Capítulo 37

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«¡Duérmete ya!»

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«¡Duérmete ya!»

Doy vueltas en la cama incapaz de conciliar el sueño. No puedo dormir teniéndola a lado. Es tan difícil verla dormir, ver su pecho subir y bajar lentamente, detallar su rostro bajo la luz de la luna y no poder acariciarlo. Es una tortura.

Me convenzo de que debo distanciarme, dejarla en paz como me pidió esta tarde. Pero, ¿cómo lograrlo? Si cada vez que la miro, anhelo sus caricias; si sus ojos azules se han convertido en mi debilidad y son como una droga a la que soy adicta.

Me levanto de la cama convencida de que no podré conciliar el sueño si no le consigo lo que estaba buscando. Temo que llueva y su cuaderno se moje, y si, como dijo su amiga, es importante para ella, no me perdonaría que se arruinara sabiendo dónde está.

Coloco las almohadas en mi cama para que no noten mi ausencia. Me pongo un suéter y salgo sin hacer ruido. Bajo las escaleras y me encuentro con su hermano, afortunadamente está de espaldas y no me ve. Salgo deprisa antes de que se dé cuenta de mi presencia.

«Sí que estás demente»

Me repito viendo el oscuro bosque. Hace demasiado frío; puedo ver el vaho que sale de mi boca. Prendo la lámpara de mi celular e ilumino el camino.

«¡Estás loca! ¡Estás loca!»

Me repito sin fin de veces al introducirme en el bosque oscuro. Los ruidos de los animales me hacen abrazarme. No voy a mentir, estoy que me cago de miedo. Le temo a la oscuridad y la luna no ayuda mucho. El sonido de los animales se va intensificando, por lo que decido correr para llegar. No recuerdo muy bien dónde queda la maldita casa del árbol, pero trato de que el miedo no me gane, ya que muy seguramente nadie me encontraría si me pierdo.

«Ya no queda nadie que se preocupe por ti»

Lo sé. Sé que alejé a la única persona que me había querido genuinamente. Sé que soy una cobarde y que no la merezco, pero aun así duele. Duele tanto que hay veces que no puedo respirar.

«Ahí está»

Miro la casa del árbol y sonrío suspirando aliviada. Subo las escaleras convenciéndome de que no está tan alto, como hoy en la tarde que me hice la valiente estando con ella. Afortunadamente, hay luz en la casa del árbol, por lo que la prendo y miro el cuaderno que Alexa dejó esta tarde sobre la cama. Como recordaba, no cerré la ventana y hay unas ardillas en las almohadas. Trato de espantarlas con la luz de mi celular y, para mi fortuna, se van.

Tomo el cuaderno convencida de no pasar más tiempo aquí, pero al tomarlo dejo caer unas cuantas hojas.

—¡Maldición! —suelto al pensar que lo dañe. Me inclino para levantar las hojas, pero una en particular llama mi atención. La tomo y me quedo gélida al verme dibujada. —14 de agosto del 2019.

Contemplo la imagen que Alexa dibujó de mí en nuestra graduación, acompañada de una frase al pie de página: "Hoy culminas otra etapa en tu vida. Como siempre, tu sonrisa ilumina todo a tu alrededor. Deseo con toda mi fuerza que nunca dejes de sonreír así".

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