia él. —¡Deja de tomar, maldita sea! ¿Quieres que te de un coma etílico? —le pregunto arrebatándole la botella.

—¿Te importa? Porque por lo que veo ya me buscaste varios reemplazos —me dice arrastrando las palabras. Está tan ebrio que apenas y puede hablar.

—No, no me interesas, pero en este viaje soy responsable de ti, así que ya parala —le contesto tratando de quitarle la camisa.

—Mentirosa —me dice pegándome a él, haciendo que mi corazón dé un vuelco. —¿Por qué no les dijiste que también te comiste esto? —pregunta pegándome a su dureza, haciendo que me humedezca. Toda mi piel se me pone chinita al sentirla rozarme. —¿Olvidaste cómo me suplicabas por ella? —dice, sacándome un pequeño gemido al sentirlo así, duro y ansioso.

«No caigas, no caigas de nuevo»

—Alexander —suelto en un hilo de voz tratando de detenerlo.

—¿Quieres? —pregunta poniendo mi mano sobre su polla. —Pídemelo, pídeme que te recuerde lo bien que se sentía tenerla dentro, lo mucho que gozabas sobre ella —sigue, haciendo que la respiración se me agite. Su voz, su ira, sus celos me ponen a mil.

—¿Con cuántas? ¿Cuántas veces me engañaste? —le pregunto aprovechando que lo tengo así. Quiero saberlo para poder detenerme.

—Ninguna, yo no soy tú que puedes reemplazarme como si nada, pero te juro que nadie podrá provocarte lo que yo. Puedes decir mierdas, pero nadie te hará gemir y jadear como yo —me dice sobre mis labios. Está furioso; se le nota en la voz y su confesión me estremece.

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